El flamante vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ya no sorprende a nadie. Le habíamos visto últimamente con un talante distinto, tanto en las formas como en sus mensajes parecía haber cambiado, viéndole en las Cortes aplaudir al Rey, abrazos con Pedro Sánchez, opiniones y discursos moderados lejos de su habitual fanatismo en sus opiniones sin poner de manifiesto su boliviarismo comunista chavista, pero ahora vemos que es el mismo de siempre. Cómo es posible que un vicepresidente del Gobierno anime a los agricultores a “apretar” al Gobierno en lugar de recibirlos e intentar solucionar sus graves problemas y cómo es posible que ante una pregunta de dos diputadas en el Congreso en vez de dar una respuesta adecuada sobre la prostitución de menores en Mallorca aplica la máxima de un ataque es la mejor defensa y, dando muestras de quién y lo qué es, sin ningún tipo de recato ni educación parlamentaria, contesta con insultos a las diputadas con un tono violento y fuera de lugar. Y ya no sorprende a nadie y es posible que nos pueda aclarar algo sobre la llegada a Madrid de la vicepresidenta de Maduro y la trampa en la que cayó el ministro Abalos. La justicia nos dará luz.
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