Hoy en día, todo es más fácil. Ahí está la playa “chic”, la Ribera, ahí tenemos el moderno Chorrillo…Antes, allá en los tiempos de Maricastaña, cuando yo era niño o adolescente, las cosas no se presentaban así. La Ribera estaba ocupada por fábricas de conserva y barcos de pesca, tampoco existía acceso fácil al Chorrillo. No se había construido aún la popularmente conocida como carretera nueva, que se sigue llamando así aunque ya tenga más de sesenta años.
En esas condiciones, la playa de moda era la de Benítez, con varias casetas particulares y, en comparación con ahora, pocos bañistas, En realidad, eso de bañarse en el mar carecía de la popularidad actual. Incluso había una especie de ritual para poder llevarlo a cabo, que se iniciaba con una purga (todavía no se por qué) y que acababa por la inveterada costumbre de que la temporada de baños concluía tras la fiesta de la Asunción, en pleno mes de Agosto. Ni que decir que los bañadores femeninos eran pudorosos en extremo, Faltaba bastante tiempo para la aparición del bikini y del top-less.
Siendo yo un crío, mi madre –que solamente iba como vigilante- nos llevaba a los tres hermanos -una chica y dos varones- a Benítez. Conversaba con otras señoras, pero procurando no quitarnos la vista de encima mientras estábamos en el agua, lo que –y esto lo recuerdo como si hubiera sido ayer- sirvió para sacar a mi hermano de un grave trance, pues en un momento dado ella gritó: “¿qué le pasa a mi hijo?”, lo que llamó la atención de un joven musulmán que casualmente se encintraba allí, quién exclamó: “¡Se está ahogando!”, y ni corto ni perezoso, quitándose ropa, se arrojó al agua y nos lo trajo hasta la orilla, salvándole la vida. Aquel día había resaca y el mar se lo estaba llevando hacia adentro pese a sus esfuerzos, por lo que ya estaba exhausto. Todo nuestro agradecimiento a aquel valiente muchacho, que no quiso aceptar recompensa alguna por su oportuna intervención, pues sin que entonces lo supiéramos, había salvado a alguien que, en el futuro, llegaría a ser toda una personalidad en el campo del Derecho con bien ganada fama tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Un poco más mayores, iba con mi hermano, bien a San Amaro -entonces .toda pedregosa- o bien a la rocosa de La Peña, donde se reunía un buen grupo de amigos. Y ya, una vez terminaba la carretera nueva, empezamos a frecuentar la playa del Chorrillo, bajando por las escaleras interiores del entonces recién inaugurado Puente de la Virgen de África. A veces nos mojábamos, pues el agua llegaba hasta la muralla en días de levante o de marea alta, por lo que teníamos que esperar hasta que la ola estuviese de vuelta para pisar la playa, y aún así. Sin ese puente, el Chorrillo se nos antojaba inaccesible.
Cuando años más tarde se popularizaron los automóviles –algún tiempo después de las guerras civil y mundial- se empezó a ir al Tarajal e incluso a la Playa de los Alemanes, en territorio marroquí, pero disponible en aquella época, porque la Aduana estaba en Castillejos y asimismo se iba a playas más alejadas de Benítez en la bahía norte, en especial a Calamocarro. Pero eso ya fue en otra época, en la que proliferaron las “casetas militares”, hoy desaparecidas.
El derribo de los edificios que existían en el llamado “Boquete de la Sardina” y la retirada de las barcas que allí se situaban, supuso la liberación de la actual playa de la Ribera, alimentada, además, al igual que el Chorrillo, con la extracción, por un buque especializado, de arena procedente de un banco submarino cercano.
Todo ello, amén de los espigones y de los nuevos accesos construidos, ha servido para dar una gran vitalidad a ambas playas ceutíes. Quienes ahora se quejan del estado de nuestras playas deberían haber conocido aquellos viejos tiempos. Seguro que se callarían.
Lástima que estos avances me cojan ya con demasiados años a cuesta.