La entrada masiva sin comparación alguna que registró Ceuta el pasado mayo tiene sus consecuencias visibles en muchos rincones de la ciudad. A los asentamientos de inmigrantes que pueden localizarse dispersos se suman lo que podrían considerarse ‘pequeñas ciudades’, dada la cantidad de chabolas que se han ido levantando y que están ocupadas por marroquíes de los que llegaron en mayo y otros que ya pernoctaban en nuestra ciudad. Un ejemplo, el más claro de todos, se ve en Cortijo Moreno, barriada en donde en varias ocasiones ha intervenido la Policía, pero que ahora acoge hileras y más hileras de pequeñas tiendas.
Allí viven quienes dejaron atrás a sus familias, participando en una entrada de miles y miles de personas alentadas por esa fiebre de frontera abierta que no constituyó más que un burdo engaño. Sin un lugar donde permanecer -la Ciudad quiere habilitar unas naves del Tarajal que todavía hoy siguen ocupadas por menores-, los asentamientos aleatorios constituyen esos lugares donde pasar la noche y medio establecerse en una Ceuta que ni pensó que esto podía pasar ni tampoco nunca dispuso de medios al estilo de albergues sociales para adaptarse a las peores pero siempre posibles circunstancias sobrevenidas.
Estas personas siguen viviendo de la solidaridad en forma de ayudas que ofrecen entidades y ciudadanos de forma individual para que, al menos, tengan ropa y puedan comer a diario. Sin esa labor altruista la situación, en las calles, sería mucho peor hasta el punto de generar picos desastrosos.
¿Alguien es capaz, casi un mes después, de dar la cifra exacta de entradas que se produjeron entre el 17 y 19 de mayo? Ni el propio Ministerio de Interior la ha dado en el balance que cada quince días ofrece y en el que recoge las entradas de inmigrantes; mucho menos ha podido diferenciar entre adultos y menores, hombres y mujeres. Se habla de cifras estimadas, pero oficialmente se dejó de contar cuando las entradas desbordaron todo y a todos.
Ceuta ha ido transformando espacios en cobijo de asentamientos, lugares abandonados como la prisión o la cárcel de mujeres han cobrado su particular vida al ser empleados como zona de protección por grupos de marroquíes. Pero a estos se han sumado los campamentos que hay por toda la zona de Hacho, Valdeaguas, la Bolera, San Amaro y distintas barriadas que se han transformado al completo.
Las intervenciones de la Policía no sirven más que para un mero parcheo debido a que Marruecos sigue sin aceptar la devolución ni siquiera de los que entraron a nado. La fórmula de las fuerzas de seguridad pasa porque, con gestos así, se pueda al menos tener filiados y reconocidos a los cientos de marroquíes que llegaron a Ceuta y de los que ni siquiera se sabe su identidad.
Es la otra parte de la historia que viene después de la mediática, de la que fue recogida por los medios de comunicación de todo el país; es la parte que convive con la otra ciudad.
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