Categorías: Opinión

Premio desierto

Habría que pensar. Sin miedo. Ceuta no puede seguir instalada en la más burda inconsciencia, declarándose implícitamente incapaz de desentrañar las claves de su propia existencia.  El divorcio entre las instituciones y la calle conduce siempre, indefectiblemente, al caos. “La realidad es confusa” (Vargas Llosa). En nuestro caso, esta sentencia alcanza su máxima plenitud. Por ello es preciso reforzar la generosidad, elevar la mirada, desbrozar prejuicios y reconciliarnos con la verdad. El tiempo de la fabulación se está agotando. Se intuye el abismo.
En ocasiones, un hecho, un simple hecho, es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, detener inercias o corregir dinámicas. Se suelen llamar puntos de inflexión. A veces, un instante condensa y describe, con incontestable rotundidad, una realidad que el frenesí de la vida cotidiana difumina en matices indescifrables hasta desfigurarla y acomodarla a pensamientos prefabricados.
La semana pasada, Ceuta se vistió de fiesta para hacer entrega del Premio Convivencia. La proyección universal de la persona distinguida en esta edición, originó un justificado revuelo. Se presentía grandeza.  No pudo resultar más decepciónate. Estremecedoramente concluyente. En aquel exuberante recinto quedó perfectamente sintetizada la tragedia que vive Ceuta. Un insoslayable aldabonazo en la conciencia de todo ceutí que aún conserve algún afecto por esta Ciudad.
El auditorio estaba abarrotado. Pero la absoluta ausencia de musulmanes vaciaba el acto de contenido. Era una demostración palpable del sarcasmo  que habitamos. En la exaltación de la convivencia no estaban presentes quienes representan la mitad de la población.  ¿Por qué? ¿En qué estamos fallando? ¿Qué hacemos mal? Es urgente responder a estas preguntas más allá de consignas superficiales. Existe un grave problema de fondo que provoca la dificultad, cuando no imposibilidad, de identificación de todos los ceutíes con una común. Pero lo negamos desesperadamente con excusas infantiles, presos de un vértigo inveterado que nos induce a creer que el mero reconocimiento de este fenómeno es el principio del fin. Esta forma de pensar inspira una estrategia radicalmente errática que nos sume en una involución, acaso suicida.
El anacronismo convertido en categoría. Los uniformes militares jalonaban la parte noble del graderío. En todas las salutaciones se apelaba  a la autoridad militar como si se tratara de un poder independiente.  Así se daba forma a una bochornosa exhibición de pureza de las esencias cutíes, concebidas a modo y manera de los rancios  militantes de la nostalgia.
“La palabra convivencia respira comprensión” (Vargas Llosa). Una punzada en el alma de los incondicionales de la intransigencia. Desde su privilegiada ubicación, el Delegado del Gobierno, autoproclamado líder de esta corriente de opinión, oía impasible tan hermosas expresión, mientras maquina, sin la menor empatía,  cómo impedir que sus propios vecinos puedan disponer de luz eléctrica en sus domicilios. El cinismo como escudo protector.
Todos y cada uno de los intervinientes pronunciaron impecables discursos impregnados de humanidad. Firmes alegatos contra el racismo. Pero pronunciados con la misma frialdad de quien recita la tabla de multiplicar. Sin convicción. Hacían eco, porque sonaban huecos.  La obvia contradicción entre aquello que se decía y lo que sucede en la vida real, servía de alivio para la inmensa mayoría de los allí presentes, a los que provocaría vómitos la mera sospecha de que la teoría pudiera aplicarse en la práctica alguna vez.
Los protagonistas del acto se empeñaban en felicitar el Ramadán. No se sabe a quién. Lo hacían con pomposa artificialidad,  como si fuera un testimonio inapelable de su apuesta por la convivencia. Sólo les faltaba por decir: … ahí queda eso! Desbordante impostura. Irrisoria puerilidad.
Ceuta no puede seguir siendo una Ciudad anacrónica atrapada en un sarcasmo; que  rehúye el reto de la interculturalidad con actitudes pueriles, rezumando insultante cinismo desde el poder, e incurriendo en una permanente contradicción que agudiza una insoportable esquizofrenia social de imprevisibles, aunque inquietantes consecuencias.
Corregir esta deriva es tarea, deber y  responsabilidad de todos. Inexcusable.  Inaplazable. Un buen comienzo sería intentar, sólo inentar, encontrarnos en el significado de la antológica frase de Vargas Llosa: “Toda creencia alberga una forma de verdad”. Es una necesidad imperiosa, porque, de momento, el Premio Convivencia en Ceuta sigue desierto.

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