Me voy a ocupar hoy del acto de entrega de Despachos de Teniente que tuvo lugar el pasado día 7 de julio en la Academia General Militar de Zaragoza (AGM) por el Príncipe D. Felipe, refiriéndome brevemente a la paz, la guerra, el Ejército y la formación de los cadetes en Zaragoza, como homenaje familiar a mi sobrino Emiliano Guerra Molina, nacido en Ceuta, de raíces extremeñas de Mirandilla, Licenciado en Económica, y que, como hijo de Comandante del Ejército, vivió la gran ilusión de recibir el Despacho de Teniente de Intendencia, habiendo sido destinado a Badajoz.
Y he elegido para ello el título de “Paz y guerra”, invirtiendo el de “Guerra y paz” de la obra de León Tolstói, porque con el primero plasmo el orden de preferencia que para mí tienen ambas palabras. O sea, antepongo la “paz” a la “guerra” en todo su más amplio significado. Y es que, hace más de dos mil años Cicerón ya dijo que “Prefería la paz más injusta, a la más justa de las guerras”. D. Quijote, que: “La paz es el mayor bien que se tiene en la vida, y que no es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres”. Benjamín Franklin, que: “Nunca hubo guerra buena ni paz mala”. Juan Pablo II, que: “La guerra es siempre una derrota de la humanidad”. Y Gandhi, que: “No hay camino para la paz, sino que la paz es el camino”. Vemos así, cómo los grandes personajes optan y abogan más por la paz, pese a que en el mundo ha habido siempre guerras y toda clase de violencias.
Y, ¿por qué hay quienes quieren la “guerra”, y no la “paz”?. A esa pregunta ya dio respuesta en el siglo XVII el filósofo inglés Hobbe, al aseverar: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Y es que, aunque lo ideal sería que todos los Estados y todos los seres del mundo pudiéramos vivir siempre en paz, sin hacernos daño unos a otros, y que nunca hubiera guerras, no hay más remedio luego que reconocer que eso es una mera utopía, porque los buenos deseos de paz se ven truncados por la realidad de los hechos de la guerra, ya que las mismas personas, que tanto bien podríamos recibir de la paz, somos las que más nos empeñamos luego en hacernos la guerra y también la vida imposible los unos a los otros, porque somos belicosos por propia naturaleza. Quevedo nos lo dijo así: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; y del vicio, guerra”.
Pero en las guerras el más fuerte ataca al débil, y éste es el que sufre las más terribles consecuencias, es decir, los que no cuentan con un potente ejército para disuadir a sus agresores, llevan siempre las de perder. Y eso nos está ya indicando que un Estado que quiera ser libre, independiente y soberano, hacerse oír y darse a respetar en el concierto de las naciones, debe contar con un ejército moderno que haga conciliar la potencialidad de su fuerza con el uso pacífico y solidario de sus medios, que sirva de poder disuasorio por si alguno de los demás Estados se siente tentado a atacarlo, que en el caso de España la historia nos enseña que todo es posible, si se tiene en cuenta el anexionismo exacerbado de alguno de nuestros vecinos sobre partes integrantes de nuestro territorio nacional.
Y lo triste es que siempre ha habido guerras y las seguirá habiendo, muy a pesar nuestro. Por eso la existencia de un ejército es imprescindible. De ahí que en la AGM, donde se forman los nuevos Oficiales, figure la célebre frase: “Si vis pacem parabellum” (Si quieres la paz, prepárate para la guerra), que todavía existe pese ser esa una aparente contradicción, toda vez que ya no existen la “guerra fría”, ni la amenaza de guerra nuclear, ni los antiguos bloques beligerantes radicalmente enfrentados, sino que ahora ha emergido un nuevo marco de relaciones internacionales basadas en el diálogo y en la cooperación entre los Estados. Sin embargo, hoy existen otras clases de guerras: el terrorismo que tanta desolación y barbarie siembra en el mundo, la piratería, las guerras raciales de exterminio entre tribus en África, las de secesión como en Los Balcanes, y otros numerosos conflictos bélicos. Es por ello, que ninguna nación puede quedarse inerme. El sagaz político D. Emilio Castelar, decía que: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”. De ahí la actualidad que todavía recobra la lapidaria frase de la AGM.
Lo anterior nos alerta de que ningún país debe bajar la guardia, porque a los riesgos tradicionales que amenazaban la paz y la seguridad, ahora se unen otros nuevos. Por eso, todo Estado soberano debe contar hoy con un ejército moderno y bien equipado que haga conciliar la potencialidad de su fuerza disuasoria con el uso pacífico y solidario de sus medios. De ahí también la presencia del Ejército en misiones de paz, que tantos buenos servicios ha prestado, aunque a tan alto precio.
Pero un ejército moderno (lo dice un civil), necesita tener unos cuadros de mando muy preparados, debido a que las funciones de dirección y de especial responsabilidad que el mando ejerce requieren tener mucha capacidad de resolución, de análisis, serenidad y ponderación de juicio, ya que de su toma de decisiones dependen importantes medios personales y materiales, la vida de muchas personas sobre las que se manda, que no se pueden dejar en manos de cualquiera, sino que han de estar a cargo de Jefes y Oficiales sólidamente formados y altamente capacitados; y también puede de ello depender la defensa de la Nación, de cuya custodia la Constitución hace al Ejército su legítimo depositario.
Y esa noble función formativa la asume la AGM de Zaragoza, que en la promoción de 2010 de 2.271 aspirantes a Oficial que se presentaron a la Oposición, aprobaron 440. Y es tan dura luego la formación, tanto académica como militar, que los jóvenes Tenientes salen de la Academia completamente formados y moralmente fortalecidos tras durísimas pruebas y grandes esfuerzos y sacrificios, como lo acredita el hecho de que muchos no llegan a aguantar tan duro régimen de vida. En el primer curso se dieron este año de baja voluntaria unos 60 cadetes. Otros, como mi sobrino Emiliano, lo han sobrellevado con gran entereza, al sentir una gran vocación y un alto espíritu militar.
Quizá por eso Cervantes dice en El Quijote: “Ser militar, obliga a tener astucia, cultura y discernimiento”. Y Ortega y Gasset: “El grado de perfección de un ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y la vitalidad nacional”. Y eso es tanto como decir que el Ejército es fuente de moralidad, de acendrados valores y de acrisoladas virtudes. Lo dispone el artículo 15 de las Reales Ordenanzas: “Las Fuerzas Armadas darán primacía a los valores morales que, enraizados en nuestra secular tradición, responden a una profunda exigencia de la que sus miembros harán norma de vida”.
Y qué digno de admiración es ver que, en medio de una sociedad que tanto se inhibe del esfuerzo y del sacrifico, y de un mundo tan materialista, con una quiebra tan profunda de lo que siempre fueron valores esenciales, salgan luego esos jóvenes Oficiales pletóricos de espíritu y de moral, dispuestos a tanta entrega y servicio a los demás como en la AGM se les inculca. Yo diría que, de alguna forma, ellos son una especie de reserva moral de España, a través de las virtudes que en dicho Centro se les enseña de hondo contenido patriótico, solidario y humanitario, que les lleva hasta a buscar el riesgo de querer poner en peligro la propia vida con tal de su entrega por vocación a los demás, razón que luego hace despertar en la sociedad ese sentimiento de admiración, reconocimiento y gratitud que hace del Ejército una de las Instituciones más valoradas, al ver esa permanente predisposición y continuada actitud de abnegado servicio hacia el prójimo.
Con razón, otro grande de nuestra Literatura, Calderón de la Barca, llamó a la familia militar “religión de hombres honrados”, de la que todavía hoy nos dan constantes pruebas esos entusiasmados jóvenes Oficiales de honor que acaban de graduarse en la Academia General; al igual que también nos las dan los demás hombres y mujeres que sirven en las Fuerzas Armadas. Pues, sobrino Emiliano: Mi más cariñosa enhorabuena y mi efusiva felicitación por tu Despacho de Teniente, que con tanta ilusión has acariciado y que con tanto esfuerzo y sacrificio te has ganado a pulso. ¡Suerte!.
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