Opinión

Parábola de la oveja perdida

Quise hablar sobre el Libro de Tobias con anterioridad, pero no pude porque se alargaba mucho el relato. Ahora con Myrian hemos decidido sacar algo a la luz de este libro, cuyo original semítico se ha perdido.
En una cueva de Qumrán se han descubierto los restos de cuatro manuscritos arameos y un manuscrito hebreo de Tobías. Este libro es una historia de la familia Tobit, un deportado de la tribu de Neftalí, piadoso, observante de la Ley y caritativo, que se queda ciego en Nínive. Esta es una narración edificante y sabia, en la que resaltan los deberes de cada uno para dar reposo a los muertos, el dar buenos consejos y limosnas. El sentimiento familiar y las avanzadas ideas sobre el matrimonio son tales, que preludian el concepto cristiano sobre este asunto. Así dice Tobit a su hijo Tobías: “Hijo mío, escucha mis palabras, grábalas en el fondo de tu corazón y cuando Dios haya recibido mi alma, darás sepultura a mi cuerpo. Honra a tu madre mientras viva, teniendo presente lo mucho que ha padecido por ti, y cuando termine su carrera, dale sepultura a mi lado. Ten siempre a Dios en tu pensamiento y no quebrantes Sus mandatos. Compadécete del pobre, para que Dios se compadezca de ti. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da poco, pero hazlo siempre con buena voluntad. No te dejes dominar por el orgullo y la vanidad, que es origen de todo pecado. Paga siempre el salario debido a los que te sirvan. No hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a ti. Procura siempre los consejos de un hombre sabio y prudente y evita la compañía de los malos”…
En otra ocasión hablaremos del encuentro entre el ángel y Tobías, que es una historia muy interesante y bonita…
Atardece en un claro día de verano, en medio de un campo segado y triste, cerca de un riachuelo bordeado con árboles diferentes. Y como estampa bucólica van pasando parsimoniosos los rebaños hacia sus rediles. Se oyen los típicos sonidos campestres de las campanillas repiqueteando desde los cuellos del ganado, el canto estridente de los grillos vespertinos y el de las desagradables chicharras. Y allí mismo está Jesús hablando a la multitud: “Vuestro Padre es como un pastor preocupado por sus ovejas, buscando las mejores hierbas que las hagan más sanas y lustrosas. Prefiere los pastos de hierbas no muy altas para que no se escondan en ellas las culebras, ni las víboras y maten a sus ovejas. Las cuida, si están enfermas, sana a las que están heridas, les evita el excesivo sol y la humedad, les da de comer con su mano y les habla como un amigo. Así hace el Padre Celestial con los hijos que andan errantes y perdidos: los reúne con Su vara de amor, los guía a Sus pastizales, que son la Ley, y los lleva hacia Su redil, que es el Cielo. Pero una oveja que Él amaba mucho Lo abandona. Era una ovejita joven, limpia, inocente, que el Pastor miraba con ojos llenos de ternura. Por el camino que bordea el pastizal pasó el Tentador vestido de colores, con adornos de oro, cascabeles de plata y perfume embriagador. El Buen Pastor es capaz de defender a cada oveja con Su vida. El Tentador lleva un incensario de piedras preciosas, que embauca, aturde y emboba a la oveja más joven, que tanto quiere el Buen Pastor. Él la llama para que regrese, pero ella corre veloz hacia el Tentador, por lo que ya no está en los Pastizales verdes y frescos que antes disfrutaba. El Buen Pastor deja a Sus noventa y nueve a buen recaudo y se va en busca de la oveja perdida, pero ella no quiere regresar. Él la ve de lejos entre reptiles, está ebria de rebeldía, ve a su amo y se ríe de Él, aunque se siente culpable, y no lo mira porque le da vergüenza. Él la sigue tras la suciedad de su lujuria y no se cansa de esperar. ¡Al fin la alcanza! “Cuánto he caminado por ti para llevarte a Mi redil. No bajes la frente, tu pecado está sepultado en Mi corazón. Te defenderé de las críticas, te serviré de escudo contra las piedras de los que te acusan. Tienes heridas profundas que te las causó el Tentador. Yo te perdono y te tiendo los brazos. Ven y renace en el Verdadero Amor. Regresa a Mí, tu llanto lavará las huellas de tu pecado. Estás enflaquecida, Yo te alimentaré con Mi Amor, te llevaré en Mis brazos a los Pastizales Santos, las otras noventa y nueve se alegrarán con tu regreso y te harán una gran fiesta”.
Detrás de Jesús, alejada y escondida, está María Magdalena con velo oscuro. Llora silenciosa al oír que Jesús dice: “ Te he encontrado, amada”.
Él no se vuelve para mirarla, pero sabe que está ahí, y sabe que está arrepentida; en su corazón ya no hay orgullo, ni egoísmo, ni podredumbre. Recordemos por un instante la Misión del Señor. Él vino a salvar a publicanos y meretrices, a sabiendas de que el mal odia al bien y lo quiere manchar con injurias, por lo que sólo muriendo el grano germina y se produce el Apóstol, muriendo cada día en el sentido metafórico, pues el espíritu triunfa sobre la muerte humana.
En un principio María llegó al Señor para pasar el rato y reírse de Sus enseñanzas, pero sonó la Voz clara y enérgica de la Verdad, que no tiene miedo a que no se Le comprenda. El amor de Dios empuja a perdonar y compadecer, y nos enseña que el perdón es más útil que el rencor. Jesús recuerda la Ley que la pecadora no cumplía, aunque al mismo tiempo puso en ello Sus palabras de consuelo. El perdón es como un rocío que baja en forma de sanación, y la caridad es como una caminante incansable, que llega al hombre a pesar de que esté sumergido en el fango, para poder avanzar en santidad, pues siendo santos se comprenden los milagros, la transfiguración, la resurrección y el don de ubicuidad, es decir, el poder encontrarse a la vez en otro lugar diferente.
Jesús tenía que demostrar a Sus discípulos que Él era Dios y Maestro, con una facultad extra humana les enseñaba la perfección para que sus pensamientos fueran puros. El Señor tenía que decirle a la infeliz de María que todo su alrededor estaba tan sucio que así no podía obrar Dios en ella, y que ella repetía el pecado de Eva, ofreciendo el fruto a los Adanes de turno, tentándolos, porque ella era servidora de Satanás.
María debía limpiarse, pues esa es la condición primera para tener a Dios, y para ello había que limpiar el rencor y el saber perdonar, y no ver sólo las culpas en los demás. Son infelices aquellos que después de haber recibido la gracia de Dios, no saben agradecerlo y son peores que los alimañas. María Magdalena estaba allí inmóvil, El Maestro no se dirigió a ella, sólo quería redimir su alma, por lo que la tuvo en aparente descuido. Tenemos que saber lo importante que es ser amado por Dios, y no ser poseídos por Satanás. Dios pide que el alma sea santa y haga santa a la familia. No se puede exigir todo de quien poco antes estaba en el fondo de las tinieblas. El Señor Dios no exige conversiones instantáneas, pero hay siempre alguien que a pesar de los desvelos del Apóstol no va hacia la Luz, no obstante, los méritos del Apóstol son los mismos. Es necesario intentarlo, aunque de mil sólo se salve uno, porque las fuerzas de Satanás son más fuertes que las del Apóstol. Pero Dios está ahí y actúa. El Apóstol es un obrero de Dios, que no sólo debe orar, también amar sin dureza. El amor es un cúmulo de esencias que preservan e impiden a la podredumbre satánica que penetre en el alma.
Y el Maestro quería el alma de María, por lo que no solamente se comportó como Maestro, desde Su Cátedra, sino que descendió hasta los caminos del pecado para buscarla, siguiéndola con Su amor y con Su dulce persecución. Él era la Pureza Infinita, y ella era la impureza. Jesús no temía el escándalo, pues Él es la Misericordia que llora sobre las culpas, y no se escandaliza.
Debemos saber que la Piedad nos dice: “Hermana, levántate para conseguir tu bien”, ya que con frecuencia se realiza el milagro. Los ojos buenos que miraban al Señor, lo comprendían, pero los ojos de los malos, se creían perfectos y encontraban culpa en Dios, por eso no podían curarse. El Apóstol no debe tener miedo al hablar a la multitud en la barca mística, aunque lo hagan callar, pues la palabra va haciendo círculos que se alejan, hasta llegar a los que se encuentran en el fango. Es como si rompiésemos el terrón duro de tierra y con ello prepararlo para echar la semilla. Es un trabajo muy duro. Un verdadero Apóstol sangra de dolor al tener que hacer una herida para abrir el corazón, pero es un dolor fecundo, que hace fértil el terreno inculto. Hay que arrancar la cizaña, las espinas, la grama, para que el terreno esté limpio y arado, y para que el poder de Dios con Su bondad lo atraviese como Juez, Médico compasivo, y con ello dar tiempo a las almas para que superen la crisis, mediten y decidan.
Cuando el alma está preparada a base de silencios y meditación, entonces llora y piensa en sus errores del pasado, para a continuación acercarse a Dios tímida y con miedo. El Apóstol ha de recibir con ternura a un alma arrepentida, y si tiene a Dios en sí, siempre se encontrarán con facilidad, palabras que conforten al alma, aunque esté herida, pero al verse acogida se sentirá aliviada como si hubiese recibido una medicina. El Maestro quiere que los pecadores sientan el sabor de la caridad y no busquen otro alimento. Los Apóstoles son los doctores de las almas, y no deben sentir temor, pues el temor supone castigo. “Quien teme, no es perfecto en la caridad”, (1Ju. 4,18). Los brazos de Jesús siempre están abiertos. Hay que olvidar a Satanás y ser fuerte para poder llevar ovejas perdidas al Señor y decirles que no tengan miedo del Salvador. Él nos espera al otro lado del río para llevarnos a los Pastizales Santos…
Ha amanecido en un precioso día de verano. Cuando Jesús va a subir a la barca, llega Marta con Marcela que quiere hablar con Él un momento. El Rabbí dice a todos que se marchen, Él se unirá más tarde. Tienen que ir a Magedán y a la Decápolis a predicar. Ambos caminan hacia un lugar solitario, allí pregunta Jesús a Marta el motivo de su preocupación, sin perder Su sonrisa. Ella Le cuenta que María llegó a casa, comieron y luego ella le pidió un vestido sencillo y un manto, pues quería oírlo en Cafarnaúm, ya que hablaría aquella tarde.
“Estaba afligida e indecisa, Maestro. Luego lloró, no quiere encontrarse con nadie, no logra deshacerse del monstruo que la esclaviza. Te oyó hablar y comprendió que el mensaje era para ella, y que ya no pecaría más, y que mis oraciones la han salvado. Dijo que ella era la oveja perdida y ha vuelto al redil de la familia. Estuvimos abrazadas como cuando éramos pequeñas junto a mamá, mientras ella hilaba en el telar. Lloramos sin dolor y con gran paz. Luego se durmió en mis brazos y la he dejado en la cama”.
Jesús le informa que tiene la victoria en la mano. “Vete en paz y sé feliz. María es ahora una renacida. Díselo a Lázaro, que esté tranquilo”. Marta comprende que han de tener paciencia. Se despiden. Él marcha hacia la barca, que espera próxima a la ribera. Llega por fin el día en el que Jesús cumple con la invitación del fariseo Simón. Los invitados son todos hombres, los principales del pueblo, con mirada inquisitorial. Se encuentran en una gran sala de rica ornamentación y grandes lámparas de aceite. Ellos se han sentado en el lado opuesto a Jesús, que lleva vestido blanco y sandalias, con cinturón ancho dorado, de Gran Rabbí. Están tumbados para poder comer en una especie de diván turco; junto a Él está Juan. Todos hablan con el Maestro usando excesiva cortesía, a la que Jesús corresponde. En esos momentos entra Magdalena, una joven muy hermosa y rubia, vestida lujosamente con broches y cadenas de oro. Todos se vuelven a mirarla, excepto Jesús, que no se inmuta. Juan la mira un instante y enseguida se vuelve hacia el Maestro. Ella se arrodilla ante Jesús, lleva una jarrita con perfumes valiosos, que deja en el suelo. Se quita todas las joyas y también las deja en el suelo. Llora a los pies del Señor. Jesús mira su cabeza un momento, pero deja que libremente se desahogue. Los otros la miran con ironía y lujuria. El Maestro tiene los pies bañados en lágrimas y ella los seca con su larga cabellera. Saca su ungüento y lo extiende sobre Sus pies, mientras a Él se Le observa en Su rostro piedad y amor. Ante aquel viejo lujurioso el Rabbí la absuelve y le dice:”vete en paz”, y pone la mano sobre su cabeza, que se ha cubierto ya con el velo. El fariseo y los suyos bajan la cabeza comprendiendo el silencio del Rabbí, que sin palabras les ha hecho ver su propia madad. (“Ella sólo vino a Él porque amaba Su espíritu. Había recibido siempre de aquellos indeseables el desprecio. Llegaba al Señor un alma llena de lepra, pero deseaba curarse. Esas joyas que dejó avergonzada de llevarlas encima, Jesús las santificó para luego socorrer a los pobres. El fariseo no se dignó dar un poco de agua para los pies cansados del Señor, pero ella derramó los mejores perfumes al Rey del Universo. Ha renacido María Magdalena y ha muerto la mujer pecadora. Ahora es una joven llena de pureza, pues ha vuelto a nacer a la Gracia. Ella será quien estará allí para dar el último tributo de honor al cuerpo del Señor, y recibirá el primer saludo después de la Resurrección, toda vez que Él había ido a saludar antes a Su Madre.
Jesús había mirado silencioso al fariseo y le dijo todo con Su penetrante mirada. Esta acción de María también se repitió en Betania, en un tono más familiar. Surgía el espíritu purificado de la joven, que ya no lloraba, sino que estaba alegre, pues sabía que había sido salvada. Esparció el perfume que le quedaba sobre la cabeza del Señor. Ella estaba ya limpia de pecado. Los fariseos querían cazarlo con alguna pregunta comprometida. Le preguntaron a qué escuela o secta pertenecía. Jesús contestó: “a la Escuela de Dios. Sigo Su santa Ley y procuro que se renueve en Mis discípulos, que son rectos de corazón. Llevo a los hombres a la Luz de Dios, que es la Ley que Él promulgó en el Sinaí”.
Luego aquellos indeseables Le preguntaron sobre el abuso del César, pues se había apropiado de toda Palestina, y Jesús recordó al Profeta Isaías, (10,5), cuando llama a Asur bastón de Su cólera, la vara que castiga al pueblo de Dios, que se ha separado mucho de Él. Jesús nos recuerda al Profeta Daniel, cuando el Ángel del Señor le dijo: “No temas, porque desde el primer día en que trataste de comprender y de castigarte en la presencia de Dios, tus oraciones fueron escuchadas, y por eso vine”.
No tenemos a un Dios duro ni severo, sino a un Dios misericordioso. Jesús se hace Luz para M. Magdalena, pues ella deseaba ir a la Luz. Cuando el Señor hablaba al gentío sobre la oveja perdida, Le hablaba a ella, mientras luchaba contra la carne que la esclavizaba, y se encontraba en un llanto interno, era la ovejita que sentía náuseas de su vida. Él no quería avergonzarla, sino que poco a poco se fuese convirtiendo en una santa.
Fue una dulce Parábola. Luego María lloró mucho en su habitación. Satanás estaba vencido, sin embargo, a María la criticaron siempre porque no comprendieron su cambio, aunque los buenos no critican jamás, sino que comprenden. Pero la crítica del mundo no importa, sólo importa lo que Dios piensa.
BIBLIOGRAFÍA: Mt.18, 11-14; Lc.15,1-7;J er.23,1-4; Ez.34; Zc.11,4-17; Ju.10,1-18; Mt.9,10-13; 21,28-32; Mc.2,15-17; Lc.5,29-32; Mt.10,11-16;Mc.6,10-11;lc.9,4-5;10,5-12;Lc24,13-35;Mat.28,1-10;Mc.16,1-4;Lc.24,1-49;Ju.20,1-25;Gén.3,6;1Ju.4,18;Lc .7,36-50;Ex. 19,16-20,21; Deut.5,1-22;Is.10,5; Dan. 9,23;10,11 y 19;J u.12,1-8. María Valtorta, “Poema del Hombre Dios.

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