Cuando el calor asfixiante ya no se puede mitigar con una visita al cine porque más asfixiante todavía es escoger película de entre el montón de remakes o quintas partes de sagas interminables e infumables que se estrenan en estas fechas bajo el pretexto con sobrenombre de “cine ligero veraniego”, aparece una bocanada de oxígeno que nos hace creer en algo.
Quentin Tarantino demuestra una y otra vez que lo único que tiene en común una película suya con otra es el homenaje constante y el entretenimiento garantizado, pero la originalidad en medio de tanta copia descerebrada es seña de identidad y cualidad innegociable de su buen hacer cinematográfico. Porque, no se nos olvide, en lo artístico también es un autor de los más grandes que se han dado, y si ese oasis creativo del que hablamos amenaza con firmar su penúltima cinta, se nos está acabando el mundo en un apocalipsis de efectos por ordenador sin los Woody Allen, Clint Eastwood, y ahora también Tarantino que el mundo del cine no puede ni debe permitirse de ninguna de las maneras. Queremos pensar que el amor real hacia lo que mejor sabe hacer del realizador de joyas como Pulp Fiction o Kill Bill le hará desdecirse cuando ruede la décima película con el mismo descaro con el que se enfrentó mucho más joven a parte de la prensa en su día en el festival de Cannes.
La propuesta, muy larga en metraje sin asustarse, porque no se hace pesada en ningún momento, cuenta con reverencia una historia de cine dentro del cine de un actor de westerns venido a menos, estelar Leonardo DiCaprio, y su inseparable doble para escenas de acción, igualmente estelar Brad Pitt, en un Hollywood de otra época (fantásticamente ambientada sin reparar en detalles). La dupla de protagonistas, anecdóticamente arropada por habituales como Michael Madsen, Margot Robbie o Kurt Russell, e incluso con el lustre que siempre aporta al cartel Al Pacino, se erige como el pilar del proyecto. Ambos actores magníficamente dirigidos sostienen la trama, las escenas alargadas al antojo del director sin rubor alguno y también el interés general en un duelo interpretativo que Tarantino deseaba desde hace tiempo.
La sucesión de guiños y fetichismos de artista como los de los primeros planos de pies o a Brad Pitt masticando es constante, los carteles de cine clásico e incluso los cortes de películas reales dentro de la propia cinta son marca de la casa y entre contrapicados y primeros planos reclamarán la atención de los fans más observadores.
Se trata pues de la mayor y mejor medicina que un amante del cine puede hoy por hoy aportar al mismo: originalidad. Y merece la pena que un espectador amante de ese cine reaccione yendo a verla. Oxígeno de la esperanza.
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