La ley dice que todos tenemos derechos, que están garantizados por la justicia, por la Constitución y por el Estado.
Podemos denunciar ante la instancia correspondiente si no se cumplen: sindicato, abogados, tribunales o cualquier institución que los proteja si han sido vulnerados.
Pero hay un mundo real, un día a día, unos hechos inapelables que nos enseñan los dientes, nos amenazan, nos anulan y nos convierten en víctimas alejadas de la mano de Dios.
Pasa en los institutos cuando insultan, agreden o humillan a un docente por parte de un alumno: son menores y la sociedad les dará patente de corso para que sus actos queden en saco roto; la impotencia y la dignidad convivirán con nosotros abandonadas de la mano de Dios.
Nuestras armas de defensa son invisibles: llamar a los padres, partes, expulsiones de algunos días o cambio de Centro si la violencia clama al cielo.
Volveremos a aguantar, a resistir y a tolerar lo que venga porque hay una enseñanza secundaria obligatoria, porque son menores de 18 años y tú ya tienes 25, 39, 40, 60 años.
Depresión, bajas, pérdida de autoestima y miedo a ir a tu puesto de trabajo.
Hay otras víctimas desprotegidas y condenadas a soportar lo que le venga, y ya no hablo de menores.
Esta Semana cuatro vigilantes de seguridad y una cocinera agredida es el resultado del último incidente de gravedad ocurrido en las instalaciones del CETI de Ceuta. ¿Las consecuencias? Las cinco víctimas de baja, el servicio de vigilancia debilitado y el agresor en libertad por las calles de Ceuta al considerarse los hechos como “delito leve de lesiones”.
Acoger, amparar, proporcionarles oportunidades, disfrutar de los mismos derechos; todo ello no puede saltarse a la torera por las personas a las que intentas proteger y ofrecerles el esfuerzo de la solidaridad.
Una trabajadora social fue asesinada por tres menores en un piso tutelado, personal sanitario agredidos por pacientes. ¿Qué le pasa a la sociedad cuando poco puede hacer frente a los que la destruyen? ¿Por qué hay tantas varas de medir? ¿Qué debemos hacer cuando poco o nada esperamos?
La ley de la selva debilita al Estado de Derecho porque dejamos de creer en él.
La tolerancia debe tener unos límites, la bonhomía, el no enfrentarse con lo que sucede es dar pie a lo que ha costado tanto conseguir.
Poner los pies en la tierra frente a los que pisotean a los demás es una asignatura pendiente. No valen excusas que lo justifiquen.