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Pobres y torpes

Días atrás contemplé desde mi ventana un triste espectáculo, protagonizado por un conocido empresario local, que venía acompañado de un grupo de personas (políticos y técnicos municipales). Subían por la escalera de acceso a la Plaza de la Constitución que hay frente al poblado marinero. Por la hora que era, supongo que vendrían de comer de algún restaurante. En esas escalinatas se suele sentar una señora a pedir limosna. Cuando el grupo la sobrepasó en tres o cuatro escalones, el empresario, en una actitud altanera hasta lo insoportable, se volvió, sacó una moneda de su bolsillo y se la lanzó al vuelo, mientras continuaba hablando desde su móvil. Me indigné. Con el que dio la limosna, por prepotente. Con la pobre señora, por no haber sido capaz de levantarse a tirarle la moneda a la cara a este capullo. Pero el mundo es así.
La terrible situación de los pobres en nuestro país, y las humillaciones que sufrían de la mano de sus “señoritos”, quedaron magistralmente reflejadas en la novela de Miguel Delibes Los Santos Inocentes, llevada al cine por Mario Camus. Pero no hay que irse muy lejos. En nuestra realidad cotidiana local estamos hartos de escuchar la misma cantinela sobre los “candaos”, o comentarios respecto a la supuesta torpeza de las “muchachas” que vienen a diario desde el vecino país a cuidar nuestras casas. Es decir, relacionar la pertenencia a una clase o raza inferior, con el nivel de inteligencia, ha sido, desafortunadamente, una constante en la historia de la humanidad, además de un tema recurrente de determinados tipos de estudios académicos.  
Por ejemplo, en 1944, los doctores españoles Vicente Beato y Ramón Villarino, publicaron una obra titulada Capacidad mental del negro, en la que exponían los resultados de sus investigaciones en la colonia española de Guinea Ecuatorial, cuyas conclusiones apuntaban a una inferioridad mental de los nativos respecto a los blancos europeos. En esa época, inmersos en plena II Guerra Mundial, cuando aún el monstruo del nazismo no había sido exterminado, era normal que se financiaran y difundieran este tipo de estudios.
Sin embargo, estos días hemos podido leer en el diario El País la noticia sobre el estudio realizado en EEUU y la India, por un grupo de investigadores americanos, canadienses e ingleses, que relaciona la pobreza con la capacidad mental. Este trabajo, que ha sido publicado en la prestigiosa revista Science, viene a demostrar que las personas con escasos recursos económicos se desenvuelven peor en la vida que los que no tienen problemas de dinero. Aunque esto no es novedoso, sí lo es su conclusión acerca de que la pobreza en sí misma, al margen de la alimentación, el estrés o la influencia del entorno sociocultural, consume recursos mentales del individuo y reduce sus capacidades cognitivas. Lo que nos dicen concretamente es que “el sistema cognitivo humano tiene capacidad limitada y las preocupaciones monetarias dejan menos recursos cognitivos disponibles para guiar acciones y decisiones”. Por ello, continúan, “la gente pobre, a menudo, actúa con menos capacidad, lo que puede perpetuar la pobreza”. En otras palabras. No es la pertenencia a una clase inferior, o a una raza, lo determinante de la menor inteligencia, como sostienen algunos científicos racistas. Es la pobreza en sí misma, que no es algo natural, sino provocado por la acción del hombre, lo que, además de llevarte a soportar escasez por falta de dinero, te hace que actúes en desventaja intelectual respecto a los que no tienen esta situación. Es como si en un combate de boxeo uno de los participantes estuviera atado de una mano.
Si esto lo enmarcamos en nuestra situación actual, sus previsibles consecuencias producen escalofríos. Según los datos de la contabilidad nacional, desde que comenzó la crisis económica las rentas del capital han subido 3,6 puntos porcentuales, mientras que las del trabajo han caído 5,2 puntos. Esta situación, que se está produciendo a nivel internacional, incrementa la desigualdad y disminuye el poder de la clase trabajadora para defenderse del capital. Es decir, que lejos de haber superado la “lucha de clases”, como la predijo Carlos Marx, en la actualidad estamos inmersos en una lucha feroz por recuperar parte del poder perdido por parte de las clases capitalistas. Así lo dicen economistas españoles como Vicenç Navarro, e incluso premios Nobel de la talla de Krugman. De ahí el empeño en desprestigiar y destruir a los sindicatos, que son la única fuerza organizada de resistencia frente a esta embestida neoliberal.
Lo anterior nos lleva a una conclusión. La lucha contra la pobreza sigue siendo esencial en un mundo globalizado. Al menos para los que aún seguimos creyendo en el futuro de la humanidad.

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