El sentimiento patriótico parece haber nacido con marca política de la casa. Estas elecciones se demuestra claramente cuál es el nivel y hasta dónde pueden llegar los llamados a representarnos. En el momento en que se pelean por hacernos ver cuál es el mayor defensor de la españolidad están ofreciendo la peor de las tarjetas de presentación. Una tarjeta sostenida en gustos por enfrentamientos en donde parece que eso de ser español está sujeto a un partido y negado a otros. ¿Cómo se puede decir que el pilar fundamental de un programa político de quien opta a la Presidencia del Gobierno pasa por la defensa de la patria y el sentimiento que la rodea?, ¿a qué otra patria sino va a defender cualquier partido?, ¿debe ser tenido en cuenta como valor añadido difundir algo que ya se tiene?
La historia tiene truco, por cuanto hay quienes se han apropiado sin permiso para ello de la bandera y de lo español, situando a todos los demás en la esfera de lo radical. Lo han hecho sin permiso y sin reparos, situando lo español en algo así como un arma que sustenta su acción política y que niega la de los demás. En esas andan muchos, en pelearse por ver quien hacer ver más que nadie cuánto de español se es si se vota a un partido u a otro.
En esta guerra electoral que acaba de comenzar nos topamos con la apropiación indebida de un sentimiento y con la escenificación promovida por quienes se creen los dueños del dolor producido por la banda terrorista ETA. Sus víctimas dolieron a todos, no solo a la clase política y no solo a un partido concreto. Pero parece que ni eso importa cuando se saca a escena a unos terroristas para intentar dignificar la labor de un partido sobre otro, haciendo ya no solo que la bandera deba ser de una sola ideología sino también el dolor por tantos asesinatos.
A esto estamos asistiendo. Ahora y lo que nos queda. Los mensajes se repiten de manera machacona, son los mismos, sustentados en las mismas bases. Nosotros, receptores de este nivel, votaremos en base a criterios personales pero en un panorama tan bajo, tan absolutamente mediocre que resulta vergonzoso que sea el pan nuestro de cada día.