Mucho se ha escrito ya con respecto a esos radicales y supuestos pacifistas que pulularon en la gran manifestación celebrada en Barcelona con la inicial idea de evidenciar la unión entre todos los españoles tras los atentados yihadistas del pasado día 17 de agosto. Pero hubo un aspecto concreto, poco o nada resaltado, al cual deseo aludir en la presente colaboración.
Con su lamentable conducta, talos numerosos alborotadores vinieron a demostrarnos que aquel admirable “seny” catalán -combinación de sentido común, buen juicio, prudencia y sensatez que caracterizaba a los catalanes- ha perdido tantos quilates que tiende a desaparecer si no se pone rápidamente remedio. Obsesionados y mal formados gracias a una sesgada enseñanza que ha fomentado el tribalismo, falseando olímpicamente la verdad histórica, y enardecidos por ideas extremistas, miles de ellos, siguiendo un plan premeditado, se han permitido abuchear al Rey de España, acusándolo poco menos que de traficante de armas y, en el fondo de todo, de ser español y representar la unidad de la Nación.
La noble finalidad de la manifestación resultó desvirtuada, exhibiéndose numerosas banderas esteladas, así como pancartas en diversos idiomas –predominando el catalán y el inglés-, así como también las hubo en español, mal que les pese. Una sola pancarta que decía “España contra el terrorismo. Gracias Majestad” –la única, además, que condenaba expresamente el terrorismo y agradecía la presencia del Rey- dio lugar a un serio incidente, al ser insultados sus portadores y el nutrido grupo de personas que, con banderas españolas, la acompañaba (“Fascistas”, les decían quienes gritaban, mientras eran ellos los actuaban como tales) llegando hasta la agresión, lo que provocó la intervención de los Mossos, supuestamente para evitar males mayores, retirando de la manifestación a la pancarta y a quienes iban con ella, despedidos con burla al grito de “I no torneu” (Y no volváis).
Una pancarta ejemplo de las alusiones al Rey : “Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas”. También hubo un toque especial al Presidente del Gobierno: eso sí, en inglés: “Mariano, we want peace, not arms” (queremos paz, no armas). También, y curiosamente, surgió eso tan español de buscar un culpable próximo, sin pensar que estos terribles atentados, aunque los lleven a cabo terroristas que residen entre nosotros, nos vienen de oriente: “Sus guerras, nuestros muertos” y “Atropellos y bombardeos ¿qué fue lo primero?”, queriendo insinuar, supongo, que si aviones occidentales bombardean el territorio dominado por el Daesh, la culpa de todo puede estar ahí. Además, “No sell arms”, “No vender armas”…
¿A qué armas se referían? ¿A la furgoneta que produjo la masacre de las Ramblas? ¿Al Audi que, por fortuna, volcó en Cambrils, cuando tan solo iniciaba su proyectado recorrido de la muerte? ¿A los cuchillos de cocina utilizados para matar al propietario del vehículo utilizado en su huida por el autor del atentado de las Ramblas y por otro asesino para degollar en Cambrils a a una mujer? ¿A las bombas preparadas con productos adquiridos en droguerías y que produjeron la voladura accidental de la casa de Alcanar en la que murió el imam? ¿A las más de cien bombonas de butano –algo tan familiar en millones de hogares españoles- que allí se encontraron? Porque armas, las que de verdad eran armas, fueron las utilizadas por los Mossos d’Esquadra para acabar con las vidas de los cinco yihadistas de Cambrils y del fugitivo asesino de las Ramblas. Pues menos mal que hubo armas.
En las pancartas de la manifestación, se repetía, sobre todo, el llamamiento a la paz. “La mejor respuesta, la paz”, “Pau”, “Paz”… Amar la paz es un sentimiento más que loable, pero hay que comprender que todo, absolutamente todo, no debe supeditarse a ella. Paul Valery, filósofo y poeta francés, escribió: “se necesitan dos para hacer una paz, y solo uno para hacer una guerra”. Y es más que evidente que en esta guerra hay una parte –el yihadismo- que nos la ha declarado a todos cuantos no pensamos lo que ellos quieren que pensemos, es decir, a la civilización occidental basada en el humanismo cristiano, y también a los musulmanes que no comparten su belicoso modo de interpretar el Corán. Como dijo la que fuera Presidenta de Israel, Golda Meir, “Nosotros decimos ‘Paz’ y el que nos viene del otro lado nos dice ‘Guerra’”. Así es que, por mucho que gritemos “Paz”, tenemos que admitir, muy a nuestro pesar, que esa paz no depende de nosotros, pues ya no has metido en una guerra que, desgraciadamente, puede durar muchísimos años.
Eso sí; no se trata de una guerra convencional, con frentes de batalla definidos sobre el terreno. Está visto y comprobado que el enemigo actúa a “salto de mapa” (valga la licencia). Un día ataca en Nueva York, otro en Bruselas, o en Londres, o en Bagdad, o en Kabul, o en Madrid, o en París, o en Barcelona, o sabe Dios donde. Y lo realiza de modo brutal, causando el mayor número posible de inocentes víctimas y, lo que viene a singularizar y a hacer más peligrosa esta forma de guerrear, sin el menor respeto por sus propias vidas, las de sus “soldados”... Quienes atacan van decididos a morir, en la búsqueda de esa especie de paraíso carnal que esperan encontrar en el más allá. Sólo en aquellos famosos, pero pocos “kamikaze” japoneses, o en aislados actos de heroísmo, podríamos encontrar precedentes, llevados a cabo por amor al Emperador o a la Patria.
Con razón, esos cuatro líderes europeos, Merkel, Macron, Gentilloni y Rajoy (sí, ese Mariano al que aludían en una pancarta, ese “presunto indolente” y “sospechoso” al que hay que “echar” cuanto antes del Gobierno), se han reunido en París para tratar sobre la defensa de Europa ante esta “guerra global”-así de claro lo han dicho- que nos han declarado unos enemigos que vienen de fuera, pero que también están dentro. El remedio, reforzar la “inteligencia” –los servicios secretos- y estar lo más preparados posible para tratar de evitar atentados.
Para lo cual, tiene que haber armas, gusten o no, “quod erat demostrandum”, como decían los latinos.