Cuando era estudiante de licenciatura en la Universidad de Granada les dije en varias ocasiones a mis profesores que leyeran la placa que adornaba la puerta de su despacho, en ellas, se podía leer la inscripción ‘profesor doctor y el nombre del susodicho’. Les recordaba, que antes que investigadores de las distintas ramas de la filosofía eran PRO-FE-SO-RES. Tal vez, esto lo hiciera por un interés particular para garantizar que pusieran el mismo interés, o más, a sus explicaciones en el aula que al siguiente libro o artículo que publicaran o más probablemente, al menos quiero pensar quiero pensarlo así, porque la docencia era una vocación en mí y la filosofía un área interesante y emocionante que explicar, es decir, que yo amaba, y amo, la docencia (pese a todo) y por eso exigía a todo docente que la amara y respetara tanto como yo.
Los malos docentes que he tenido, y han sido unos pocos, no han sido nunca los aquellos que no me motivaban a través de la elaboración de “situaciones de aprendizaje” (o el concepto pedagógico de moda impuesto por algún gurú educativo) supermegaguays, chapispirulis, que partieran de mis (supuestos) intereses personales y cuyo producto final elaborado por mí a través de miles de recursos TICs (que son cada día más TOCs en la educación contemporánea) fuera abierto y relativo a mi propio punto de vista como prescribe la moderna pedabobería impuesta. Los buenos tampoco fueron los que sí cumplían ese manual cuasi bíblico sobre el que se montaba la ley de turno. El mal docente siempre ha sido el que no transmite a sus alumnado la pasión por aquello que enseñaba, el que para él o ella la explicación y el trabajo con sus discentes era una carga pesada que anhelaban evitar y no el placer de la estar en comunión con unos alumnos que aprendían de él y de los cuales el profesor también aprende.
Por contra, el buen maestro es el que enseña apasionadamente. Ese educador, sin necesidad de parafernalias motivacionales, más propias de empresa que vende tazas que de un profesor, atrae a sus alumnos a interesarse por lo que él explica solo por su capacidad comunicativa y la emoción que imprime a su labor. Sin emoción no hay motivación y por mucha brillantina que se le ponga nadie en ese aula va a llevarse nada sustantivo.
Si ha leído hasta aquí habrá observado que he usado términos peyorativos como ‘pedabobo ‘pedabobería’ o ‘gurú educativo’, con esos términos no me refiero al pedagogo que ayuda al docente a transmitir mejor su conocimiento a su alumnado, esos conceptos los circunscribo solo a ese conjunto de ideólogos que le dicen al docente como hacer su trabajo y que progresivamente han reducido los aprendizajes para que las estadísticas, esas grandes mentirosas, sean más agradables para el político que le paga. Aristóteles consideraba que era fundamental la pedagogía y esta sección es una muestra de ello, hacer llegar un contenido complejo de la forma más sencilla y atractiva posible para que el que lo reciba y lo aprenda pueda utilizarlo en su vida. Al pedagogo lo quiero a mi lado día a día, al gurú educativo que hace que mi profesión sea algo tecnocrático y farragoso es al que cuestiono, es a ese precisamente al que llamo pedabobo y al que Platón le puede decir un par de cosas.
"El gurú educativo y Platón coinciden en la idea de que la educación es el pilar básico de una sociedad"
Empecemos por los puntos comunes. El gurú educativo y Platón coinciden en la idea de que la educación es el pilar básico de una sociedad. La escuela va a crear a los ciudadanos que van a llevar al progreso de la colectividad desarrollando las habilidades y conocimientos que estos necesitan para cumplir su función específica dentro de la comunidad. Si ese es el papel a desempeñar por la institución educativa, es necesario que esta sea universal, gratuita, de calidad y pública (aunque esto último parece no gustar demasiado en las altas esferas educativas). Fuera de esto no habría ningún acuerdo entre Platón y los ideólogos educativos que llevan 40 años desmontando la educación en nuestro país en pos de la adquisición de unas competencias que cada nueva “idea revolucionaría” alejan más y más. Pongamos a modo de ejemplo la competencia lingüística que incide en la capacidad de comprensión lectora, la expresión oral y escrita que tiene un alumno y comparemos la adquisición de esta en un alumno de segundo de bachillerato actual con la de otro alumno del mismo nivel de hace 10 años y con otro alumno de COU, la decadencia en poco más de 20 años es evidente.
Lo primero que Platón le diría a nuestro asesor educativo es que la educación debe estar disponible para todos pero que no es para todos. El sistema educativo actual ha caído en el error que es suponer que porque algo deba ser de una forma, sea necesariamente de esa forma. Estos pedagogos ministeriales están dando un salto lógico injustificado al pasar del deber ser (ideal) al ser (real). En cualquier otro ámbito pensar así se consideraría ingenuo, de ahí las multas de trafico, pero ‘los expertos en educación’ lo presentan como una verdad incuestionable. El deber ser es un ‘desideratum’, algo que es deseable, pero no porque algo sea deseable quiere decir que se cumpla en la realidad. Hasta Platón que era intelectualista ético (si alguien sabe que es lo correcto, hará lo correcto) se dio cuenta que en el ámbito educativo eso no era aplicable pues por mucho que nos hayan repetido mil veces el mantra de “estudia para llegar a ser algo”, otra gran mentira educativa, a un cada vez mayor número de alumnos aprender no le interesa lo más mínimo y por mucha purpurina de intereses (supuestos o reales) del alumno que pongas no van a querer lo que le ofreces. Esta consideración de que todo el mundo debe estudiar y que el sistema debe retener a cualquier alumno lo quiera o no dentro de él, ha convertido a un gran número de alumnos en personas frustradas e insumisos educativos, a los docentes en rellenadores compulsivos de informes y a la escuela en una maquina expendedora de títulos huecos. Quede claro que no estoy en contra de que cualquiera que quiera pueda estudiar, como decía arriba la educación debe estar disponible para todo el que quiera y la valore; lo que estoy cuestionando es que todo el mundo debe estudiar por decreto a su pesar. Si alguien no quiere estudiar, es deber de las administraciones darle una salida con vistas a una futura profesión pero no ‘encadenar’ a un niño 30 horas semanales a una silla que no le ofrece nada que quiera y valore.
"Lo segundo le diría es que para ser competente en algo se debe conocer, solo el que conoce qué es el Bien hará lo correcto"
Lo segundo le diría es que para ser competente en algo se debe conocer, solo el que conoce qué es el Bien hará lo correcto. Nuestro sistema educativo en pos de unos resultados académicos (notas) se ha centrado desde la LOGSE en educar subvirtiendo el papel que le correspondía. En clase de Filosofía enseñamos el proceso de socialización en él explicamos que hay una primera fase donde el infante recibe la educación (normas básicas de comportamiento en sociedad) en casa y una segunda fase que es la enseñanza de la que se encarga colegio, al menos en los niños y adolescentes. Estos sistemas educativos están haciendo que ahora la escuela se obsesione en educar (extirpando el papel que debe realizar la familia) dejando de lado su labor doctrinadora y solo aquellos que tienen mejores condiciones en casa o son auténticos héroes educativos, se forman. Para Platón, la academia es para enseñar a conocer las Ideas, conceptos que luego formaran a ciudadanos libres y responsables y no para formar a ciudadanos sin conceptos. Solo sabiendo puedo saber hacer y saber ser pero si no me enseñan nunca sabré y simplemente seré otra pieza sustituible de la máquina que hemos montado con nuestro sistema político-económico.
La pregunta que se hace todo docente hoy día es, ¿por qué no me dejan enseñar?
Me licencié en Filosofía por la Universidad de Granada en el año 2007. Licenciado en Filosofía por coincidencia, profesor por vocación llevo dando clase de Filosofía desde 2015 en diversos centros de Andalucía.
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