Ayer jueves despedíamos para siempre a José Antonio Acosta Larios, el maestro. Para la familia Acosta Larios el término maestro de escuela es el más hermoso que se le puede dar a un docente. Con cuatro generaciones ejerciendo la profesión, un colegio público de nuestra ciudad lleva el nombre de Pepe desde el año 1999, el antiguo ‘Prácticas – Mixto’, del Morro.
Isabel Larios, la madre de José Antonio, fue la primera maestra de la familia. Mujer de gran entereza, enviudó a los 27 años con cuatro hijos de corta edad: Isabel, Federico, Remedios y José. Vivían en Vélez Málaga, de donde eran originarios. Tenía 37 años cuando, por concurso de traslados, consiguió una vacante en Villa Jovita, en cuya escuela ejerció hasta su jubilación. Allí estableció su hogar y vivió hasta el final de sus días, siendo toda una institución en el barrio.
Excepto Federico, que fue empleado de Ybarrola, sus otros tres hijos, llamados por su gran vocación, abrazaron la carrera de su madre. Isabel y Remedios desarrollaron toda su carrera en Ceuta. José, por su parte, impulsado por su espíritu aventurero, tras estudiar en nuestra ciudad y ganar sus oposiciones, solicitó un destino en Canarias. Después se arrepintió. En medio de una gran soledad, sin luz ni agua corriente, aquello no era el paraíso soñado. De vuelta a Ceuta, ejerció en la escuela parroquial de Hadú, junto al Padre Artola. "De aquella época todos mis recuerdos son imborrables”, un huerto escolar, coleccionismo de especies de insectos, excursiones por doquier...
Cuando se creó el colegio de Prácticas, en los bajos de la nueva Escuela Normal del Morro, y después de superar con el número uno las oposiciones como ‘maestro anejista’, Pepe Acosta tuvo la oportunidad de impartir también su docencia en la Escuela de Magisterio en los años que Jaime Rigual era su director. "Me consideraba su brazo derecho."
En plena fiebre de lo que se dio en llamar Matemática Moderna y los sistemas binarios, nuestro protagonista, auténtico maestro en el tema, supo entusiasmar con sus enseñanzas a los futuros profesores a los que impartió también otras disciplinas. Pero lo suyo era la escuela, me decía. “Fíjate si será así que de nacer de nuevo, volvería a ser maestro. Estuve nueve años de director sin clase hasta que al final le pasé el testigo de la dirección a Roberto porque no podía aguantar más sin dar mis Matemáticas.”
Duro como el pedernal, se podrían contar con los dedos de las manos las veces que faltó a clase, hasta su jubilación en 1987. Incluso cuando se rompió la cabeza del fémur en un accidente, acudía a diario al centro como si nada hubiese pasado. “Distinto fue cuando me metí con la moto debajo de un camión y me fracturé algo así como treinta huesos.”, me contaba con orgullo.
Una vez jubilado, Pepe disfrutó con su taller de carpintería de la que era todo un maestro. Gran aficionado al ajedrez, participó en diversos campeonatos nacionales. La natación, deporte que hasta hace algún tiempo ejercitaba todo el año, fue otra de sus grandes pasiones. Estudió flamenco y publicó diversas poesías en varias revistas, afición que le vino por su gran amistad con su vecino de Villa Jovita José María Arévalo, el insigne poeta ya fallecido y maestro de Primaria como él.
Pepe Acosta se sentía hondamente satisfecho de que todos sus hijos fueran maestros, excepto Federico que se licenció en Farmacia y Microbiología y reside en Antequera. Los otros tres, Isabel, José Manuel y Matilde, en San Fernando, mientras que en Ceuta lo hacen Angelina, Reme y su única sobrina, Isabel.
El colectivo docente ceutí y Villa Jovita en particular vivieron ayer una jornada de sentido luto con el fallecimiento de Pepe, maestro de maestros y de tantas generaciones de niños ceutíes. Descanse en paz.