El anuncio de la visita, este miércoles, de Pedro Sánchez a Ceuta se produce en un momento importante como es la reanudación de relaciones con Marruecos, el denominado fin a una crisis con picos imposibles de asumir. Será la segunda visita girada a la ciudad por el presidente de todos los españoles, le hayan votado o no, en unos momentos además singulares. Lo hizo en plena crisis de mayo, 24 horas después de que las fronteras quedaran completamente anuladas en una afrenta sin igual. Lo hace ahora cuando el anuncio de una hoja de ruta con Marruecos ha generado incertidumbres, dudas y críticas que, en algunos casos, han estado más movidas por la insensatez de los mismos, esos que se adueñan de la bandera y no ven más allá de su propio odio.
Si atendemos a los gestos, como clave fue el de mayo, lo mismo lo es el de ahora. Mientras hay quienes aprovechan para sembrar dudas, la única certeza es que tenemos a un presidente del Gobierno de España con visita programada de nuevo en la ciudad y en unos momentos en los que la corriente del interés, de los asustaviejas y de los españoles de postín, quiere convertir lo que tanto ha costado en una especie de venganza, de traición y de esas historias que gustan de explotar todos aquellos que no solo no creen en la diplomacia sino que son demasiado insensatos como para ver más allá de su propio ombligo.
La visita de Sánchez viene a acallar el ruido, pero como siempre obtendrá como respuesta la cobardía de aquellos que se disfrazan de falsos rebeldes para no cumplir ni con su papel de lealtad institucional ni con su deber de diputados. Los personajes de Vox acostumbran a eso, a seguir vendiendo su cuento capaz de concentrar a 40 personas en la plaza de África. Son así, los únicos y exitosos de pantomima, los que insultan detrás de un tuit pero callan en los foros donde deben hacer algo más que dar el espectáculo.
Alejados del ruido, lo que hay que tener en cuenta es el panorama de recuperación de relaciones que se presenta entre dos países vecinos más que condenados a entenderse. Las mejoras que se apuntan y las garantías de normalizar unos espacios que no pueden ser quebrados de manera tan salvaje como sucedió en mayo deben tener el peso suficiente como para aspirar a algo mejor. La visita de Sánchez es un gesto inequívoco de lo que hay.