Con la obra de La Marina hace tiempo que iniciamos un culebrón que parece no tener su punto y final. Tras haberse convertido en arma arrojadiza entre partidos, hemos perdido el norte sobre lo que realmente interesa y terminamos escuchando declaraciones mete-patas como la de Mabel Deu vendiendo a bombo y platillo un “ahorro” de 3.000 euros al no colocar la mediana. Con la que está cayendo y el montante global del proyecto, disfrazar de caramelo lo que no es más que una patata... pues al final termina dejando en ridículo a la portavoz accidental y a todo el Gobierno.
Bueno, tampoco me sorprende tanto. Hace tiempo que esta clase política está dando ejemplos claros de cómo superar la torpeza. Día a día.
Pero volvamos a La Marina. A estas alturas del culebrón cada vez creo más que a nadie le interesa el proyecto en sí, el impacto que puede tener o el desembolso económico generado y lo que éste tiene de gratuito (vamos, lo que se gastan por la cara, no porque lo mande el señor juez).
Hemos llegado al momento de sacar partido de todo, así que estamos asistiendo a un juego de intereses brutal y, ciertamente, asqueroso, qué quieren que les diga.
La situación hace pensar en un juego de mercaderes, en una especie de zoco de Castillejos, en el que se comercia con todo, en el que se intenta comprar voluntades y hasta escenificar plantes entre secciones políticas que dan buena muestra de estar vendidas al poder tras haber perdido en el camino su deber fiscalizador obligado.
Es todo tan pintoresco que provocaría la risa, pero con la que está cayendo al ceutí le entran ganas de todo menos de reír. Los bandoleros sacan sus armas para enfrentarse en público en un espacio contaminado en donde la permisividad es total: ya ven, tan pronto te venden como ahorro los 3.000 euritos como te salen nuevos defensores del patrimonio global que hasta la fecha solo parecía interesar, obsesionar y dominar a los de Septem Nostra. Curioso.