El viaje ha sido uno de los grandes temas de la literatura de todas las épocas, de todos los países. Viajes propiciados por motivos muy diferentes: desplazamientos provocados por las guerras o emprendidos por puro placer, aventuras que surgen por la consecución de un tesoro oculto, o bien por el conocimiento de mundos diferentes. Sin olvidar esos viajes interiores que nacen de la necesidad de una autoexploración personal, de una búsqueda de la propia identidad. De cualquier forma, parece que la vida actual no se concibe sin viajes, sobre todo de turismo, de vacaciones, motivados casi siempre por la necesidad de evadirse del propio ambiente o de desconectar de nuestra vida cotidiana.
En su nuevo poemario, Abraham Guerrero Tenorio (Arcos de la Frontera -Cádiz-, 1987) nos ofrece una perspectiva singular de los viajes. El viaje se convierte en eje temático de las veintiocho composiciones distribuidas en cuatro apartados en los que va formulando mediante la reflexión personal -a veces compartida con un destinatario- otras tantas maneras de viajar o, mejor dicho, de interpretar el significado de cada viaje.
Una cita de Luis Rosales –“el dolor es un largo viaje”- encabeza y da sentido al primer apartado: se trata de una consideración de la existencia como un largo caminar en el que, más que hallar soluciones o destinos, encontramos diferentes tipos de obstáculos que acentúan nuestra congoja, nuestro desasosiego. El segundo apartado explora una de las modalidades de viaje más practicadas en la actualidad: el viaje turístico, en el que los seres se desplazan de un lado para otro con el único fin de acumular paisajes o monumentos, ignorando que a veces la experiencia gratificante del turista se construye sobre la destrucción del lugar visitado y de sus habitantes. Como cruel contraste, el aparado tercero reflexiona sobre el viaje más amargo; el viaje forzado por la supervivencia: el que empuja al emigrante a trasladarse a otro país en el que supuestamente encontrará mejores condiciones de vida. Y por último, el viaje sin retorno, simbolizado por los distintos momentos de un vuelo que nos conduce a un destino hostil que irremisiblemente nos atrapará… sin que exista una posibilidad de regreso al lugar de origen.
Con el planteamiento de estas situaciones paradójicas, hábilmente resueltas con la cadencia de unos versos bien trabados, el poeta nos invita a viajar por nuestro propio interior, a reflexionar sobre la condición humana y, de manera muy especial, sobre esos viajes no deseados que nos impone a veces la vida. Es entonces cuando -lejos de la publicidad que nos impele a viajar de manera compulsiva- podemos entender que “A veces viajar es no querer marcharse. / […] / Mi viaje es una huella, una herida. / […] / Aterrizo y no soy”. Ni siquiera el destino nos va a proporcionar la tranquilidad anhelada porque “Permanecen en mí los escombros del viaje, / soy el polvo y la tierra que suceden / a una detonación.”
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