La economía de nuestra Ciudad es una especie de pesadilla de la que es materialmente imposible zafarse. La modalidad, intensidad y efervescencia del debate oscila según el momento; pero siempre sobrevuela con macabra sutileza sobre el imaginario colectivo de nuevo cuño. Por dos razones fundamentales. En primer lugar porque las tasas de paro son tan insoportables que si no fuera por la consciente tolerancia de la ilegalidad, se habría producido ya una revuelta de consecuencias impredecibles. Y por otra parte, porque cualquier “definición de una comunidad” se sustenta sobre un “medio de vida” del que Ceuta carece en una dimensión suficiente para prescindir de la respiración asistida (Presupuestos Generales del Estado). La economía pública supera con creces el cincuenta por ciento del PIB de Ceuta, en una imparable carrera hacia una “pequeña Cuba”, pero sin socialismo. El paro y la indefinición (con todo lo que lleva consigo) imponen la economía como una referencia inexcusable de la vida pública local.
Sin embargo, y cómo suceden en tantas ocasiones, este debate se produce de manera absolutamente desordenada e improductiva. Ceuta se ha convertido en el templo del “Antón Pirulero”. Aquí cada cual “atiende a su juego” con una proverbial maestría, de modo que es imposible obtener alguna conclusión, y no digamos compartir mínimamente alguna iniciativa. Existe un clima de rivalidad, desconfianza e inquina variopinta que nos inhabilita para hacer nada juntos que no sea despellejarnos.
Desde el caos dialéctico no hay manera de avanzar. Pondré un ejemplo muy sencillo de entender. En un documento sobre una estrategia de desarrollo económico (buscando consenso) se incluían como puntos sucesivos el establecimiento de una Aduana Comercial y la bajada del precio del combustible para los taxistas (probablemente el partido que proponía esto último, tendría algún afiliado taxista al que se debía satisfacer). Este es el nivel.
Esta confusión genera un contexto muy favorable para que el PP (que gobierna Ceuta y España) pueda eludir su responsabilidad sin rasguño alguno. La mezcolanza de medidas de carácter estructural con otras de menor entidad, y alguna que a duras penas alcanzan la categoría de anécdots, permite que el PP utilice el mantra de la “complejidad” para justificar su inacción en lo que es realmente difícil, pero también su desidia a la hora de acometer aquello que sí es posible.
Para ordenar el debate en materia económica deberíamos, al menos, diferenciar con claridad dos planos sobre los que trabajar.
Uno de ellos es de naturaleza estrictamente política y así hay que concebirlo y abordarlo. Para definir un nuevo modelo económico es preciso resolver definitivamente nuestra situación en relación con el encaje en la Unión Europea y unas relaciones de vecindad con Marruecos basadas en la legalidad de ambos países. Cualquier alternativa pasa, obligatoriamente, por, al menos, tres cuestiones: la inclusión de Ceuta en la Unión Aduanera (y como consecuencia, la implantación de una Aduana Comercial); la actualización del Régimen Económico Fiscal (incluyendo el reconocimiento de la UE en todas sus vertientes); y la ordenación “convenida” con Marruecos del espacio transfronterizo. Nada de esto es accesible a los ceutíes de manera directa. Sólo nos queda reivindicar y luchar por ello (todos unidos) aún siendo conscientes de las dificultades que conlleva y de las adversidades casi insalvables que tenemos que vencer (nos tenemos que mover en el espacio de ese casi).
El otro plano, en el que sí existe capacidad de intervención directa, y por tanto una responsabilidad evidente, es en el de buscar la mayor eficiencia posible del modelo vigente. Porque es cierto que aún caduco y obsoleto, tiene un margen de mejora que es obligado explorar. Y aquí el fracaso es tan estrepitoso como escandaloso. Todos culpables, pero unos más que otros; entre otros motivos, porque la hegemonía política del PP (camino de las dos décadas) convierte a este partido en una especie de moderno Nerón (aposentado en su poltrona, mueve el pulgar a su antojo, hacia arriba o hacia abajo, dando vía libre o abortando ideas, iniciativas y proyectos). Lo que se hace desde la administración en relación con la construcción (nada), con el comercio (nada), con el turismo (poco y mal), con un hipotético desarrollo de un sector industrial ligero (nada), con la frontera (mejor no hablar) o con la travesía del estrecho (bla, bla, bla); es manifiestamente mejorable. Lo que ninguna persona sensata y bienintencionada puede entender son las razones por las que no se hace aquello que sí está a nuestro alcance. Quizá la única explicación es que en la Ceuta del paro el PP se siente muy cómodo y no encuentra motivos para cambiar las cosas (al fin y al cabo, ellos tienen mayoría absoluta).
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