Opinión

La clase política

La clase política está para servir, su acción debe dirigirse directamente a lograr una mejora en la vida de los ciudadanos. Es algo básico pero que no termina por encontrar un sitio en el amplio abanico de partidos que optan a tener cierto protagonismo. Hemos empezado demasiado pronto con la campaña electoral, ya hay quienes se ven ganadores en las urnas e incluso amenazan con empezar a ‘hacer limpieza’ en trabajos privados. Publicitan mensajes únicamente teñidos de venganza y aspiran a liderar, bajo ese mismo odio, todo un Gobierno. Son fantoches de una profesión que se presuponía digna pero que ha ido mermando por la acción, consentida, a varios sinvergüenzas.

Preocupa que muchos de los que aspiran a ser un concejal de pueblo (aquí hay quienes elevan los galones hasta límites enfermizos) se crean ya con el poder destructor de mandar en áreas privadas y de poner en marcha auténticas barbaridades jurídicas. Una los lee e intenta encontrar en qué parte del camino se perdió el norte. Porque en esa estación se quedaron muchos, demasiados, en la estación de las amenazas más propias de chulos de discoteca y en la advertencia de que llegarán con imposiciones propias de regímenes radicales. ¿Con esta gentuza nos tenemos que sentar a debatir?, ¿con una chusma disfrazada de política que sustenta su programa en amenazar a quienes no le siguen su baile? Son meros matones de barrio, sin preparación, que carecen de la mínima formación requerida para representar a todo un pueblo y que quieren cargarse derechos adquiridos, avances sociales o, lo más grave, el respeto.

Entre todos ellos están los infelices de turno, captados para ganar ‘el voto popular’. Infelices radicalizados por una situación social que, se creen, se va a solucionar con golpes en la mesa o con advertencias dictatoriales que son imposibles de llevar a cabo. ¿Cómo es posible que la población los crea? La historia nos ha demostrado que son posibles tantas aberraciones que seguiremos tropezando con la misma piedra dando espacio a los que asombra que se nos presenten como la opción, única, mejor.

Yo soy de las que creo que sí, que se ha perdido el norte entre quienes son unos payasos que comenzaron siendo una anécdota hasta que se han creído que son los protagonistas de su salvación y de la nuestra. Lo que sigue asombrándome es como engañan tan bien.

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