Se ha convertido en norma en muchas ciudades, incluida Ceuta, en iluminar los monumentos con el objetivo de realzarlos durante la noche. Hace veinticinco años participé en un congreso científico en Écija y aún recuerdo la imagen de sus iglesias iluminadas cuando llegamos al pueblo tras el ocaso. En la cerrada oscuridad sobrecogía la estampa de las torres iluminadas de las iglesias astigitanas. Se notaba que era un proyecto bien diseñado y respetuoso con el patrimonio. Por desgracia no sucedió lo mismo cuando esta moda llegó a Ceuta. Creo recordar que fue en el año 1998 cuando se ejecutó el proyecto de iluminación del foso de la Muralla Real. Al parecer este proyecto no llegó a pasar por la Comisión de Patrimonio Cultural para su aprobación, como era perceptivo. La Consejería de Fomento actuó de manera unilateral y adjudicó un proyecto que en la práctica supuso abrir una serie de grandes huecos para instalar focos con los que iluminar el foso de las Murallas Reales. Estos hechos fueron denunciados por el Instituto de Estudios Ceutíes en distintas ocasiones y en el seno de la propia Comisión de Patrimonio Cultural, en una de cuyas reuniones la Ciudad se comprometió a reparar los daños provocados aprovechando la reforma del sistema de iluminación. Esta reforma se hizo, instalando nuevos focos que permiten combinar distintas tonalidades, pero los desperfectos en la muralla renacentista no se subsanaron.
A comienzos del año pasado nuestras autoridades también decidieron renovar la iluminación de la fortaleza del Hacho y una vez más “olvidaron” solicitar permiso a la Comisión del Patrimonio Cultural y al Ministerio de Cultura, como órgano competente en la protección de los bienes culturales adscritos a la administración general del Estado. Sin contar con los permisos requeridos subieron máquinas excavadoras al perímetro de la fortaleza alterando su entorno inmediato y abriendo zanjas junto a los propios lienzos de la muralla sin ningún tipo de control arqueológico ni supervisión técnica. Desde Septem Nostra hicimos una denuncia pública de estos hechos y elevamos una denuncia por un posible caso de expolio al Ministerio de Cultura. Nosotros no hemos recibido respuesta a nuestro escrito, pero transcendió a la prensa que el gobierno central, en respuesta a una pregunta parlamentaria presentada por VOX, confirmó que el Ministerio de Cultura no había autorizado la actuación en el entorno de la fortaleza del Hacho como era obligatorio al tratarse de un conjunto histórico bajo su tutela.
"En esta sociedad cobra más importancia el relato que la realidad, el artificio que el arte"
Han pasado los meses y que sepamos no se ha depurado ninguna responsabilidad por lo sucedido en el entorno de la fortaleza del Hacho. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que de un día para otro notamos un cambio de tonalidad en la iluminación del recinto fortificado y en estos últimos días lo hemos visto verde, en homenaje a la Guardia Civil; y con los colores de la bandera de España en la celebración del Día de la Hispanidad. Que se haga de manera puntual, y en ocasiones señaladas, una proyección de colores para tratar alguna temática concreta no plantea, desde nuestro punto de vista, ningún menoscabo en la obligada preservación de nuestro patrimonio cultural. El problema, como siempre, viene de los excesos y de la incoherencia en las políticas patrimoniales.
Nuestra clase política es muy dada a los discursos grandilocuentes y a los golpes de pecho a la hora de proclamar su compromiso con la defensa de nuestro patrimonio y nuestras señas de identidad, pero a la hora de la verdad hacen poco para proteger y conservar nuestros bienes naturales y culturales. Los mismos lienzos de muralla que utilizan como pantallas para la conmemoración de todo tipo de causas, todas ellas legítimas sin lugar a dudas, están en algunos casos en un deplorable estado de conservación y en serio peligro de venirse abajo, como sucede en algunos puntos de la fortaleza del Monte Hacho.
Vivimos inmersos en la sociedad del espectáculo, tal y como expuso con gran acierto el filósofo Guy Debord. En esta sociedad cobra más importancia el relato que la realidad, el artificio que el arte. Ésta es la razón por la que el poder económico y político gasta enormes cantidades de dinero en publicidad y propaganda. Cuenta Christian Salmon en su obra “Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes” (Ediciones Península, 2008) que el presidente Bill Clinton dejó escrito en sus memorias que la política “ya no consiste en resolver problemas económicos, políticos o militares, debe dar a la gente la posibilidad de mejorar su historia”. De esta forma, el presidente asume el papel de guionista, realizador y actor principal de una serie televisiva, como “El ala oeste de la Casa Blanca”. El peligro de este tipo de práctica del poder, tal y como expuso John Anthony Maltese -y recoge en su libro C. Salmon- es abocarnos “a una democracia menos deliberativa, ciudadanos inundados por el espectáculo simbólico de la política, pero incapaces de juzgar a sus líderes y la pertinencia de sus políticas”.
"Esto demuestra que las murallas le interesan más como pantallas que como elementos relevantes de nuestro patrimonio cultura"
Tan fascinados estamos por los relatos escritos y protagonizados por nuestros políticos que confundimos la ficción con la realidad. Lo más peligroso es que la mayoría prefiere una mentira bien construida, que una verdad incómoda y dolorosa. Por este motivo quienes intentar desmontar los relatos que con tanta habilidad teje el complejo del poder se enfrentan no sólo a los conductores de la megamáquina, sino a los hipnotizados espectadores que tanto disfrutan de una serie escrita y pensada para abstraerles de la cruda realidad. Si no me creen pregúntele a la directora de este medio por el aluvión de críticas que recibió en las redes sociales por atreverse a escribir que las imágenes aéreas mostradas durante el programa Master Chef Celebrity no expresaban la realidad de una ciudad con graves déficits en sus barriadas y con otros problemas que requieren una acción contundente por parte de las autoridades.
Volviendo al tema que nos ocupa, no me preocupa que en ocasiones puntuales se iluminen con determinadas composiciones de colores los lienzos del foso de las Murallas Reales o de la fortaleza del Hacho, lo que sí me inquieta es que las excepciones se conviertan en regla y confundamos las murallas con la pantalla de un cine de verano. Nuestro patrimonio merece que lo tratemos con dignidad y respeto, pues son el testimonio de la historia y el recuerdo de nuestros antepasados. Podemos disfrutar de la belleza de nuestros bienes naturales y culturales, así como realzarla en la medida de nuestras posibilidades. Para alcanzar este loable propósito resulta mucho más eficaz y adecuado invertir en la protección y restauración de nuestro maltrecho y abandonado patrimonio natural y cultural que iluminar algunos monumentos, como si la ciudad fuera un parque de atracciones o el escenario de la storytelling del político de turno, sobre todo cuando estos proyectos de iluminación se ejecutan incumpliendo la ley de patrimonio histórico. Esto demuestra que las murallas le interesan más como pantallas que como elementos relevantes de nuestro patrimonio cultural que tienen la obligación de proteger y mantener en las mejores condiciones posibles para el disfrute de nuestra generación y de las venideras.