Sociedad

Una página de gloria en el Centenario de La Legión

Yo creo que es muy difícil que cualquier ciudadano español no conozca o haya oído nombrar a La Legión, aunque hay otros que tienen una falsa idea de lo que es este glorioso cuerpo. Y hay que decirlo muy claro, La Legión no viaja en el furgón de cola de las Fuerzas Armadas, muy al contrario, están a la cabeza y ocupan un lugar de privilegio entre los ejércitos extranjeros, y cuyo decálogo de honor es: culto al honor, al valor, a la cortesía y a la Patria.
Sobre el combate de Edchera el 13 de enero de 1958, se han escrito cientos de folios en todo tipo de publicaciones, muchos de ellos con lo que otros les contaron. Es el caso del coronel de Artillería, Rafael Martínez Aguilar (entonces teniente de la Policía Territorial), que cuando llegó a Edchera, del combate prácticamente solo quedaban los muertos y los heridos, amén de los supervivientes.
Mi buen amigo, el sargento legionario Jaime Tur Jeremías, el 13 de enero de 1958 (entonces cabo 1º en dicha Bandera), fue testigo y protagonista de este cruento combate de Edchera.
El testimonio del sargento legionario Jaime Tur Jeremías es este: “me encontraba al mando de un pelotón de morteros de 81 mm y totalmente enfrascado en el combate. Fue mi primer deber cuidar y velar por la protección de mis hombres, así de que cumplieran correctamente las importantes órdenes, en cuanto a datos del tiro que les daba (tuve que elegir un ángulo de tiro de 83°) con el fin de quedar nosotros fuera del radio mortal de las granadas, y a su vez batir al enemigo al mismo tiempo, pues había que tener en cuenta que la burbuja del rival no estuviera en el mismo centro, al ser un ángulo que, en cualquier descuido, las granadas podían caer sobre nosotros mismos”.
“Había que tener en cuenta y estar muy pendiente de las 324 granadas de 4 kg y medio cada una y envasadas en 27 cajas de doce unidades, más la caja de espoletas, todo esto bajo la tensión del combate, con el estruendo de las explosiones y las balas que silbaban y hasta caían junto a nosotros, y, además, limitado al pequeño espacio de terreno en el que nos movíamos”.
Al anochecer aquello era un espectáculo dantesco, rodeados de muertos y gemidos de los muchos heridos. A oscuras tuvieron que hacer un círculo los supervivientes bajo las carrocerías de los camiones, donde el dolor y la rabia contenida embargaba a los legionarios bajo un silencio sepulcral, con el pensamiento puesto en los compañeros muertos en la Saguía. En la mañana del 14 de enero, el sargento Tur Jeremías bajó al fondo de la Saguía, y lo que sus ojos presenciaron era terrible, cuerpos destrozados por la metralla y los disparos, totalmente desfigurados, y muchas lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Habla un testigo y protagonista

Gracias a la amabilidad de todo un caballero con mayúsculas, mi buen amigo el coronel de Infantería y diplomado de Estado Mayor, Ismael Barco Villar, transcribo lo que él vivió como teniente de la XIII Bandera de La Legión, en la 5ª Compañía, aquel fatídico 13 de enero de 1958.
“El 22 de diciembre de 1957, en el combate del Messeied, se comprobó que el enemigo disponía de una ametralladora MG, la cual nos hacía fuego importante desde mucha distancia, por lo que nuestras fuerzas tenían que maniobrar con gran rapidez para lograr expulsar al enemigo de sus posiciones, consiguiendo hacerles varias bajas y capturar a su jefe. Por nuestra parte tan solo un legionario herido”.
El 13 de enero de 1958, en Edchera, la 2ª Compañía en vanguardia, al mando del capitán Agustín Jáuregui Abellas, auténtico héroe, y la sección de reconocimiento al mando del teniente Arturo Martín Gamborino marchaba sobre Jeeps, y el resto de la compañía, con un pelotón de ametralladoras, iba detrás sobre camiones, con los tenientes Ochoa y Carrillo. La 3ª Compañía, también sobre camiones, cubriendo el flanco al mando del teniente Francisco Gómez Vizcaino y llevando un pelotón de ametralladoras y apoyado por la sección del teniente Lafuente.
La 1ª Compañía, al mando del capitán Girón Mainar, con los tenientes Gómez Zorzano, Moreno García y el brigada Francisco Fadrique Castromonte, y en reserva de esta compañía, un pelotón de ametralladoras.
El entonces teniente Ismael Barco Villar, iba el mando accidentalmente de la 5ª Compañía, con los tenientes Piris y Álvarez, con un pelotón de máquinas y la sección de morteros. Al recibir los primeros disparos, la compañía de vanguardia recibe orden de avanzar para establecer contacto con el enemigo y fijarlo. El capitán Jáuregui se adelantó con la sección del teniente Carrillo para alargar el paso, en cuyo momento abatieron varios camellos con las sillas. La sección del teniente Ochoa intentó el asalto, pero tuvo que desistir por las numerosas bajas. La 1ª Compañía trató de aligerar el paso al sur para evitar que el fuego enemigo les alcanzase. Es aquí donde muere el teniente Vizcaino y es herido el teniente Lafuente. Al sacar la 1ª Compañía del lugar en que se encuentra, reciben la misión de reforzar a la 3ª Compañía, dejando la 3ª sección del brigada Fadrique con la compañía del capitán Jáuregui, sufriendo bastantes bajas. Es aquí donde encuentra gloriosa muerte el capitán Agustín Jáuregui Abellas y sus legionarios.
Cuando el coronel Manuel Mulero Clemente ordena al comandante-jefe de la XIII Bandera, Ricardo Rivas Nadal, que se retire, la contestación de dicho comandante es el reflejo del Credo Legionario: “¡cumpliré el espíritu legionario, de no abandonar a ningún legionario hasta perecer todos!".
El 14 de enero de 1958 recibían sepultura en el Cementerio de El Aaiún 40 héroes legionarios, además de 86 heridos que se encontraban en el Hospital Militar.
En los cien años de La Legión por sus filas pasaron hombres de las letras, incluso el académico Eugenio Vegas Latapié, que se alistó con nombre supuesto. Miembros de la nobleza, como el sargento Martorell con título de marqués y muchos otros más que llenan las páginas de oro de estos cien años.
Destaca entre otros el catedrático inglés Peter Kemp, que el mismo manifestó que lució con orgullo la estrella de alférez de La Legión, y además sentirse orgulloso de haber conocido hombres nobles, bravos y desafiando a la muerte.
El cariño que los legionarios manifiestan por sus jefes queda muy bien definido por este intelectual: “cuando te halles querido por las tropas, serás bien servido de ellas”, (Álvaro José de Navia Osorio, Marqués de Santa Cruz de Marcenado).

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