Categorías: Sucesos y Seguridad

“Pasamos miedo porque todo estaba lleno de fuego y había explosivos”

El 2 de marzo de 2010 unos agentes de la Guardia Civil fueron esenciales en el rescate de los heridos. ‘El Faro’ habló con ellos. ¿Cómo reaccionaría si estuviera rodeado de llamas, gritos, gente herida y explosivos que pueden estallar en cualquier momento? La respuesta que dicta la razón es huir antes de que explote todo, pero la respuesta del corazón y el sistema nervioso es impredecible. Eso es lo que defienden Miguel y José Antonio, los dos miembros de la Benemérita que el día 2 de marzo de 2010 se vieron envueltos en la explosión de Fuerte de Mendizábal. Ha pasado un año de aquellos desgraciados hechos, pero la imagen de lo que ocurrió sigue latiendo con fuerza en la mente de estos dos agentes que, uno a uno, fueron rescatando a todos los heridos.
Aquel día entraron a trabajar a las 14.30 horas y debían estar en la zona hasta que se acabase con el trabajo pendiente. “Se estaba quemando el material sobrante, algo falló y nos pilló a todos en medio”. Lo que ocurrió lo definen como algo “inesperado”, “espontáneo”, y “sorpresivo”. “Nos lo comimos de frente y nuestra suerte fue que en ese momento nos acabábamos de meter en el vehículo porque ya habíamos terminado de reventar unos detonadores e íbamos a ver cómo se acababa”, narra Miguel con seriedad. Lo que vino luego es de sobra conocido por todos. Se produjo una terrible explosión y hubo diez personas heridas, una de las cuales falleció.
José Antonio recuerda la violencia de lo sucedido: “La explosión fue tan fuerte que levantó el coche del suelo y lo lanzó a quince metros de distancia. La onda expansiva nos cogió de lleno. Reventaron los cristales del vehículo y se descolgaron las puertas”. Su compañero completa el relato añadiendo que “durante un par de segundos nos quedamos completamente aturdidos, pero cuando volvimos en sí observamos todo en llamas y a las personas tiradas en el suelo y chillando”. A partir de ese momento los segundos se convirtieron en horas y todo comenzó a suceder demasiado despacio. “Al principio ni nos escuchábamos. Yo veía a mi compañero hablar, pero no sabía qué decía. Las manos tampoco las sentíamos. Era como si no tuviéramos dedos”, describe Miguel. Tras comprobar que ambos estaban bien se bajaron del coche y comenzaron el rescate de los heridos. En total sacaron a seis personas, de las que tres estaban muy graves. “Tenían amputaciones, heridas y parecían estar muy mal”, agrega José Antonio. Su rápida actuación respondió a un impulso. No se lo pensaron dos veces. Había que salvar a esas personas. Su temor era que había otras veinte cajas de explosivos apiladas en la zona y ellos temían que pudieran explotar. “Nos la jugamos y entramos entre las llamas para rescatar a esas personas. Cada vez que sacábamos a uno y lo poníamos resguardado detrás de un vehículo pensábamos que el resto del explosivo podía estallar y pillarnos a nosotros en medio”, afirma Miguel. Paralelamente, su compañero asegura que se decía todo el tiempo: “Ojalá que no explote, ojalá no explote” y cuenta que “pasamos miedo, temor, porque todo estaba lleno de fuego, ellos chillaban y había explosivos por todos lados”. Los agentes recibieron la ayuda en el rescate de dos vigilantes de seguridad que trabajaban en la obra.
Los miembros del Instituto Armado contaron como “las ambulancias no podían acceder al lugar porque estaba todo muy mal y el terreno enfangado”. Entonces, ellos mismos tuvieron que trasladar a los heridos hasta las ambulancias en los coches que tenían “lo más rápido que pudimos”. Un hecho heróico que los familiares de los heridos no dejaron pasar y por el que enviaron una carta de agradecimiento a los dos guardias civiles. Tras el incidente, los agentes acudieron al hospital para ver a los heridos y comprobar cómo se encontraban. “Estuvimos en el centro hospitalario varias veces, pero no nos dejaron ver a las personas que rescatamos”. Lo que más lamentan es la muerte de uno de ellos.
En la actualidad, tanto Miguel como José Antonio siguen trabajando en la misma unidad e incluso en el mismo lugar: las obras de la nueva cárcel. Antes de que pasara un mes desde la explosión los dos agentes ya estaban trabajando de nuevo. “La primera vez que volví a ese lugar sentí un agobio muy grande, pero rápidamente pensé que había que seguir para adelante”, se sincera uno de ellos mientras confiesa que lo que ocurrió le unió más a su familia y le hizo ser consciente de que cada vez que los besa puede ser la última vez que lo haga.
Un año después de la tragedia los agentes han recuperado la normalidad, mantienen el contacto con las personas que se vieron envueltas por la explosión y aseguran que tienen dos cumpleaños.

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