La hegemonía del PP durante una década interminable ha causado un enorme destrozo en todos los órdenes de la vida pública de nuestra Ciudad. Más allá del rubor que provocan las conocidas cifras arrojadas por los indicadores, generalmente aceptados, para definir la salud de una sociedad moderna (paro, pobreza, fracaso escolar, infravivienda, etc), el legado más letal del régimen de Vivas es la radical perversión de los principios que deben fundamentar un comportamiento colectivo acorde con los valores que inspiran el sistema democrático.
Pero si hubiera que elegir entre tanto daño, el más grave, quizá porque sea el de mayor alcance en el tiempo, es haber inculcado en el código de conducta social el sentimiento de fatalidad. Los ceutíes han llegado al terrible convencimiento de que es imposible cambiar el curso de los acontecimientos. Observamos la realidad como meros espectadores, en espera de que un destino prefigurado de manera inexplicada se vaya cumpliendo inexorablemente. No aspiramos a más. Hemos sepultado todo vestigio de conciencia grupal, y cada individuo se ocupa, exclusivamente, de su propia subsistencia. La mayoría acomodada con una perenne referencia psicológica situada en otras latitudes.
La consecuencia directa e inmediata de este fenómeno es un incesante y progresivo incremento de las desigualdades. Cuando desaparecen los mecanismos correctores, que son fruto de la conciencia social, la tendencia natural del sistema es favorecer las desigualdades. Ceuta avanza a una velocidad de vértigo hacía un modelo de ciudad insoportablemente dual. Las diferencias son cada vez más ostensibles. La política del PP es la exaltación de la división.
La incógnita que emerge ante la frustración de todas aquellas personas que aún conservan un mínimo de sensibilidad, y sufren con los problemas ajenos, es saber si aún es posible revertir esta situación. ¿Seremos capaces de remontar esta inmensa marea de indiferencia?
La historia de la humanidad se ha escrito sobre la voluntad inquebrantable de cambio y superación sustentada, siempre, por una minoría. Es la aplicación a la ciencia social de la teoría física de la palanca. Ningún cambio por lejano o utópica que parezca es imposible.
Todas las revoluciones, antiguas y modernas, corroboran este postulado. Sólo se necesita una idea y una suma de voluntades comprometidas que la sostengan y propaguen. Ceuta no tiene por qué ser una excepción. Podemos. Aunque todavía no seamos suficientes.
El próximo día veintidós de mayo tenemos la oportunidad perfecta de iniciar este inaplazable cambio y recuperar el pulso como ente colectivo. Volver a palpitar. Sentirnos vivos, fuertes, capaces de labrar nuestro destino. La idea que debe galvanizar este movimiento es la lucha por la igualdad. Los ceutíes queremos ser iguales que el resto de los españoles. Queremos que musulmanes y cristianos nos sintamos iguales y hermanos. Necesitamos hacer efectivo el principio de igualdad de oportunidades. El acceso al mercado laboral debe ofrecer condiciones de igualdad para todos. Nadie debe sentirse marginado por el hecho de vivir en una u otra zona de la Ciudad. Ninguna persona debe ser menoscabada en su dignidad por su situación económica o social. Todos y todas iguales. Por naturaleza. Por principio.
El proyecto político llamado Caballas, no por casualidad, sino por corazón, encarna la lucha por la igualdad. Pretende promover esta noble idea para traducirla en acción política a través de las instituciones representativas. Es una incitación a rescatar el espíritu de rebeldía frente a la injusticia. Combatimos la resignación porque no es neutral, siempre actúa en favor de los privilegiados. Llamamos a todos los ceutíes a sumir en plenitud su condición de protagonistas insustituibles, usando su voto como una infalible palanca de cambio.
Cada voto a Caballas es un impulso hacia la igualdad. Por el bien de todos.
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