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Plan de Empleo

Si no me falla la memoria, los programas Plan de Empleo cumplirán, más o menos, un cuarto de siglo desde que se idearan como una “solución temporal” a la creciente demanda de empleo de aquellos días.

La historia de los planes de empleo en Ceuta se podrá contar de muchas formas, pero siempre -sin duda- los recuerdos de aquellos que los hicieron posible estarán presentes en ellos. Lógicamente los recuerdos son algo confusos y el tiempo solapa hechos que, quizá, están distanciados en el tiempo más de lo que ahora creemos, pero no por ello carece de valor el relato. En cualquier caso, ser parte de su génesis debe suponer la satisfacción de ostentar el deber cumplido, así como el de haber contribuido -como empleados públicos- a la materialización de una solución para un conflicto social que, poco a poco, iba violentando nuestra convivencia; aunque nadie les vaya a reconocer el desgaste que supuso ser muro de contención a los múltiples y variados intereses de políticos, sindicalistas, algún que otro presidente de barriada y los muchos parados del momento.

Con pinceladas de brocha gorda los recuerdos iniciales podrían remontarse al fin de obra de la promoción de viviendas de Avenida Madrid, detonante de las protestas que, sistemáticamente, se vinieron a producir en aquellos días por trabajadores de dicha obra y a los que se fueron uniendo otros muchos de distintos tajos. Por su parte, los sindicatos canalizaron las protestas (no les quedaba más remedio) y el inefable sindicalista y el presidente de la Ciudad (no tengo muy claro si tampoco le quedaba otro remedio) alumbraron el Pacto Territorial por el Empleo que, como buen parto-reparto de cualquier cosa que se haga con la Ciudad, a ella correspondió abrirse de piernas para alumbrar dinero público y a los otros cogerla de las manos cariñosamente para acompañarla en el alumbramiento... y para que no se escapase del potro de parto de la negociación, claro.

El Pacto Territorial fue el “suflé de la colocación local” y muestra de una solución político-sindicalista proteccionista del empleo, solución a corto plazo que los sindicatos consiguieron colgarle a la Ciudad. Y digo suflé porque las lista de desempleados con “derecho a los beneficios del Pacto” se infló artificiosamente, pues fue ampliada con otros muchos trabajadores cuyos únicos méritos -hasta entonces- eran, por ejemplo, ser hijo o allegado de los iniciales trabajadores “considerados a entrar en él”; y digo política proteccionista del empleo porque se tiró por la calle de en medio, haciendo empleados públicos o similar a un numeroso colectivo (todos del mismo gremio) para los que se creó una empresa municipal más y un artificioso tandeen laboral de dudosa legalidad “brigadas verdes-federación de vecinos”.

"Las consecuencias sociales y laborales de dicho Pacto Territorial han marcado a toda una generación"

Las consecuencias sociales y laborales de dicho Pacto Territorial han marcado a toda una generación de trabajadores locales, así como a la propia Ciudad, que tuvo que reinventarse en materia de empleo. Si ya entraban trabajadores de la península y Marruecos a partir de ahora serían más, porque era difícil encontrar profesionales con acreditada experiencia, ya que la mayoría estaban en lo público. Flaco favor por lo tanto se hacía a la iniciativa privada y al desarrollo empresarial de la ciudad. Una colocación que, de forma injusta, atendió más a la presión de las tamborradas y algarabías que a la mayoría silenciosa; mayoría que veía como unos cuantos conseguían un empleo público -o similar- con el único mérito de estar parado, tocar la bocina, el tambor y el silbato, tipo escrache, frente a la puerta de la Ciudad. Al final, poco o nada se ha venido a solucionar del verdadero problema de Ceuta en esta materia, que es su paro estructural, aunque sí el de muchos trabajadores y sus familias que, gracias al Pacto Territorial pudieron salir adelante con el futuro asegurado.

El Plan de Empleo de aquellos primeros años consiguió salir de la rueda de empleos dirigidos que de él se pretendía, abriendo la selección a todos los desempleados de la ciudad y perfeccionando, poco a poco, un modelo de baremación pionero en este tipo de programas. Bien es verdad que, a partir de entonces, la demanda de empleo aumentó de forma sistemática, lógicamente por las expectativas que levantaba sobre todo en mujeres y jóvenes, colectivos en los que seguimos batiendo récords hasta en Europa y con especial mención a la demanda «sin cualificar» de la que también somos campeones.

Hoy, 25 años después, con más de seiscientos millones de euros empleados en estos programas (entre salarios, cotizaciones, equipamiento, dotaciones para las obras y los servicios, demandas de los trabajadores, UPD, etcétera) todo sigue igual, porque 25 años suponen varios tramos de la desagregación por edad de los demandantes de empleo y de ellos, una gran mayoría (sobre todo mujeres y los ya no tan jóvenes) no han conocido otro empleo en la ciudad que este, ni el sistema ha mejorado (hablando en términos generales) el tipo de su demanda.


No se les puede negar a los planes de empleo haber coadyuvado a la paz social y a la subsistencia de muchas familias; haber sido para muchos un primer contacto con el mundo del trabajo; así como los beneficios de ejecución de obras y servicios por profesionales cualificados en diferentes áreas de la ciudad; o ser la solución para desempleados de larga duración y avanzada edad laboral, siendo quizá su penúltima oportunidad de empleo. Seguramente, muchas virtudes más se pueden adjudicar a estos planes, pero su duración en el tiempo los ha cronificado, haciéndolos laboralmente anómalos y socialmente de dudosa utilidad: bien porque quitan del mercado laboral profesionales que las empresas ya no encuentran, al mismo tiempo que aumenta en algunos sectores el trabajo en negro por el respaldo de tener “el seguro” cubierto; bien porque en estos trabajos no hay valor añadido alguno, ya que en su mayoría es trabajo público sobre trabajo público, aunque eso sí, satisface momentáneamente a una parte de la población; bien porque la ejecución de ciertos trabajos que podían ser asumidos por las empresas disminuye, pues la Ciudad de alguna manera lo abarca todo, aunque la productividad y rentabilidad de lo que hace deje mucho que desear... y porque sigue siendo extraña la imagen de cuadrillas escoba y recogedor en mano, cuando no bayeta y difusor desengrasante, dando una pésima visión de ciudad.

Un gobierno que sigue ofreciendo este tipo de trabajos como un plan para el empleo a través de la Ciudad, después de 25 años -aunque sea en parte- no está a la altura de lo que la Ley de Empleo llama «los Planes Anuales para el Fomento del Empleo Digno». No sólo porque sigue empeñado en ofrecer trabajo en su mayoría de peonaje a quien poco hace por salir de esa clasificación laboral, sino porque asume la obligación de buscarle ocupación a un colectivo para el que cada vez hay menos trabajo sin el horizonte del compromiso de la otra parte de adquirir la formación necesaria para acceder al escalón laboral siguiente. Como dijo el inefable sindicalista un día... «¿para qué un plan de empleo?... ¡todo trabajador tiene derecho a un salario social y ya está!» ... Verdaderamente saldría más barato.

Sobre la rentabilidad, eficacia, precio y otros conceptos del trabajo me vinieron a la memoria las teorías laborales del valor- trabajo, al ver en la playa de El Chorrillo a diez trabajadoras del Plan de Empleo sobre una “mancha de arena” depositada en la carretera de servicios y que no ocuparía más de veinte metros cuadrados, siendo el total de arena a retirar, como mucho, de un metro cúbico y allí estaban, recogedor y escoba en mano, devolviendo diligentemente la arena al arenal (empleo público neto)... en contraposición, al principio de la playa, donde pone Chorrillo -aprovecho para reivindicar aquí el artículo que le falta a la denominación- había tres trabajadores y una excavadora, se habían movido varios cientos de metros cúbicos de arena, vallado la zona y estaban preparando el embalsamiento para recoger los residuos del foso (empresa asociada de parecida gestión a la privada)... ¿Saben cuánto cuesta la hora de trabajo de los primeros y cuanto la de los segundos? ¿Y cuál sería la productividad de cada uno de los equipos? Más vale que no se lo pregunten porque se sorprenderían.

Los teóricos del valor-trabajo (de lo que se viene teorizando ya desde el siglo XVIII en relación con el coste-precio de los bienes y servicios) si hubieran conocido los planes de empleo seguramente le habrían pedido a Adam Smith (considerado padre de la economía moderna) que añadiera un capítulo más a sus teorías económicas... Sin comentario...

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