Aunque los padres, hermanos abuelos, que fueron a recogerlos, no sólo a ellos sino también al resto de la treintena de católicos de la Orden de San Agustín que componían una expedición guiada por la maestría del Padre Isidro Labrador, los besaran con el amor de siempre y vieran la transparencia propia de las miradas de la puericia, la sonrisa inocente y el el maldito acné juvenil, ellos mismos se sentían diferentes: “Diferente, para mejor”, comentaba Eloy del Río, de diecinueve años de edad, “alucinado por una experiencia espiritual única en la que he tenido la ocasión y el gusto de conocer a fieles llegados de todas las partes del mundo, sentir el amor de Cristo y el aliento del Papa en todo momento”.
Se abre la puerta automática de cristal y, entre el núcleo que conforma el animoso grupo, aparecen Esperanza María y Beatriz, alumnas del colegio San Agustín, que buscan con la mirada a sus familiares a los que, al instante, después de dar y recibir besos, abrazos y demostraciones de cariño, les muestran su satisfacción por “haber vivido una gran experiencia de la que nunca podremos, con muchísimo gusto, despojarnos”.
Una gran experiencia que a punto estuvo de perdérsela la joven Almudena, pero que “gracias a Dios” no desperdició. “Faltaba una semana, y no estaba ni muy animada ni muy segura para ir pero entre mi madre y las compañeras, finalmente me animé y ahora puedo decir que ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida”, dice Almudena quien recuerda con gran impresión “el momento de ver a jóvenes ondear banderas de Filipinas, Portugal, Croacia, Brasil , todas en señal de bienvenida al Santo Padre”. Al “sueño vivido”, sólo le ha faltado una guinda, “la de tocar a Benedicto XVI”, que Almudena promete vengar durante la celebración de la próxima JMJ, que tendrá lugar dentro de dos años en Río de Janeiro, Brasil: “Allí no se me resiste”, sentencia con buen humor.
En la luz de los ojos de los treinta chavales, en sus andares dinámicos y en el fácil acomodo que le encuentran al peso de los maletones, no hay rastro alguno de cansancio, si quiera sea por un largo viaje de regreso que comenzó en esa hora en que cantan los gallos y que ordena el despertador: “A las seis y media estábamos todos en planta, nos hemos acicalado, hemos rezado, hemos desayunado, nos hemos despedido de muchos de los 850 agustinos que, llegados de todo el planeta, han sido atentidos en el Polideportivo de San Agustín, sito junto al Estadio Santiago Bernabéu, y hemos marchado para la estación de trenes de Atocha”, rememora el Padre Isidro, párroco de la Iglesia de San Francisco.
“Atrás han quedado imágenes que jamás se borrarán, momentos gloriosos antes y después de ver al Papa, como esa demostración de poderío de las juventudes católicas, esa manera de ayudarse los unos a los otros, especialmente en el día que tanto llovió en Cuatro Vientos, ese sentimiento que se respiraba en las numerosísimas actividades eclesiásticas que se han programado o esas catequesis tan cercanas a nuestros corazones”. No obstante, y mientras Eduardo, agustino de diecinueve años, paladea cada recuerdo se guarda para el final esa imagen que siempre quedará: “Lo contaré a mis nietos y aunque, ojalá, que tenga la oportunidad de ir a más JMJ y que ésta no sea la primera y única ocasión, creo que jamás volveré a experimentar una alegría tan profunda como cuando, el viernes pasado, vi pasar al Papa a tres metros, en la calle Serrano, en pleno centro de Madrid y rodeado de amigos, compañeros y hermanos católicos que comparten mi misma creencia y sentimiento religioso”.
Tal vez agarrado a aquel viernes especial, el joven aún permanece en la capital –regresa esta tarde, un día después que sus compañeros de San Agustín–, al igual que los peregrinos ceutíes pertenecientes a la diócesis neocatecumenal, “alargando la explosión de fe y alegría vivida en éstos últimos días”, tal y como lo define Juan de Mena, responsable de la misma en Ceuta.
Aún hubo tiempo ayer para que más de tres cientos mil jóvenes, según datos estimados por la Policía Nacional, tras un cálculo fraguado a vista de helicóptero, se congregaran en un encuentro vocacional del camino neocatecumenal celebrado en Cibeles, en la que se reunió, bajo la presidencia de Antonio María Rouco Varela, a cien obispos oriundos de diversos enclaves del mundo, unidos todos a una última solemnidad que termina por complementar a lo que jamás olvidarán las almas y los corazones, a lo que siempre quedará en la memoria de los dos millones de católicos, entre los que habían al menos cinco centenar de jóvenes caballas, que durante unos días de agosto recorrieron las huellas del lánguido camino dibujado por el Dios de los cristianos.
Agustín Recio, neocatecumenal.
Agustín Recio, uno de los peregrinos que disfrutan de “una experiencia vital única”, nos narra la intrahistoria del último día de actos, el de ayer en Cibeles: “Como todas las mañanas rezamos un laude; luego. ya al mediodía, tuve el placer de reencontrarme con unos españoles que están de misión en Estonia y con los que compartí un gran año allí, también de misionero; luego en Cibeles asistimos a un multitudinario encuentro neocatecumenal donde me sentí arropado; finalmente, ya de noche, me monté en el autobus de dos plantas que me transportó junto a mis 65 compañeros de regreso a Ceuta, a la que llegaremos el martes sobre las diez de la mañana tras estar toda la noche en carretera y tomar el barco en Algeciras”.