Opinión

Ya hace un año, amor, que te alejaste de mí

LA CANCIÓN DESESPERADA: Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy/ El río anuda al mar su amento obstinado/ Abandonado como los muelles en el alba/ Es la hora de partir/Oh abandonado/ Sobre mi corazón llueven frías corolas/ Oh sentina de escombros/Feroz cueva de náufragos/ En ti se acumularon las guerras y los vuelos/ De ti alzaron las alas los pájaros del canto/ Todo te lo tragaste, como la lejanía/ Como el mar, como el tiempo/ Todo en ti fue naufragio/ Era la alegre hora del asalto y el beso/ La hora del estupor que ardía como un faro/ Ansiedad de piloto/Furia de buzo ciego/ Turbia embriaguez de amor/ Todo en ti fue naufragio/ En la infancia de niebla mi alma alada y herida/ Descubridor perdido/Todo en ti fue naufragio/ Te ceñiste al dolor/ Te agarraste al deseo/ Te tumbó la tristeza/ Todo en ti fue naufragio/ Hice retroceder la muralla de sombra/ Anduve más allá del deseo y del acto/ Oh carne, carne mía/Mujer que amé y perdí/ A ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto/ Como un vaso albergaste la infinita ternura/ Y el infinito olvido te trizó como a un vaso/ Era la negra, negra soledad de las islas/ Y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos/ Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta/ Era el duelo y las ruinas/ Y tú fuiste el milagro/ Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme/ En la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos/ Mi deseo de ti/ Fue el más terrible y corto/ El más revuelto y ebrio/ El más tirante y ávido/ Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas/ Aún los racimos arden picoteados de pájaros/ Oh la boca mordida/ Oh los besados miembros/ Oh los hambrientos dientes/ Oh los cuerpos trenzados/ Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo / En que nos anudamos y nos desesperamos/ Y la ternura, leve como el agua y la harina/ Y la palabra apenas comenzada en los labios/ Ese fue mi destino/ Y en él viajó mi anhelo/ Y en el cayó mi anhelo/ Todo en ti fue naufragio/ Oh sentina de escombros/ En ti todo caía/ ¿Qué dolor no exprimiste? / ¿Qué olas no te ahogaron?/ De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste/ De pie como un marino en la proa de un barco/Aún floreciste en cantos/Aún rompiste en corrientes/Oh sentina de escombros/Pozo abierto y amargo/Pálido buzo ciego/ Desventurado hondero/ Descubridor perdido/ Todo en ti fue naufragio/ Es la hora de partir/ La dura y fría hora/ Que la noche sujeta a todo horario/ El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa/ Surgen frías estrellas/ Emigran negros pájaros/ Abandonado como los muelles en el alba/ la sombra trémula se retuerce en mis manos/ Ah más allá de todo/ Ah más allá de todo/ Es la hora de partir/Oh abandonado…

Pablo Neruda

Ya hace un año, Araceli, que iniciaste el viaje al jardín de Dios… Un año sin ti, sin sentir tu voz dentro de mi corazón. Han pasado 365 días en que cada mañana, al levantarme, tu recuerdo es lo primero que me llega anunciándome el día. Después la tristeza nos alcanza creyendo que aún transitas entre las sábanas…

Cinco rosas crecieron en tu vientre como una Virgen llena de vida y de deseo. Cuántas veces el amor nos sorprendió a cualquier hora de cualquier día, durante cincuenta años que duro la aventura de buscar un nuevo continente más allá de los océanos.

Nunca hubo tregua entre nosotros… Nunca nos rozó el hastío, ni la vaciedad, ni acaso el conformismo que a veces sobrevuela, pasados los años, a los enamorados. No: no hubo tregua entre tú y yo; porque tu cuerpo me pertenecía como pertenece la luna y los planetas a la noche, o las nieves a las montañas, o las aguas a los ríos y al mar… Todo en ti era cárcel de mis sentimientos, donde yo elegí ser tu prisionero sin que el tiempo marcara el término…

Cuando llegaron los primeros besos en la Alameda Apodaca, al pie de la Bahía de Cádiz, no era consciente de que estaba entregando mi libertad al deseo de tenerte entre mis brazos. No; no era consciente de que ya te había entregado el alma de manera generosa, para que cada noche durmiera junto a tu almohada…

Nuestro deseo nunca tuvo límite, ni frontera, ni barrera alguna, porque la fuerza telúrica de la Naturaleza nos empujaba a adentrarnos en el alma de cada uno; como si mi límite no acabara en la piel de mi cuerpo, sino en la piel del suyo. No; no había fronteras entre nosotros, Araceli, porque nuestros cuerpos nos pertenecían de tal manera, que crecían y se ligaban como una enredadera cubre a su árbol, y ya no se distingue uno de otro.

Cuando se narra el amor a una mujer, se suele obviar la sexualidad, como si con este olvido el amor fuera más puro y algo más elevado. Sin embargo, que equivocación más grande si yo no dijera que rozar los pechos, las ingles y el sexo de mi Amada, era la espiritualidad más grande que pudiera trascender, hasta transformarse en la Sexualidad Sagrada. La mujer se transforma en una diosa, en una Shakti*, donde el amor crece en su interior y crea una nueva vida en imagen y semejanza a Dios.

Cuando sentado en un banco de Apodaca -cayendo soñolienta la tarde- te desabrochaba los botones de la blusa y en silencio, te besaba los pechos, sabía perfectamente que la suerte estaba echada y por fin había encontrado el puerto donde había de recalar para toda la vida.

La sexualidad es la vida, porque tú amas lo que no posees, y ella desea lo que hay en ti, que con tanto amor lo reclama… La voluntad de fundirte en la Amada, ya lo cantara Juan de la Cruz, en sus bellos versos de la «Noche obscura del alma», en referencia al Amado -Cristo-, y a la Amada -el alma-; sin embargo, los versos del santo son perfectamente trasladable al amor que sienten dos enamorados en fundirse y saberse la misma esencia.

Ya hace un año, Araceli, que te alejaste de mí, y pareciera que aún ayer yo te besaba tus labios… Hace ya un año de tu partida, y parte de mí se fue contigo… Es cierto, para que negarlo y continuar engañándonos… La vida sin ti se hace dura, yo diría imposible de soportar, porque de ti se allegaba el deseo y el roce de tu cercanía era la misma vida que entraba a raudales en mi corazón.

No; no sé vivir sin ti -lo confieso- no me avergüenza, sino, qué, todo lo contrario, doy fe de que sin ti el río de la vida está de más… Muchos piensan que morir de amor es cosa de pretéritos románticos, fuera de la modernidad. Sin embargo, no es cierto, porque algunos, vamos muriendo cada día de manera inexorable, hundiendo su ausencia en nuestros corazones hasta que deje de latir de tanto desear su llegada, qué, a nuestro pesar, nunca llega, dejándonos al pie del mar y la tristeza en el más devastador de los naufragios que se aviene al alma de los hombres…

Tú decías que yo era tu poeta preferido, y yo nunca en la humildad lo creí, te miraba y me reía, y tú contestando a mi sonrisa también te reías, y nos fundíamos en una risa profunda que no paraba hasta sentir tu sagrado cuerpo entre mis dedos… Cuantas noches de amor a la luz de la luna y de los astros contemplaron nuestras almas viajeras a través de los besos infinitos que yo cubriera tus cuerpo -cordillera morada que como la «Mujer Muerta» te hacía contemplar extasiados cada vez que volvíamos a Ceuta... Y, «amaneciste -como dice la canción- entre mis brazos, y yo tapé mi boca con la tuya, y así pasaron muchas, muchas horas…».

No; nunca creí que yo fuera tu poeta preferido, cómo iba a creerlo… Sin embargo, ahora desde la distancia infinita que nos separa la ausencia -tú paseas cada día entre las rosas únicas del jardín de Dios y yo en el destierro- lo he comprendido y ya sé que siempre fui tu poeta preferido, que te escribía versos no sólo en la primavera de Cecilia, sino en cualquier estación…


Te podría escribir mil cosas en estos cincuenta años que vivimos juntos, pero este texto tengo que enviarlo a Paloma, para que lo publique en El Faro de Ceuta, y tenemos que dejar otras páginas para otros autores… Pero no te preocupes, porque todas las páginas y todos los versos que a lo largo de tantos años te escribiera, los llevo prendido en mi corazón como una huella indeleble que perdurará en el tiempo, en nuestro tiempo soñado por ti y por mí…

Y, al pie de estos párrafos, te dejo aquel poema que tanto te gustara donde nuestras almas, como en el poema de «La noche obscura de Juan de la Cruz» entre el Amado y la Amada, se fundieron para siempre:

Como una enredadera

«A ti, Araceli,

mujer de fuego…»

Abrazada a mi cuerpo

como una enredadera,

mi mirada viaja prisionera

a tus ojos negros y grandes…

Tu boca, roja de pasión,

en mis labios deseantes

de tus besos inalcanzables.

Y, mis dedos de fuego,

trepando la exultante

y la larga la cordillera

de tu cuello y tus pechos…

¡Ah!, sí, la alta cordillera

de tus blancos pechos

-manantial de miel-,

que no cesa nunca;

ni en las horas tristes,

aciagas, del desamor.

Del valle infinito, verde,

que florece de pasto

en tu espalda incólume,

y, al cabo, en la frontera

de la curva de tus caderas

y en la locura del deseo

de tus vírgenes íngles,

se abrasan en la llama

de tus ardientes muslos,

que, como acantilados

-perdidos en la bruma-,

se precipitan al fondo

del mar, del alma cautiva

del alma enamorada…

En el mar,

a 19 de septiembre de 2014

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