Nos bombardean las últimas semanas los inagotables testimonios de abusos sexuales en el emporio del cine, cuando no las hazañas de las manadas. No son más que una reiteración de hechos que se suceden sobre el tema, aunque estos casos tengan más relevancia mediática. Toda exigencia sexual no basada en la libre voluntariedad y obtenida por amenaza, superioridad jerárquica o chantaje laboral, es una acción execrable. Otra cosa es extender el concepto de agresión sexual a comportamientos que, en modo alguno, rebasan los límites del respeto y que hay que contemplar bajo el prisma de manifestaciones de la compleja naturaleza de las relaciones entre seres humanos. Como expresa Marlene Schiappa, Secretaria de Estado para la Igualdad entre los hombres y las mujeres en Francia, esa “zona gris entre la seducción consentida y la agresión sexual” Precisamente, junto con la Ministra de Justicia del país vecino, está elaborando un proyecto de ley “contra la violencia sexista y sexual” y conscientes de la dificultad de definir qué es y qué no es acoso en la calle, han propuesto a cinco parlamentarios− nombramientos tal vez sesgados, por ser todas mujeres− de diferentes partidos, para que elaboren un estudio, complementado con más de trescientos talleres de debate ciudadano por todo el país. Schiappa −por cierto, una mujer atractiva−, reconoce que soltar un piropo o silbar no es acoso. En sentido contrario en nuestro país, Angeles Carmona, Presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), aseguró en una entrevista que el piropo supone una invasión a la intimidad de la mujer, por lo que debe eliminarse, aunque sea halagador. En la misma onda se pronuncian muchos grupos feministas, quienes dicen que el piropo “nos abruma y descoloca, lo vivimos como una real amenaza… se transforma en un hecho violatorio de nuestra intimidad”. Sin embargo, otra mujer, la escritora Carmen Posadas se queja de la desaparición del piropo: “En España, país antaño ingenioso en galanteos, ya no se oye una linda palabra, ni siquiera una palabrota como la que antes solían lanzarnos los obreros desde los andamios. Se acabó, las mujeres parecemos no inspirar comentario alguno, ni bueno mi malo.” El Congreso chileno, aprobó la Ley de Respeto Callejero definiendo como acoso sexual aquellas “acciones de connotación sexual ejercidas por una persona desconocida, en espacios públicos o de acceso público, generando una molestia para la víctima”. En la Ciudad de México se considera a las miradas y palabras lascivas como violencia sexual. En Bélgica se sanciona el acoso verbal, en Portugal el abuso verbal en la calle se penaliza con multa e incluso cárcel, en Perú y Argentina se previene igualmente el hostigamiento verbal callejero y en el Estado de Nueva York se sanciona también. Pero quizá sea poco conocido que, en España, durante la Dictadura de Primo de Rivera llegó a prohibirse el piropo, de 1.928 a 1.930, sancionándolo con arresto y multa. Esa manifestación tan genuina que María Moliner define como un “cumplido o requiebro dirigido a una mujer”. Quizá sea una definición restringida porque también puede ser dirigido de una mujer a un hombre. Es cierto que el cumplido, requiebro o manifestación de otro tipo hacia el otro sexo es más especifico de la acción individual del hombre, mientras que las mujeres suelen actuar de manera colectiva y me refiero, por ejemplo, a los chillidos histéricos, muchas veces teñidos de sollozos, de las fans femeninas a sus ídolos masculinos o a algunas desinhibidas despedidas de soltera. Según el Diccionario de la Real Academia, piropo es un dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer. También es una variedad de granate de color rojo intenso y una planta herbácea de la familia de las fabáceas. Su origen semántico está en el griego pyropos con significado de rojo fuego, que los romanos adoptaron en pyropus para denominar unas piedras granates de color rojo parecidas al rubí. El término se introduce en España en el siglo XV y, en su versión castellanizada, piropo es cierta piedra preciosa o metal brillante. El Marqués de Santillana emplea ya el término en 1.440. El cambio a significado de lisonja galante a la belleza de la mujer lo ubican los expertos en la Retórica de Arias Montano, en 1.569. Quevedo lo utiliza metafóricamente como requiebro o palabra lisonjera que se dice a una mujer bonita, y es durante el Siglo de Oro donde Calderón, Lope, incluso Cervantes manifiestan en sus creaciones literarias este nuevo concepto. Evidentemente la acepción de piropo actual es mucho más reciente, recogida por primera vez en el Diccionario de la Real Academia en 1.843. El verbo piropear fue admitido en 1.925 En mi opinión no es un piropo la palabra soez, la expresión subida de tono, la falta de respeto y en definitiva el acoso. Puedo hablar, desde la perspectiva de varón, de mi experiencia a lo largo de mi vida. Cuando he manifestado un cumplido a una desconocida, siempre he recibido una sonrisa, un gracias y en muchos casos ha sido el inicio de unas relaciones y de unas amistades que han durado muchos años. Creo que todo depende del tacto y del momento en que se haga y por supuesto sin que se pueda generar un asomo de incomodidad. Y es que también decir piropos es un arte. Incluso he realizado, y si tengo ocasión suelo hacerlo, cumplidos, por otros aspectos, a mujeres no tan favorecidas físicamente, y estoy seguro que lo han agradecido. En unos y otros casos, según manifestaciones de expertos en psicología, tal vez estas recepciones de halago pueden generar efectos positivos sobre la autoestima. Puedo entender todas las sensibilidades, pero me viene a la memoria −y nunca he tenido esa desgracia− lo referido por Pérez Reverte en uno de sus artículos. Se mostraba indignado porque una − se resistía a llamarla señora− a la que él, galantemente, abrió la puerta del hotel y le cedió el paso, le increpó agresivamente, llegando a calificarlo de machista. Apreciar la belleza no es ningún pecado, lo importante es la forma de manifestarlo y buscar la sintonía con el receptor. Es lo que Schiappa llama, acertadamente, seducción consentida. Finalizo con la referencia a un excelente artículo sobre el piropo, al que califica como fenómeno lingüístico y sociocultural en el espacio español, de una investigadora de la prestigiosa Universidad MGIMO de Moscú, Elena Astakhova. En el mismo cita a su ilustre compatriota, autor de El jardín de los cerezos, Antón Chéjov: “Las mujeres sin hombres pierden su brillo, y los hombres sin mujeres se vuelven tontos”.