Théophile Gautier (1811 – 1872), en el prólogo de su novela Mademoiselle de Maupin (1834) defiende la concepción del “arte por el arte”, insiste en la importancia de las flores para hacer más fácil y más grato el camino de la vida humana y lamenta que los objetos más bellos no se consideren valiosos ni necesarios: “Nada de lo que resulta hermoso es necesario para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente.
¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores? Yo renunciaría antes a las patatas que a las rosas, y creo que en el mundo sólo un utilitarista sería capaz de arrancar un parterre de tulipanes para plantar coles”. Estas afirmaciones tienen mucho que ver con el hecho constatado de que, desde la segunda mitad del siglo pasado, se ha seguido devaluando “progresivamente” la estima de las Humanidades.
A mi juicio, en el fondo de los razonamientos que los críticos hacen de este declive late un hecho doloroso y real sólo en apariencias: las Humanidades no aumentan el producto interior bruto de las sociedades y, por lo tanto, sólo proporcionan unos saberes inútiles. El profesor, filósofo y escritor italiano Nuccio Ondine, en un libro publicado en 2013, titulado La utilidad de lo inútil, distingue dos tipos de utilidad: la que produce beneficios económicos y la que nos hace mejores como seres humanos.
Útiles son aquellas actividades que nos sirven para algo, pero valiosas son las que nos importan por sí mismas, las que nos gratifican porque nos hacen crecer como seres humanos, las que son importantes –yo creo que imprescindibles- por su bondad, por su belleza o por su verdad. Las ciencias humanas son valiosas y necesarias porque nos sirven para que seamos y nos sentamos mejores, más “amables”, sí, más merecedores de ser amados y, al fin y al cabo, más felices.
La filosofía, la sociología, la psicología, la ética, la antropología, la estética, la arqueología, la geografía, la literatura, la historia y las artes, nos nos estimulan para que seamos más lúcidos, compasivos, benévolos, sencillos, más comprensivos, serviciales y solidarios, nos orientan en las tareas del cultivo humano personal y colectivo para mejorar nuestra capacidad de juicio y el buen gusto, y nos ayudan a alcanzar esa autocomprensión de la humanidad.
Está claro que debemos cultivar las patatas, pero a condición de que también reservemos un espacio y un tiempo para sembrar flores.
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