Opinión

El poder terapéutico de la oración

En sus estadios iniciales, el ser humano contaba con un reducido cerebro y sus acciones eran casi puramente instintivas para alimentarse, procrear y defenderse de los depredadores. Con el tiempo, fue capaz de dejar libres las extremidades superiores y aprender a utilizar las manos, para construir armas o herramientas. El descubrimiento del fuego, le permitió cocinar los alimentos crudos y el cerebro fue aumentando de tamaño. Pudo empezar a comunicarse a través del lenguaje y posteriormente de la escritura. La aparición de la conciencia y la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, supuso otro avance en su evolución. Es cierto que, en todos esos periodos, el miedo debía ser una constante. Las tormentas, los movimientos sísmicos, la propia aparición del día y de la noche y otros fenómenos meteorológicos, inexplicables, causarían en aquellos seres una sensación de temor e impotencia.
Quizá entonces− con una capacidad craneal más desarrollada− empezaran a creer en un ser o seres superiores, que regían estos fenómenos. El sol, la luna, las estrellas se convirtieron en símbolos de adoración. No tenemos constancia exacta de cuando empezaron a desarrollar un espíritu religioso. En el Paleolítico inferior no hay prueba de ello y las primeras muestras de ese sentimiento y la creencia en otra vida, aparecen en los enterramientos, en los cuales aportaban a los difuntos objetos o alimentos para su nuevo destino.
La necesidad de creencia en la existencia de un Ser superior −Dios o dioses− y la necesidad de relacionarse con él o ellos, fue posiblemente el inicio de las religiones. Según los psicólogos, son un fenómeno secundario originado por factores psicológicos inconscientes a nivel individual y colectivo, creadas por los hombres, que han ido van evolucionado de acuerdo con el tiempo. Einstein consideraba que las religiones eran “una encarnación de la superstición primitiva”. Aunque evidentemente, las religiones han tenido una gran importancia en la estructuración social de los pueblos.
Los datos distintivos de las religiones− cuando adquieren una cierta madurez− son la existencia de una doctrina o dogmas y una serie de ritos y liturgias de adoración al Ser o Seres superiores. Casi todas se basan en la fe, la moral y el miedo y utilizan el comportamiento gregario del ser humano− que acepta y sigue las directrices que marcan los interpretadores− tanto para las creencias religiosas, como políticas y socioeconómicas.
No es el objeto de este artículo recoger una historia de las religiones− innumerables, por cierto− solo hacer una somera referencia. Existen y existieron en Mesopotamia, Persia y Egipto. En Oriente, el hinduismo, el budismo y el taoísmo. En Grecia y Roma, el politeísmo y las mitologías. En Occidente, el judaísmo, y sus derivaciones: el cristianismo y sus variantes, desde el catolicismo a los ortodoxos y los protestantes−con cientos de confesiones− y el islamismo. Asimismo, tuvieron y aún tienen presencia en Africa y fueron muy numerosas en la América precolombina.
El filósofo alemán Carlos Marx, acuñó el aforismo: “La religión es el opio del pueblo”, pero quizá se le olvidó decir que muchas de sus ideas iban en la misma dirección. Me viene a la memoria la esperpéntica frase de un incrédulo religioso, que afirmaba: “Yo no creo ni en la religión católica, que es la verdadera”.
A pesar de las diferencias y contradicciones entre ellas− desde el propio nombre con que designan al Ser Supremo creador− a las interpretaciones, los dogmas, confrontaciones y hasta guerras de religión, parece ser que casi todas coinciden en un horizonte común, personificado en la oración.
En el hinduismo las oraciones se extraen en gran parte de los Vedas, que son los textos sagrados que contienen mantras y rituales para la oración. El mantra referido al dios Sol se reza al amanecer y al anochecer. El yoga es una forma de meditación que busca la unión con Dios y el desarrollo espiritual. El budismo, trata de encaminar a los fieles a un viaje espiritual que transforme los sufrimientos en paz y alegría. Utiliza los mantras y la meditación como una forma de oración que despierte las facultades interiores.
El judaísmo, prescribe a los hombres orar tres veces al día: al despertar, al atardecer y al anochecer y después de cada comida. Las mujeres suelen hacerlo una vez y se reza mirando al Norte. La oración o salat ,es una de la de las bases religiosas del islam. Debe rezarse cinco veces al día− al alba, al mediodía, por la tarde, en la puesta de sol y por la noche− en dirección a la Meca. Consiste en una recitación de versículos del Corán, en árabe, y se permite la oración individual. Las confesiones de origen cristiano: católica, ortodoxa y protestante, también practican la oración, cada una con sus particularidades.
La oración es un acto de comunicarse con el Dios personal− como dice Octavio Paz: “… Dios existe en cada uno de nosotros, como aspiración, como necesidad y, también como último fondo, intocable de nuestro ser”− y es una conversación con quien tiene capacidad para escucharte. Aunque Albert Einstein−que en alguna ocasión se confesaba cercano al Dios de Spinoza− en una carta escrita en 1954, manifestaba: “Para mí, la palabra dios, no es más que la expresión y el producto de la debilidad humana”. El historiador y ensayista alemán Karlheinz Deschner, ya fallecido, reflejó su mentalidad atea, en la declaración: “La teología no es una ciencia; si lo fuera, sería la única que no consigue averiguar nada acerca del objeto de su investigación”.
Los motivos que impulsan la oración son, usualmente, bien para peticiones propias, como acto de gratitud, intercesión para otras personas e incluso queja –recuérdese el lamento de Jesús crucificado al Padre− o protesta. ¿A quién debe dirigirse la oración?. Por supuesto que a un Ser Superior. En las religiones orientales existe diversidad, aunque encuentran un camino en la introspección interior a través de la meditación. Los judíos, posiblemente, hablan a Yahvé; los musulmanes, se dirigen al todopoderoso Allah ; los protestantes, bien al Padre, al Señor, a Jehová, a Jesús o al Espíritu Santo. Los católicos gozan de más variedad, ya que se encomiendan, aparte de Dios, a las diferentes figuras entronizadas de la madre de Jesús o a los innumerables santos− muchos de ellos, milagreros− que pueblan el litúrgico santoral.
Aunque orar y rezar puedan parecer sinónimos, no lo son. Incluso por su etimología. Orar viene de orare que significa hablar, pedir o rogar por algo, manifestándose de diversas formas. Rezar− también procede del latín− en su caso de recitare, con significado de recitar o vocalizar una oración. Puede decirse, que rezar es una forma de orar en voz alta.

Casi todas se basan en la fe, la moral y el miedo y utilizan el comportamiento gregario del ser humano

He recibido hace unos días un curioso video, de esos que suelen enviarte los amigos por WhatsApp. Una persona de unos sesenta o setenta años, caminaba acompañado por casi una treintena de perros y uno de ellos a su lado llevaba disciplinadamente en la boca, −prendido de los colmillos− un cubo lleno de comida. El hombre detuvo la comitiva, cogió el cubo y esparció el alimento por el suelo en forma de semicírculo. Los canes se iban alineando frente a la circular despensa, el hombre tomó asiento en el centro del círculo y ordenó a los disciplinados animales que se aposentaran sobre sus patas, en situación de escuchar sus palabras. Comenzó haciendo unas consideraciones sobre el comportamiento higiénico que debían seguir e inició una oración de agradecimiento, por la comida que tenían preparada. Todos los canes lo escuchaban atentamente y a ninguno se le ocurrió hacer ningún gesto de aproximación al alimento. Para finalizar la oración, el hombre declamó un Padrenuestro y al finalizar con el amén, todos los animales empezaron al unísono a ingerir la comida vertida en el suelo. Emocionante acto de oración.
El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, uno de los padres del psicoanálisis, manifestó en una carta escrita en 1943:” la plegaria es sumamente necesaria, pues hace que el Más Allá, sobre el que pensamos y hacemos conjeturas, sea una realidad inmediata”.
A través de sus estudios, expertos como Matthew Alper− autor de Dios está en el cerebro−,el genetista y biotecnólogo Dean Hamer y el neurocientífico y cirujano Andrew Newberg, reflejan que existe una región en el cerebro humano, específica para la adoración. Posiblemente no quiere decir esta circunstancia, que el hombre fuera creado para adorar a un ser superior, sino que la psicología evolutiva habría llevado a esta organización cerebral, para cubrir una íntima necesidad.
El notable y polifacético investigador inglés Francis Galton, publicó en 1872 su estudio Pesquisas estadísticas sobre la eficacia de la plegaria, para demostrar el impacto positivo de la oración sobre la longevidad. En realidad, los resultados no confirmaron su hipótesis.
En 1988, el cardiólogo estadounidense Randolph Byrd, realizó en el Hospital General de San Francisco (EEUU) su estudio: Efectos terapéuticos positivos de la oración de intercesión, en una población de unidades coronarias. En el mismo concluyó: “Que la plegaria intercesora al Dios judeo cristiano, había tenido un efecto terapéutico beneficioso para los enfermos internados en la UCI”.
Con posterioridad, se han realizado y difundido estudios sobre el tema como el de 1999 en Kansas, que hizo referencia a recuperaciones y menores estancias hospitalarias de enfermos cardiacos, a los que se habían dirigido oraciones. Las mismas conclusiones se derivaron de otro estudio, realizado en Israel en el 2001.
Sin embargo, el cardiólogo y profesor en medicina mental Herbert Benson, inició un proyecto de investigación en EEUU sobre la eficacia de la oración entre pacientes sometidos a cirugía de injerto de derivación de arteria coronaria. Las conclusiones, publicadas en el 2006, concluyeron que la intercesión rogativa no tuvo ningún efecto positivo sobre los enfermos.
No sé si en nuestro país se está experimentando científicamente sobre estos temas, aunque debe ser difícil compaginar la ciencia con lo sobrenatural.
Donde parece que ejerce efecto la oración, es en la salud mental. En el Instituto de Investigación y Desarrollo Psiconeurológico de San Petersburgo, el doctor Valeri Slezin− a través de electroencefalogramas realizados durante la oración− llegó a medir el efecto de la misma sobre el córtex cerebral, afirmando: “Una oración es un medicamento poderosísimo”. Una de las causas de enfermedades son preocupaciones o situaciones, que se integran en la mente. La oración puede proporcionar una eliminación de las mismas y restablecer un bienestar psíquico, físico y emocional.
No obstante, algunos estudios han detectado que, en efecto, la oración genera acciones benefactoras sobre la salud mental, pero también que puede ocasionar consecuencias negativas−si tienen la sensación de que no son escuchadas− en ciertas personas que oran. El fenómeno de la oración es muy complejo y está condicionado, sin duda, por varios factores: Cómo se percibe al Dios al que se ora, amoroso, lejano o juzgador; qué confianza se tiene en que resolverá sus peticiones e incluso en el estilo de la oración, valorándose más positivamente las oraciones meditativas y coloquiales que las realizadas de modo comunitario, en forma de ritual.
Uno de los resultados encontrados por el citado doctor Benson fue que, independientemente de que el cerebro esté influido por el credo del orante: católico, musulmán, protestante, budista,o hinduista, el organismo responde de la misma manera: diminución de la presión arterial y del ritmo cardiaco, de la necesidad de oxígeno y aumento de la circulación sanguínea.
Otros estudios experimentales, demuestran el aumento de la actividad cerebral en los lóbulos frontales y en el área del lenguaje, cuando una persona está concentrada en la oración. La comunicación espiritual− incluso superando a la religiosa− con un Ser Superior que puede escucharte, forma parte de un proceso psicoterapéutico que genera un estado de equilibrio emocional, liberándose endorfinas serotoninas y dopaminas. Las consecuencias son un control de la ansiedad y acercamiento a un estado de relajación y paz. Como aseguran algunos expertos, es un ejercicio de fortalecimiento mental.
Me parecen impresionantes, las palabras del Evangelio sobre los efectos de la oración: "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre" (Mateo 7:7-8) o :“Yo os aseguro que quien diga a este monte :quítate y arrójate al mar, y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán” (Marcos 11:23-24).
Evidentemente, la oración podría ser ser la solución a todos los problemas, pero no debe olvidarse nunca el pragmatismo. San Benito Abad, creador de la orden benedictina, estableció en su Regla, la oración como lugar preeminente. Pero también en la 48, aclara que la ociosidad es el enemigo del alma. De ahí surge, posteriormente, el lema Ora et labora − reza y trabaja− emblema de las instituciones benedictinas. Con la misma filosofía, el refranero español es muy ilustrativo− aunque, tal vez sea más prosaico− “A Dios rogando y con el mazo dando”.

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