La exclusión social socava desde hace décadas los pilares del Estado del Bienestar, no es una recién llegada, pero la crisis económica ha engordado el número de sus víctimas. Ciudadanos anónimos a los que se les esfuma un trabajo o cualquier otro sostén del que pendían sus vidas y se tornan vulnerables, silenciosos, y requieren un aliento negado por el entorno, que los llega a considerar casi invisibles. La receta para combatir esa indiferencia, moldeada desde “una perspectiva humanista”, fue el eje sobre el que ha girado el taller La relación de ayuda en el acompañamiento a personas en situación de vulnerabilidad y exclusión social, organizado por EAPN-Ceuta, la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social que acaba de celebrar su décimo aniversario.
“El fenómeno no es nuevo, arranca a partir de los años 80. Lo que ocurre es que la crisis ha multiplicado los casos de personas que se ven incapaces de afrontar por sí mismas una situación extrema, ya sea por la pérdida de su empleo, por una ruptura sentimental o cualquier otro motivo”, asegura Antonio Galindo, trabajador social y coordinador de las jornadas. La palabra que más pronuncia es “acompañamiento”. Bajo ese concepto se esconde, según le dicta la experiencia, uno de los secretos para acercarse a este tipo de personas. “Hay que apostar por una atención social más humana. Hasta ahora ha estado muy centrada en las prestaciones económicas, en crear casi exclusivamente un sistema público y privado de servicios sociales, que era necesario, pero hemos descuidado que quien cae en una situación de exclusión social lo que también reclama es un respaldo emocional, un colchón que le permita apoyarse en la familia, los amigos o la pareja”, subraya el ponente.
Un salto cualitativo que supondría pasar de “la mera beneficencia a la relación afectiva”, estrechando un vínculo “necesario para muchas personas que al caer en esa vulnerabilidad necesitan nuevas pautas que les permitan cambiar la manera en que perciben su propio contexto e incluso el mundo que les rodea”. Un proceso que, en la práctica, dejaría de considerar a los afectados como simples números en el frío balance de una estadística para consideralos personas con preocupantes carencias.
“Tenemos que abrirnos a nuevas metodologías. Los profesionales y especialistas necesitan nuevas herramientas para atender esa exclusión social, que es muy compleja, para tratar no solo los problemas, sino el dolor que los acompaña”, advierte Galindo, que asume que nadie está a salvo de la nueva plaga que anida en las sociedades contemporáneas. “Hay quien ha vivido con mucha comodidad y de golpe va, poco a poco, perdiendo la capacidad para afrontar la vida por circunstancias tan simples como pagar la luz y el agua, para dar de comer a su familia”, añade.
Entre sus alumnos figuraban profesionales, voluntarios o simplemente personas involucradas en la lucha contra la pobreza y la exclusión en Ceuta: “Cada uno ha aportado su propia experiencia personal. Y en muchos casos se percibe una sensación de frustración e impotencia por no poder afrontar el deterioro de esas personas. En eso debemos trabajar”.
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