Se nos ha ido para siempre Pepe Sillero. Un gran ceutí de profunda devoción y sinceros hechos, entrañable persona, fiel farista y un nombre propio de obligada referencia para la historia de la banca local. Entusiasta luchador por naturaleza desde la cuna, una cruel enfermedad le ha ganado la partida a sus 80 años, tan jovial y admirablemente llevados.
No es fácil glosar en esta galería localista la vida de Sillero. Primero por su condición de fiel y sincero amigo, como me demostró desde que nos conocimos hace ya medio siglo, por entonces él como directivo del Imperio de Ceuta - ¡ay el fútbol Pepe!, tu gran pasión -, y yo con el micrófono en ristre de la emisora decana. Y más aún después de la magnífica semblanza que el pasado viernes hacía de él su inseparable y querido Emilio Lamorena, el extraordinario compañero durante tantos años en Caja Ceuta.
En Sillero había algo que, al margen de sus virtudes personales y humanas, siempre admiré: su gran fidelidad, cariño y amor a la tierra que le vio nacer. Se jactaba de ser, y con razón, uno de los pocos ceutíes que tenía todo su patrimonio inmobiliario en Ceuta, a pesar de las magníficas oportunidades que le pusieron en bandeja. “Yo no puedo estar dos o tres días fuera, es superior a mis fuerzas”, me decía siempre, tan felizmente acomodado en su privilegiado refugio hogareño de la calle Independencia, con sus impresionantes vistas a la bahía sur y su venerada playa de la Ribera a los pies del edificio. “Mis cinco hijos y mis nietos son mi mejor patrimonio fuera de estas paredes”.
“Te vengo echando en falta por la playa”, me decía cada vez que nos reencontrábamos en ella. “No sé lo que buscáis en esa Costa del Sol tan masificada y bulliciosa, con este paraíso que aquí tenéis a tiro de piedra”. Qué verdad tan grande, querido Pepe. Un recuerdo que siempre anidará en mi cerebro cada vez que pise tu adorada playa, o cuando no logre coincidir contigo en una de tus infatigables caminatas diarias por cualquier rincón de nuestros veinte kilómetros cuadrados.
Para un hombre que todo era actividad y pasión por el trabajo, su jubilación fue un duro varapalo. Con solo doce años inició su vida laboral en la panadería de Rompetechos, de la que salió para emplearse como dependiente en una tienda de comestibles en el Príncipe y luego en otra del Morro. Tres años después ganaba una plaza en la Caja de Ahorros como botones – recadero. “Me preparó Julián Peñalba, quien al saber que el deán de la Catedral entraba en el tribunal, me recomendó que estudiara las oraciones y bordé el examen”, me contaba. Era el año 1949 y, a partir de ahí, iniciaría su brillante carrera en nuestra desaparecida y querida Caja que un día nos la engulló la de Madrid. “Fue algo inevitable, aunque de haber tenido entonces la Autonomía, quizá se pudieran haber canalizado las cosas del Estado a través de ella, incluyendo a Melilla. Nosotros llegamos a tener el 50 por ciento de todo el pasivo de Ceuta, a pesar del desembarco en la ciudad de otras entidades”, me manifestaba en una entrevista al respecto, como uno de los empleados que más se significaron en evitar la pérdida de algo tan caballa como la desaparecida entidad.
Director desde 1954 de la sucursal del Puente Almina hasta 1981 que pasó a ejercer la jefatura de préstamos de la central, para retornar de nuevo a la anterior en 1987. Aquel año se produjo un descenso de los depósitos de todas las oficinas, excepto la de Pepe, que los elevó hasta los 600 millones, pese a lo cual y debido a sus desavenencias con el director general de entonces, lo devolvieron a la central como responsable de clientes importantes, “algo que se inventaron para quitarme de mi sitio, y eso después de entregarme una placa y distinguirme con una felicitación por mis 38 años de servicio”.
Cuando cayó el cuponazo en Hadú, Emilio Lamorena le pidió que se fuera a esa sucursal. Por entonces él había captado los 50 millones del premio. Y como director de la misma permaneció tras la fusión durante varios años hasta su jubilación, rechazando, como no, las tentadoras ofertas que le plantearon para destinarlo a una importante oficina de la Península.
Los recuerdos de la Caja de Ahorros de Ceuta no se conciben sin él. Valga como ejemplo el de la foto, la celebración en el desaparecido ‘Solymar’ de la histórica consecución de los cien millones de pesetas en depósitos (1962), con Arévalo Cañada aupado en el centro por Barrios y nuestro protagonista a la derecha.
Se nos ha ido un gran ceutí, popular y querido donde los haya, que ya descansa en Santa Catalina, en su amada tierra y junto a su hermano Enrique, cuyo cuerpo quiso traer Sillero hasta aquí tras su fallecimiento en Canadá.
Con mi mejor homenaje y recuerdo, hasta siempre amigo Pepe.