Continuando con las causas del Desastre de Annual, el general Silvestre hacía caso omiso de los numerosos avisos y advertencias que le hicieron tanto el Alto Comisario, Berenguer, como sus subordinados sobre la temeridad que suponía seguir avanzando y cruzar el río Amerkam. Y los éxitos en el campo de batalla están subordinados a la eficacia de la logística, porque avanzar sin facilidad de provisión de suministros va en contra del sagrado principio militar de evitar sufrimientos innecesarios a las fuerzas que la nación ha confiado a sus jefes militares (Ejemplos: Alemania: Frente Oriental en la II GM. Francia, en Dien Bien Phu, EE.UU,: en Vietnam y Afganistán).
El coronel García Morales, perfecto conocedor del terreno, le sugirió que no lo hiciera, aconsejándole un avance lento tras consolidar los territorios ocupados. El teniente coronel Dávila, tampoco estaba de acuerdo con la toma de Aberrán y se lo advirtió. Pero Silvestre apenas solía hacer caso a los informes y asesoramientos del Estado Mayor, a cuyo Cuerpo desdeñaba llamándole en primado el “Estorbo Mayor”.
Silvestre atravesó el río Amerkam, estableciendo una posición en el monte Aberrán, dejándola guarnecida con 7 oficiales y más de 200 indígenas, descontentos y con baja moral porque se le debían hasta seis meses de paga. Éste fue otro gran error suyo, permitir que a una fuerza con tan mayoritaria participación indígena y desmoralizada se le asignara la difícil defensa de una posición tan complicada. Un fallo más suyo fue no desarmar a los indígenas de las cabilas que iba ocupando. Lo que les permitió pasarse a los suyos, traicionando a los oficiales españoles, y desertando armados hasta los dientes.
Una vez establecida la posición, comenzaron los rifeños a atacarla. Parte de la Policía Indígena se amotinó, disparó contra sus propios oficiales y desertó. De los 250 hombres de la posición, 179 desertaron. Murió el capitán Salafranca, muy valiente, oponente del que luego fuera general Franco, porque aquél fue condecorado con medalla de mérito superior que la que a él le concedieron. La toma de Aberrán soliviantó a los clanes de Temsaman, que en una semana se unieron y reclutaron 11.000 rifeños.
Por mucho aprecio que tuviera el Rey a sus subordinados preferidos, en el Ejército lo que no es de recibo es puentear al jefe intermedio saltándose el conducto reglamentario, tanto en sentido ascendente como en el descendiente
Silvestre no supo detectar a comienzos de 1921la alianza que comenzó a fraguarse entre las cabilas del Kif para oponerse al avance español (Beni Urriaguel,Targuist, Beni Bu Frah, Beni Iteft, Zargat y Bocoia). Seguía empecinado en que no existía ningún peligro y sólo se trataba de operaciones aisladas de los rifeños, a pesar de que un coronel organizó una fiesta en Beni Said para tratar de atraerse a los rifeños rebeldes, repartiendo a las esposas de los caídes pañuelos bordados en plata. Uno de los jefes cabileños les advirtió seriamente del peligro que conllevaría seguir avanzando y que sólo la llegada de refuerzos españoles evitaría el estallido de una revuelta. Pero, pese a tan reiterados avisos y advertencias, Silvestre prosiguió el avance, sin atender a ninguna razón.
El coronel Morales había elaborado otro plan el 15-02-1921, bastante más prudente, recomendando no iniciar las acciones sobre Alhucemas antes del otoño o, si acaso, avanzar sólo hasta Sidi Dris. Berenguer también escribió a Silvestre el 10-01-1921, tras la pérdida de Aberrán, recabándole un informe sobre una posible operación sobre la bahía de Alhucemas que, aunque se lo envió, el Alto Comisario lo encontró incompleto, por lo que lo convocó a una entrevista el 30-03-1921 en el Peñón de Alhucemas, advirtiéndole que las etapas de avance le parecían excesivamente rápidas, ordenándole mantenerse a la defensiva hasta consolidar y reforzar posiciones.
Por eso, tras la pérdida de Aberrán, Silvestre tardó hasta dos días en informar al Alto Comisario del descalabro sufrido. Berenguer se alarmó y el 5-06-1921 embarcó en Ceuta en el “Príncipe de Asturias”, se entrevistó de nuevo con él y volvió a aconsejarle la suspensión del avance que le proponía so pretexto de “darles a los rifeños una inmediata respuesta”, ordenándole esperar a que terminaran las operaciones en la Yebala para poder disponer de más fuerzas; exigió prudencia a Silvestre y el día 7-06-1921 volvió a recordarle por escrito que fuera prudente, reiterándoselo el día 8 siguiente por telegrama.
A pesar de todo ello, Silvestre ordenó la construcción de cinco blocaos más, uno el mismo día 7 en el monte Igueriben a 6 km de Annual, aun siendo una posición muy difícil de mantener, muy expuesta, sin agua, de la que tenían que abastecerse de una fuente a 4´5 km de difícil acceso. En diciembre y enero de 1920-1921, Berenguer le hizo ya las siguientes observaciones a Silvestre:
"Yo comprendo que es molesto tener que estudiar las operaciones de importancia en todos sus detalles antes de realizarlas; pero es una norma de conducta que exijo a los comandantes generales como garantía de que están tomadas todas las previsiones y para restar probabilidades de exponerse a un paso en falso; es lo menos que puedo hacer para responder a lo que me exige el Gobierno".
Esas posiciones próximas a Annual (Sidi Dris, Igueriben, Abarrán, Monte Arruit, etc) producirían grandes pérdidas en vidas humanas hasta caer todas en poder de los rifeños y fueron la causa del desmoronamiento general, aunque escribiendo en ellas nuestros soldados páginas de gran heroísmo. Tras la caída de Aberrán, Abd El-Krim escribió en junio una carta a las cabilas del Rif: “Los españoles ya han perdido la partida. Fijaos en Aberrán. Allí han dejado sus propios muertos mutilados e insepultos, con sus almas errantes sin destino, trágicamente negadas a las delicias del paraíso”. Las cabilas le respondieron: “Has tomado Abarrán por sorpresa. No has podido ganar Sidi Drid. Ahora está preparado, si sabes tomar otra posición te seguimos” (Carlos Seco Serrano. “Historia de España, páginas 595-596).
La toma de Albarrán hizo que los rifeños se soliviantaran contra los españoles, y ello les sirvió de nexo de unión. Y otro de los graves fallos que cometió, fue, alargar muchísimo sus líneas de abastecimiento y no saber organizar la retirada. Había creado muchos blocaos en posiciones muy difíciles de convoyar y sin dejar cubierta ninguna retaguardia por detrás ni a ambos costados.
Silvestre era compañero de promoción y más antiguo que Berenguer, pero éste era su jefe y eso le inquietaba. Sólo por el sentido de disciplina hacia su superior debió obedecer. Aparentemente, eran muy amigos y se llevaban bien; pero el primero sentía cierta rivalidad con el segundo; lo disimulaba, pero era refractario a sus órdenes. Además, solía hacer uso de su amistad personal con el Rey Alfonso XIII para puentear a Berenguer y al ministro de la Guerra.
Así, el 27-07-1921 Berenguer escribía a dicho Ministro: “En vista telegrama V.E. que acabo de recibir, en el que transcribe otros del comandante general de Melilla, ´que hasta ahora no me ha comunicado a mí`, y que acusan muy grave situación, dispongo marchen inmediatamente para embarcar en Ceuta pasado mañana, que es lo antes que pueden llegar a dicho punto dada distancia a que se encuentran de allí, dos Banderas del Tercio, dos Tabor de Regulares de Ceuta, con Compañías de ametralladoras, una batería y una ambulancia, únicas fuerzas que actualmente pueden desprenderse de Ceuta, sin exponer a crear también aquí situación difícil”. Dichas fuerzas ceutíes serían las que salvaran a Melilla, habiendo hecho el recorrido a pie y con sus pertrechos a cuestas, en tiempo récord.
El mismo Rey tenía dicho a Silvestre y otros militares africanistas (sus preferidos), que lo llamaran directamente en cualquier momento. Alfonso XIII incluso lo jaleó con el siguiente telegrama: “Ole los hombres. El 25 te espero” (día de Santiago). Y, por mucho aprecio que tuviera el Rey a sus subordinados preferidos, en el Ejército lo que no es de recibo es puentear al jefe intermedio saltándose el conducto reglamentario, tanto en sentido ascendente como en el descendiente.
Indalecio Prieto aseveró en un discurso parlamentario que Silvestre se lo había dicho desde la borda del barco, aunque el presidente del Congreso y el Ministro de Defensa lo desmintieron contestando: que eso “era contrario a la verdad”. En otra ocasión el rey le envió el siguiente telegrama: “Haz lo que te digo y no te preocupes del ministro de la Guerra, es un imbécil” (Vicente Blázquez Ibáñez en “Alfonso XIII. La terreur militariste en Espagne”).
Aunque soy civil, totalmente inexperto en estrategias militares, recuerdo que en la vieja “mili” de hace 63 años se nos decía que la condición militar exige mucha subordinación desde abajo y unidad de mando por arriba, debiéndose usar siempre el conducto regular, con plena lealtad al jefe natural directo. Y que la disciplina es el alma de un ejército. Sin ella, tampoco hay ejército.
Pues Silvestre al final – pero ya tarde - cayó en la cuenta de sus errores. Tras la caída de Aberrán e Igueriguen vio su grave error de apreciación al no haber considerado antes la alarmante situación general del territorio. Comenzó a estar muy preocupado y se convenció de que no podía seguir avanzando. En los difíciles días de Igueriben, escribía sobre él Augusto Vivero en “El derrumbamiento”, página 168: “Silvestre no duerme. No deja dormir a nadie en torno suyo. Va y viene por las habitaciones de la Comandancia como un espectro. De aquel hombrón fornido apenas subsiste la sombra: en la cruel ansiedad de las últimas semanas, cayó su reciedumbre, quedose en los huesos”.
Se dio cuenta cuando ya estaba superado por los acontecimientos y falto de municiones, con las cabilas de Beni Said y Beni Ulichek encima rodeándole por su retaguardia, comenzó a pensar en la retirada; pero hasta en eso fue lento y dubitativo. Primero lo dudó; lo sometió a la Junta de Jefes que lo aprobó; telegrafió al rey para que la aviación bombardeara la zona y facilitaran el repliegue, volviéndose a saltar el conducto regular. El ministro Eza le comunicó que le enviaba refuerzos desde Ceuta por mar, que rechazó, y después ordenó la retirada a toda prisa y desordenadamente.
Se dio cuenta cuando ya estaba superado por los acontecimientos y falto de municiones, con las cabilas de Beni Said y Beni Ulichek encima rodeándole por su retaguardia, comenzó a pensar en la retirada; pero hasta en eso fue lento y dubitativo
El Alto comisario, Berenguer aseveraría: "Sobrecogido el Mando por la amenaza, sin discernir su real alcance, decide precipitadamente el repliegue y acuerda la evacuación del campamento. La impresión de la amenaza inminente invadió todas las esferas del Mando, enajenando sus facultades de discernimiento, y al activar irreflexivamente la salida de elementos sin organizarse siguió la puesta en marcha de las unidades sin orden, ni orientación, ni gobierno, sin más norte que alejarse de Anual, con completo desconocimiento de las reglas más elementales de toda retirada. Todo se dispone apresurada e incoherentemente".
Resultado de todo ello fue que cundió el pánico en la tropa y oficialidad; dándose bastantes casos de pugnar unos con otros, entre los mismos españoles, por coger antes un caballo o un vehículo para quitarse del mayor peligro cuanto antes. Los rifeños, percatándose de que los españoles huían a la desbandada, se lanzaron sobre ellos como ave de presa al ver el desorden reinante y explotaron al máximo su éxito; pero actuando de forma horrenda sobre quienes caían en sus manos.
Omito la serie de tremendas e increíbles atrocidades mayores todavía que las que he reseñado al principio, porque hiere la sensibilidad hasta del alma menos sensible llamar por su nombre a los bárbaros métodos utilizados para masacrar a heridos y rendidos.
Sólo traeré a colación el más suave relato que hizo el escritor Ramón J. Sender, testigo del «desastre»: “Las mujeres indígenas seguían a la retaguardia mora torturando y rematando a los españoles heridos. A muchos les arrancaron las muelas a vivos para hacerse con el oro de fundas y empastes. A otros los abrieron en canal a golpe de gumía…”.
Hubo casos de heroísmo y gran valor, como los 700 hombres del Regimiento de Caballería Montesa, de los que vivieron sólo 70, que con su indómita bravura suplieron las carencias de un mando en la desidia e incapaz ante la toma de decisiones transcendentales.
Aquellos héroes de “Alcántara”, con su inestimable ayuda, salvaron vidas humanas y, al menos, algo paliaron tan triste desgracia. Vayan mi recuerdo, respeto y consideración hacia todos aquellos mártires españoles.