Papel, cómo te amo

Observo con preocupación el ataque que está sufriendo el formato papel en favor del ‘ebook’ y ¿acaso no existe un punto en el que ambos soportes puedan convivir?

Si elegir es discriminar, afirmar con presunción, como innegables, principios  que debieran estar sujetos a contradicción, es una pirueta propia de dictaduras

Perdida en una absurda, malévola e irracional espiral, la sociedad del primer mundo se consume absorbida en la permanente obligación de tener que adoptar, sí o sí, una elección en uno u otro o en casi todos los asuntos que se precien, e incluso por muy nimios que algunos de ellos resulten, el dilema siempre está servido y se presenta como una amenaza imposible de esquivar.
Aficionado del Madrid o del Barça, blanco o negro, votante del PP o del PSOE, de derechas o de izquierdas, jamón o caña de lomo, monárquico o ultra contra el Rey, Sabina o Serrat, disyuntivas que ponen constantemente, en este caso al ciudadano español,  entre la espada y la pared si bien se trata de una lacra que está extendida por los países democráticos constituyendo de tal modo una especie de autocensura y de voluntaria e infame dictadura propia del ser y de las sociedades en su conjunto.
¿Por qué es imprescindible tener que elegir? ¿Acaso no existen puntos intermedios que lleven a fundar excelentes (por justas) teorías y a construir admirables mecanismos sobre los cuales edificar el progreso común atendiendo asimismo al mayor radio de la población posible? Si elegir es discriminar, afirmar con presunción, como innegables, principios que debieran estar, porque así invitan la propia naturaleza y la inteligencia, sujetos  a examen y contradicción, es una pirueta más propia de ciudadanos de países fundamentalistas y abocados a sufrir un futuro tan negro como lo es el presente, que de personas y naciones abiertas, democráticas, que basen su fuerza y crecimiento en el respeto por escuchar y conocer todas las opiniones y a raíz de tal ejercicio trabajar por mejorar intentando satisfacer el deseo de mayorías y minorías. Ignorado el matiz, que es una manifestación pura de la inteligencia, sólo queda la mano dura de la imposición, esa miseria que no comtempla que entre el negro y el blanco hay una gama infinita de tonalidades de grises.
A colación de este panorama, observo con creciente preocupación, y cierta aunque inútil sublevación interna, el frontal ataque que está viviendo desde comienzos de siglo, el formato papel en beneficio de las nuevas tecnologías, con el ‘ebook’ como más elevado ejemplo de soporte en auge y por tanto de enterrador del ya añejo, que aún resiste mientras da las últimas bocanadas, al menos en lo concerniente al ámbito de la prensa. ¿Es imposible pues que, al menos se tome en cuenta, la posibilidad de que convivan ambos soportes, papel y ebook, sin que por tanto se instaure, como impepinable verdad, la única opción de la modernidad? Acabar con el papel significaría tapar la boca y cercenar el apetito a millones de lectores y, más allá de la coartada del dinero que se ahorrarían las empresas editoras e incluso el daño que se le evitaría al medio ambiente, circunstancias éstas en efecto muy a tener en cuenta, máxime en tiempos feroces como los actuales, se estaría dando validez a un brutal ataque hacia la propia cultura (y hacia la libertad) pues el papel no es sólo un mero material, un simple conducto ni un bien pasivo sino que es en realidad un ingrediente fundamental sin el cual las grandes historias de la Literatura Universal habrían acaso quedado, huérfanas de un soporte precioso, únicamente en obras extraordinarias: me es imposible imaginar leer Cuna de gato, de Kurt Vonnegut, Desgracia, de Coetzee, El Quijote, de Cervantes, Los Miserables, de Víctor Hugo, o Siddhartha, de Hesse, en una fría pantalla, en un soporte que no sea el papel. Pero aún considerando que los citados libros, amén de tantos otros, no serían desde luego todo lo que son y serán y ocasionándome  cierto malestar el nuevo sistema, de ser gobernante jamás instauraría una norma que imposibilitara el progreso y sólo contemplara el papel como única forma de lectura pues la inteligencia ha de ordenar una armoniosa, larga y feliz convivencia entre ambos formatos, a la espera de que el avance pudiera sumar más opciones que nos hicieran a todos crecer.
El papel agita el alma y las conciencias desde el placer que le produce al lector su tacto, su liturgia, su olor y hasta su peso, una sensación que comparte un nutrido y prestigioso elenco de artistas contemporáneos que exponen en estos días de comienzo de verano en la londinense Galería Saatchi, bajo el título lacónico y significativo de Papel, obras que se surten de las propias hojas blancas para ser una realidad elevada a una categoría propia de las bellas artes.
Ante la muerte del papel (cesación física pues siempre nos quedará la memoria y, anhelo, que las hemerotecas), artistas de la talla de la estadounidense Nina Khatchadourian, el sevillano José Lerma, el chino Han Feng o el puertorriqueño Héctor Madera se sublevan en la citada exposición a través de piezas escultóricas envueltas en pergaminos,  láminas de papel arrugado, autorretratos u óleos ante la que, estiman,  es una dictadura que condena a muerte al papel en favor de las tecnologías pujantes, esas que deben de constituir un avance nacido para presentarse como una hermosa manera de convivir con el encanto existente y que no se constituyan por tanto en un obstáculo que arricone siglos de cultura, infinito disfrute y principios de libertad.