“El Príncipe ha normalizado vivir en un entorno hostil; pero el 99% solo trata de salir adelante”

Tras 40 días en la barriada, Almanzor Amrani, autor del libro ‘El Príncipe. Entre el yihadismo y la marginación’ concluye que uno de los factores que explica que haya calado el mensaje radical entre algunos sujetos es la vulnerabilidad de los mismos.

Almanzor Amrani (Madrid, 1977) es realizador de documentales y fotógrafo, especializado en países en conflicto y en lugares con fuertes problemáticas sociales. Ha cubierto como reportero freelance la guerra civil y la hambruna en Somalia, la guerra de Afganistán, la dura situación de Líbano, las luchas entre los cárteles de las drogas mexicanos y la primavera árabe en Yemen. Fue también creador y director del programa de televisión ‘¿Qué hago yo aquí?’ (Cuatro), que reflejaba el día a día de españoles que han decidido vivir en países conflictivos, inhóspitos y peligrosos.

Ahora presenta su libro ‘El Príncipe. Entre el yihadismo y la marginación’, de Ediciones Península, sello al que Almanzor está agradecido porque le ha permitido contar, desde el respeto y sin ideas preconcebidas, una realidad que desconocía pero que le ha atrapado.

–¿Qué hay de realidad en la imagen que la ficción y los informativos proyectan de El Príncipe?

–Normalmente, se tiende a contar siempre lo peor del lugar. Debido a la serie se ha creado una atmósfera de que El Príncipe es un lugar siniestro, plagado de grupos yihadistas, donde el narcotráfico y la corrupción policial se han hecho dueños del lugar... Digamos que no deja de ser una serie de ficción que aumenta la realidad de lo que hay. La imagen que mucha gente tiene es que esto es tierra hostil y que es muy, muy, muy extrema la situación que vive ahí la gente. Yo he tratado de contar un poquito, desde dentro, la situación más del día día y saber por qué han habido casos de yihadismo. Y, sobre todo, el entorno social que ha hecho que hayan podido darse ciertos casos. En eso me enfocado y en desmitificar la imagen que se tiene de la barriada, que es bastante extrema. Aún habiendo problemas, no son tan graves como la gente da entender.

–En el mismo título del libro introduce esas dos variables. ¿Cómo ha influido esa marginación en el radicalismo?

–Un entorno marginal es un caldo de cultivo perfecto para que haya sujetos que se aprovechen de ciertos jóvenes, no de todos, para inculcarles ideas radicales y violentas. El trasfondo de la situación en la que viven los jóvenes –con la delincuencia que hay, el fracaso escolar, la tasa de paro que es altísima...– pues influye en que estén más desprotegidos y, de alguna manera, se sienten también aislados de lo que es la sociedad ceutí. Todo esto influye en que pueda haber gente que vaya a pescar a cierto tipos de sujetos vulnerables.

Uno de los factores principales para que haya calado un mensaje radical entre algunos sujetos de la barriada es la vulnerabilidad de los mismos. Muchos casos de jóvenes que salieron de El Príncipe tenían problemas psíquicos y eran extremadamente vulnerables a esos cantos de sirena de los grupos de captación. Quiero decir que, aún viviendo mucha gente en ese entorno complicado, no todos van a caer en esa ideología tan radical. Son sujetos aislados. La mayoría de los jóvenes no tienen por qué caer en esas redes.

–¿Qué diferencia a El Príncipe de otras barriadas españolas donde también se desarrollaron operaciones antiyihadistas?

–Es cierto, y lo destaco en el libro, que hay más lugares dentro del territorio español donde se han desarticulado células de captación yihadista. El caso de El Príncipe es más significativo por el entorno tan peculiar en el que vive esta pequeña sociedad. De alguna manera es como un gueto grande, aislado del resto de la población. Cosa que no se da en otros lugares tan obvios. Por eso me he centrado en El Príncipe, porque es como un lugar atípico dentro del territorio español.

–¿Qué es lo que más le ha impacto de esos 40 días de estancia en El Príncipe?

–Por un lado, la situación de indefensión de la población que quiere salir adelante, pero que, dadas las circunstancias, lo tiene complicado. Normalizar, o sea, vivir en una situación tan complicada, en un entorno de delincuencia o violencia y, encima, con células intentando captar a jóvenes... Ya lo consideran casi el día día. Esa normalización de vivir en un entorno tan conflictivo y, sobre todo, el espíritu de superación del ser humano. El 99 por ciento de la población lo que trata es de salir adelante y proteger a su familia en un entorno ciertamente complicado, eso es lo que más me llamó la atención. Cómo, bajo una situación complicada, la gente lo único que quiere es salir adelante, encontrar trabajo y vivir de una manera lo más decente que pueda.

–¿Cómo es para un periodista de la Península pasar desapercibido en El Príncipe?

–Mis tradiciones son marroquíes. Soy nacido y criado en Madrid, pero entiendo y comprendo ambas sociedades. De hecho también entiendo el dariya y mi aspecto juega a mi favor. No es tan evidente que soy un foráneo. También, cuanto más tiempo pasas en una población, te ven con menos recelo. Esa era mi intención. Por supuesto, la gente no se me abrió el primer día ni el segundo. Si no al cabo del tiempo, viéndome en el cafetín, dirían: ‘Mira éste ya no es tan extraño’. Igual mucha gente se pensaría que era pariente de alguna de las familias que me acogieron.

–¿Se marchó con la sensación de que no le contaron toda la verdad?

–La gente es muy prudente. Aunque yo haya intentado integrarme lo más que he podido con los vecino, sabes que no te van a contar abiertamente todo. De alguna manera se guardan una parte. Tampoco se quieren exponer al cien por cien, contándote todo lo que hacen o lo que no hacen. He intentado romper esa barrera, y en momentos lo he conseguido, pero hay cosas que tampoco mi guía allí me quería contar. Y lo respeto, porque también hay que ser prudente.

 

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