El hecho de que el pensamiento y el lenguaje expresen nuestro modo de comprender, de explicar, de transformar y de estar en el mundo justifica el interés con el que los filósofos, los psicólogos, los pedagogos y los lingüistas han analizados sus complejas relaciones. Las diferentes explicaciones han puesto de manifiesto que la acción de los sentidos está en el origen de los procesos de comunicación y en la base sobre la que se asientan las operaciones de simbolización pero que, en ellas, intervienen además las emociones, la imaginación, la voluntad y, por supuesto, las operaciones tradicionalmente calificadas como “lógicas”. El lenguaje muestra nuestra capacidad para hacer visible lo invisible, para decir lo indecible y para traducir la realidad material en la sustancia del espíritu que late en el fondo de todos los seres de la naturaleza y para convertirlos en contenidos de las conciencias de los hablantes.
En esta obra Lev Vygotsky, un teórico de la literatura, de la estética y de la filosofía, aborda desde la perspectiva psicológica las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje partiendo del supuesto de que esta es la vía más adecuada para “descubrir los orígenes de las formas más altas de la conciencia humana y de la vida emocional”. Afirma categóricamente que “las obras de arte, los argumentos filosóficos y los datos antropológicos no son menos importantes que las pruebas directas de la psicología”.
Tras someter a un detallado análisis crítico las teorías contemporáneas más ricas, nos proporciona las conclusiones de sus estudios experimentales de, por ejemplo, la relación del lenguaje escrito con el pensamiento o con el habla interna –nuestra permanente conversación con nosotros mismos- basándose siempre en las raíces genéticas del pensamiento. Deja suficientemente claro que sus diferentes estudios se orientan convergentemente hacia el objetivo de describir la relación entre el pensamiento y la palabra hablada.
En mi opinión, sus conclusiones arrojan abundante luz para descubrir, por ejemplo, las claves profundas de los poderes persuasivos y artísticos que poseen las imágenes sensoriales -no sólo las visuales- y para comprender las razones de su permanente utilización en las diversas épocas y en los diversos géneros literarios, artísticos y periodísticos. Sus reflexiones sobre la acción de los sentidos, por ejemplo, facilitan la compresión de su propuesta, según la cual las ideas poseen unos “cuerpos” dotados de dimensiones y de cualidades sensibles y de que, por otro lado, las realidades materiales se llenan de significados artísticos y literarios. Estoy convencido de que la lectura atenta de esta obra resultará orientadora no sólo para los psicólogos, sino también para los filósofos, para los teóricos y críticos del arte y de la literatura, y, por supuesto, para los periodistas y comunicadores. Son unos conceptos que nos sirven de base para desarrollar nuestras propuestas sobre los análisis descriptivos y valorativos de los procedimientos artísticos, de los recursos literarios y de los mecanismos persuasivos.