Esta semana este medio nos informaba que el 92,5% de los padres y madres de los menores que llegaron a Ceuta en el último asalto a la frontera se han “interesado” por el estado de sus descendientes, pero una vez aquí prefieren que se queden en España “por motivos socioeconómicos, familiares, falta de dinero, pobreza, encarecimiento de medicamentos...”. Muchos de estos niños se marcharon engañados y sin autorización de sus padres, pero a pesar de ello, los padres quieren que sus hijos sigan en España.
La noticia analizada fríamente no deja en muy buen lugar a unos padres que no quieren recuperar a sus hijos, pero la frialdad no tiene cabida cuando se habla de seres humanos, independientemente de la nacionalidad o religión. Estos padres marroquíes no son mejores ni peores que los padres españoles que tuvieron que desprenderse de sus hijos por estas mismas razones en los primeros sesenta años del siglo pasado.
Mi abuela materna me contó que mi bisabuela la adoptó, porque su madre la abandonó. No sabía nada de sus padres, ni las circunstancias personales por la que la entregaron, porque mi bisabuela tampoco sabía mucho más, solo que se la entregaron en acogida. Una historia de las muchas que ocurrían en aquella época, porque en más de una ocasión mi abuela me hablaba de otras personas de Ceuta que también fueron abandonadas o entregadas en adopción. Historias de nuestros abuelos que nos pueden hacer ver la realidad de una forma diferente.
Tener memoria y conocer las penalidades que pasaron nuestros abuelos nos puede servir para empatizar y entender que estos padres y madres marroquíes no son tan diferentes de los padres y madres de nuestros abuelos, porque entre 1900 y 1960 miles de niños eran abandonados en los descansillos de familias pudientes; otros entregados a conocidos y otros muchos, abandonados en la calle. Hablamos de una España, aquel país, donde la pobreza en la clase media baja impedía dar de comer a los niños o aquella España donde una mujer con un hijo fuera del matrimonio no tenía ninguna posibilidad de vivir dignamente y era repudiada.
Casi un siglo después nos encontramos que a un paso de nosotros hay miles de padres y madres que no pueden alimentar a sus hijos; miles de mujeres que están pasando por las mismas circunstancias que nuestras bisabuelas; miles de niños que tienen que recurrir a la caridad de particulares o a las instituciones para poder subsistir y, esa realidad de su país, los hace huir buscando una oportunidad, que muchos no encontrarán en el nuestro.
Igual conocer la historia de mi familia, de nuestro país, me permite ver las cosas desde otro punto de vista. Por esa razón donde unos ven a unos padres repugnantes, yo solo veo un gesto de generosidad hacia sus hijos.
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