Leyendo la noticia de este medio sobre la agresión al árbitro Antonio Pozo, colegiado del encuentro entre el Club Deportivo Polillas y Calavera de División de Honor Juvenil de Fútbol, se me vino a la cabeza una película sobre el Ku Klux Klan.
En una de las primeras escenas se veía a un joven blanco que trasladaba en su vehículo a un hombre negro para evitar que fuera agredido mientras este se dirigía a su domicilio. Una vez que deja al hombre de color a salvo en su casa reanuda la marcha, pero minutos después, un coche ocupado por cinco personas les corta el paso y es agredido por los miembros del KKK.
En las últimas semanas nos hemos desayunado que ser árbitro de fútbol es una afición de riesgo en nuestra ciudad. Agredir, insultar o amedrentar a una persona que hace su trabajo con mayor o menor acierto es una barbaridad por emplear un término coloquial, porque también es un ilícito penal.
Pero más allá del ilícito penal es el fracaso de una sociedad incapaz de hacer ver a los violentos que cuando se agrede a un ciudadano se nos agrede a todos, se nos ofende a todos.
Las sanciones de la Real Federación Española de Fútbol se me antojan hasta cortas, porque los autores tuvieron tiempo para pensar y reflexionar sobre la gravedad de lo que pensaban hacer, pero más grave aún sería que los responsables de los equipos intentaran minimizar las sanciones o la gravedad de lo sucedido o de lo que sucede en el fútbol local. He leído que el club Deportivo Polillas presentó un recurso fuera de plazo, desconozco el argumento de sus valoraciones, pero en el caso que nos ocupa poco se puede alegar.
“No estaría mal que la Federación de Fútbol exigiera que, para obtener ficha federativa de este deporte, se tenga que asistir a clases en la Federación para educarnos en la importancia de respetar el trabajo de los árbitros”
Esta semana Juan Vivas ha presumido de lo que se ha gastado la Ciudad en apoyar, mejor dicho, en subvencionar a los equipos de fútbol y el deporte en general. Lo que desconozco es cuánto de ese dinero se ha empleado en educar a nuestros deportistas para que se respete en el más amplio de los sentidos a los árbitros que se arriesgan en dirigir las distintas competiciones deportivas.
Ese es el camino, “la educación” y no estaría mal que la Federación de Fútbol exigiera que, para obtener ficha federativa de este deporte, se tenga que asistir a clases en la Federación para educarnos en la importancia de respetar el trabajo de los árbitros y el juego limpio, como tampoco estaría nada mal que los responsables de los clubs y los entrenadores sacaran la primera tarjeta roja a los futbolistas que no respetan a los colegiados o las reglas del juego.
Hace muchos años, el régimen anterior difundió en la televisión un spot para promover la educación en el futbol. Eran unos dibujos animados, donde un padre que iba con su hijo al fútbol se comportaba exaltadamente y profería exabruptos.
En uno de esos momentos el hijo avergonzado le decía: “Papi, qué bochorno” y al padre, al percibir su comportamiento inadecuadamente, le salían los colores.
“Papi, qué bochorno”.