Pensaba desde mis alturas, qué debo de hacer para tener esa ventaja, necesaria, ante cualquier adversidad. Y aunque me encuentro en un pedestal, no soy capaz de sacar esa pequeña idea que me haga tener un principio de ser favorito.
La vida me ha advertido que cuanto más tenga a mí favor, seré observado desde otra posición. ¿Y eso me hace ser diferente? Yo deseo ser un ser humano normal y corriente. Que nadie ponga en duda mis palabras. Que lo que diga pueda ser utilizado para el bien de todos.
Pero ya sabemos. Si digo algo habrá miles de contestaciones contrarias. Y mientras la escuchamos, la calibramos y le damos forma se habrá ido media vida. Es más del cincuenta por ciento de nuestra existencia.
Hemos desaprovechado mucho tiempo. Y la incógnita está ahí. ¿Merece la pena pensar algo útil para los demás?
Creo firmemente que después de recapacitar unos momentos deseo ser feliz, independiente y no tener que decidir por nadie.
Así que me voy a levantar de este estado de letargo y me voy a ir a una dirección que no se la voy a revelar a nadie.
Váyase que me sigan y tenga que explicar y tener que quedarme la otra mitad de mi querida vida explicando esa nueva teoría. La de querer hacer algo por mí.
Y eso debe de ser la vida. Pensar para uno mismo y si piensa que sea con alguien que escuche y sea capaz de arrancar una enseñanza de unas palabras cultas.
Creo que será bien poco lo que deseo. Ayudar, pero que me dejen tranquilo para hacer mi vida. Decir algo pero esperar no ser reprochado por tener envidia de un pensamiento superior.
Irme y que nadie piense en mi durante una buena temporada. Ni si quiera mis parientes que me echen de menos.
¡Qué bonita es la libertad! ¡Qué bien me siento! ¿Será por observar y no decir nada que nadie pueda reprocharme? Pienso luego existo. Ahí tenemos la razón de algunos filósofos. Y la tiranía de los que no se les ha ocurrido nada.