El Tarajal es otro mundo. Vamos, el que hemos querido que sea. La concepción de la frontera con el polígono comercial levantado a su vera solo podía dar pie a ese monstruo alimentado durante años que nos escupe imágenes vergonzosas.
Las partidas destinadas a las continuadas reformas en el paso han estado marcadas por una falta de humanidad que debería causar rechazo, más aún entre quienes están elegidos para administrar los bienes comunes y adoptar decisiones acertadas. Nunca ha sido así.
Recuerdo cuando se construyeron las jaulas del Tarajal. Recuerdo las quejas de unos pocos que ya veíamos las consecuencias de aquello. Hoy las tenemos. Pagadas con el dinero de todos los españoles, el Gobierno fue alterando la frontera con obras que no hacían sino convertirlas en una ratonera, en una jaula por la que iban a transitar personas aunque más bien parecían animales.
Ayer recordaba con un agente que pinta canas alguna que otra madrugada con policías nacionales sacando del tubo a mujeres a punto de morir aplastadas por los bultos y por sus propias compañeras. Madrugadas en las que han podido ocurrir más tragedias de las que ya, lamentablemente, hemos tenido que informar.
El monstruo del Tarajal se ha ido adaptando a una falta de visión absoluta, a una dejación europea que ha permitido que hoy tengamos unas infraestructuras difíciles de reconducir para dotar el llamado ‘comercio atípico’ de cierta dignidad. Hoy no existe. Y no me salgan con eso de que gracias al sistema esas mujeres pueden comer. Calmar nuestras conciencias con engaños viene bien su fuéramos niños chicos de pañales, pero la situación es bien distinta y nuestra responsabilidad colectiva ha hecho aguas por todos lados.
Los gobiernos y sus inversiones equivocadas tienen parte de culpa, pero también esa ciudadanía que se ha acomodado a ver lo anormal como normal, olvidando que existe algo llamado reacción popular que da pie a las manifestaciones de las que se pueden obtener cambios.
Cada mañana recorre un rincón de nuestra ciudad una hilera de escenas, imágenes, dramas e injusticias que las hemos terminado por convertir en el pan nuestro de cada día. Lo aceptamos, como tantas cosas que nunca debiéramos haber hecho.