La vida ya no es lo que era”. Esta afirmación, válida para las diferentes etapas de nuestra existencia humana, posee especial trascendencia durante la ancianidad, una época que, por haberse alargado de manera constante, posee unas condiciones que eran insospechadas hace escasas fechas. Debido a los progresos de la medicina y a los cambios en las condiciones laborales, ya hablamos de la cuarta y hasta de la quinta edad. En mi opinión, sin embargo, aún permanecen vigentes algunas –muchas- de las consideraciones y de los prejuicios de tiempos pasados. Estoy convencido, por lo tanto, de que es imprescindible y urgente que analicemos esta nueva situación con el fin de que se vayan abriendo nuevos cauces para adaptar nuestros comportamientos personales, familiares, sociales, políticos y humanos a esta nueva interpretación y valoración de la vida humana, de la nuestra y de las personas con las que convivimos, porque, efectivamente, “la vejez es un tema vital, un asunto que nos concierne a todos y a todas, cualquiera que sea nuestra edad”.
Adelanto mi sorpresa por esta manera diferente con la que Laure Adler aborda esta cuestión sin recurrir a las consideraciones tópicas repetidas en la mayoría de las que obras que últimamente se están publicando. Expreso mi agradecimiento por su exhaustiva selección de los análisis que han efectuado pensadores como Epicuro, Séneca, Inmanuel Kant, Michel de Montaigne, Roland Barthes o Paul Ricoeur, y por sus acertadas citas de escritores como Simone de Beauvoir, Marcel Proust, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Hermann Hesse o Virginia Woolf pero, sobre todo, valoro su originalidad al relatar y explicar su personal manera de vivir con sorpresa, con intensidad y con “arte” una época que es -que puede ser- notablemente fecunda, grata y, en ocasiones, apasionante. Ya comprobarán cómo la lectura de estas cadencias personales, de estos recuerdos y sentimientos les proporcionan experiencias intelectuales y literarias inéditas.
Importante, a mi juicio, es su habilidad para hacernos pensar en que, por ejemplo, es urgente aprovechar todas las oportunidades para vivir, para paladear cada uno de los instantes y para exprimir todas las ocasiones de crecer, de fructificar y de disfrutar respetando, amando y colaborando con las demás personas con las que convivimos. Preparar y vivir la ancianidad, efectivamente, nos puede servir para recrearnos en el doble sentido de esta palabra: para inventar una nueva manera de vivir, para aprovecharla y para disfrutarla más y mejor. Creo que este libro es una invitación amable, lúcida y estimulante para que pensemos y para repensemos nuestras actuales formas de vivir la ancianidad.