El PSOE es un partido finiquitado. Es imposible reclamar la representatividad de la clase trabajadora de nuestro país, después de haber abaratado el despido, precarizado el empleo, congelado las pensiones y recortado el sueldo a los empleados públicos. El acta de defunción quedó extendida el día en que pactó con el PP la reforma de la Constitución con la finalidad de limitar la capacidad del Estado para luchar contra la desigualdad. No cabe una traición mayor. No se puede concebir, desde las más elemental racionalidad, que un partido que gobierna con el voto de los más humildes selle un pacto con la derecha política, al margen de la ciudadanía (ni figuraba en su programa electoral, ni fue sometido a referéndum) y al servicio del poder económico, para renunciar al avance de las políticas sociales destinadas a construir una sociedad más justa.
Resultó ser el estrambótico final de un partido incurso en un devastador proceso degenerativo, asaltado por una banda de cuatreros, que fue rehusando uno por uno todos los principios que decía defender; y que nadie quiso sanear. Muchos miles de magníficos militantes, luchadores incansables, cerraban los ojos y callaban, pensando que se trataban de leves infecciones pasajeras, asumibles como una servidumbre del sistema, que no ponían en peligro la idea, y que el tiempo terminaría por solucionar. Ocurrió todo lo contrario. Los buenos fueron expulsados, aburridos, preteridos, postergados o reducidos a la condición de figurantes. Los advenedizos, desideologizados sin escrúpulos, profesionales de nuevo cuño sin apego a las ideas, sin compromiso ético personal, se adueñaron de la organización hasta despeñarla.
Hoy el PSOE se mueve como un zombi por la vida política. Aún tiene una notable presencia, como efecto secundario y colateral de la importación del bipartidismo anglosajón; pero ha perdido su condición de referencia de gobierno. Está muerto. Ahora es una amalgama de mayores nostálgicos, que no tienen ni tiempo ni ganas para emprender nuevos caminos, y se mantienen agarrados a las banderas rojas raídas como símbolo marchito de lo que pudo ser y no fue; y una oleada de jóvenes bien intencionados que viven su particular espejismo, entregados a una causa (la lucha contra la ola derechista que nos invade) que nada tiene que ver con las siglas del partido que enarbolan pletóricos de ingenuidad.
El PSOE es el primero en reconocer esta triste realidad. Por ello ha decidido reinventarse, según su esotérica expresión. No es un ejercicio sincero de recuperación de las señas de identidad de la izquierda adaptadas a los nuevos tiempos. Es tan solo una operación de mercadotecnia política sustentada en la idea de que, recomponiendo los desperfectos más visibles, y abusando de la contrastada amnesia del electorado, el “efecto péndulo” los lleve de nuevo al poder como reacción a las agresiones que está cometiendo el PP. Una vez allí instalados, se quitan de nuevo la careta, se sumergen en la corrupción en todas sus modalidades, se alían con el poder económico, y machacan a los trabajadores con su propio voto. A pesar de la refractaria dureza del intelecto colectivo español, no es muy probable un segundo engaño de esta magnitud.
En nuestra Ciudad también estamos siendo testigos de este esperpéntico movimiento. El PSOE tiene en Ceuta el peor porcentaje de voto de todas las capitales de provincia de España. Por debajo del quince por ciento. Pero esto no fue siempre así. Ganó las elecciones municipales en mil novecientos ochenta y tres y en mil novecientos ochenta y siete. El descalabro se produjo cuando los ceutíes descubrieron que el PSOE era una formación política contraria a los intereses de Ceuta. Esto era una obviedad. Felipe González, y con él todo el partido, nunca se ocultaron. Para ellos Ceuta era un problema que el tiempo debía resolver devolviéndola a Marruecos por aplicación de la teoría de la “psicología de los mapas” y el paralelismo con Gibraltar. La consecuencia política más palpable fue su frontal oposición a la conversión de Ceuta en Comunidad Autónoma con la única justificación de no incomodar al “socio preferente del Magreb”. Ahí comenzó el calvario del PSOE en Ceuta. Nadie se tragó nunca las burdas coartadas, urdidas posteriormente para engañarnos.
Durante veinticinco años, el PSOE ha tenido infinidad de oportunidades para revisar sus postulados y ganarse el corazón de los ceutíes; pero no ha querido hacerlo. Han dulcificado el discurso. Ahora, al menos, se toman la molestia de disimular. Pero no han cambiado de opinión. El episodio del famoso “vaso de agua” de Zapatero es una foto demoledora, contundentemente explicativa, de que para el PSOE las prioridades nunca han cambiado. Primero Marruecos. Después, Ceuta.
Pero, en estos momentos, desde la desesperación del náufrago que lo tiene todo perdido, y mueve los brazos alocadamente buscando visibilidad, pretenden hacernos creer que han hecho examen de conciencia y propósito de enmienda. Ahora dicen que van a defender a Ceuta en el marco del nuevo Estado Federal que están diseñando. No han tenido la decencia de cumplir la Transitoria Quinta de la Constitución, apoyada por la inmensa mayoría del pueblo de Ceuta; pero sí nos van a convertir en un maravilloso nadie sabe (ni dice) qué. Es de una estupidez insultante pensar que por mantener una pose sobreactuada de fingida ofensa, mientras pronuncian un discursillo hueco y huero sobre “el compromiso con Ceuta”, sin el menor soporte en la dialéctica de los hechos, van a borrar de la conciencia colectiva un cuarto de siglo de agravios, atropellos y desprecios. Como prueba irrefutable de esta pueril falsedad queda registrado su voto en contra de que Ceuta se constituya en Comunidad Autónoma en el Pleno de la Asamblea. Era el mes de septiembre de dos mil once.
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