Uno a veces siente envidia sana de algunos políticos europeos por su forma responsable y sensata de hacer política. Y es que, en todas las democracias existen los políticos que gobiernan por haber ganado unas elecciones, y otros que por haberlas perdido pasan a la oposición.
A los primeros les corresponde resolver los problemas que tiene el país, y a los segundos controlar que aquéllos cumplan con su programa y a hacer una “leal oposición” que beneficie a los intereses generales del país. Y, dentro del papel que corresponde a gobierno y oposición, ambos dialogan, deliberan, a veces llegan a acuerdos y otras no, como producto que el consenso y el disenso son del humano entendimiento.
Pero, como “España es diferente”, muchos de sus políticos también lo son, y se comportan de forma diferente a como lo hacen sus homólogos europeos, que suelen hacer una oposición reflexiva, seria, responsable, leal y constructiva; máxime cuando se trata de asuntos de Estado o ante situaciones difíciles por la que atraviese su país, para lo que se unen como una piña y defienden a su nación con uñas y dientes. Por el contrario, los políticos españoles – salvo raras excepciones - en lugar de poner toda su fuerza e ímpetu en resolver los problemas y en apoyar al Estado en momentos difíciles, gastan el tiempo y el dinero público insultándose en el Parlamento y demás foros, descalificándose, torpedeándose o poniéndose las zancadillas con tal de derribar al contrario. Eso sí, luego en cualquier celebración oficial no tienen ningún reparo en comer todos juntos a costa del Estado o en subirse el sueldo y otorgarse prerrogativas y privilegios por unanimidad, que en eso todos están de acuerdo. Y cuando ganan el escaño y llegan al poder, en lugar de trabajar para el pueblo, si te vi no me acuerdo y hasta dentro de cuatro años. Es decir, actúan más movidos por el espíritu partidista y de revancha, procurando unos y otros borrar y quitarse del medio las leyes u obras de los anteriores, sin reparar en las consecuencias y perjuicios que ello conlleve. A ambos partidos mayoritarios eso de tirar lo que el otro haya levantado, es que les encanta, y lo dicen públicamente y sin ambages, que lo que no sea de su agrado durará el tiempo que estén en el poder quienes lo hayan realizado. O sea, en lugar de tener altitud de miras y sentido de Estado, cada uno va a lo suyo, a hacerse con el poder, sin apenas importarle el pueblo.
A mi modo de ver, eso sucede porque España se formó a base de sucesivas oleadas de etnias y culturas que más bien vinieron a saquearla, tanto desde el Mediterráneo como del Norte de Europa, y esa amalgama de gentes tan diversas dio lugar a que se formara un arquetipo del español muy heterogéneo, sin apenas espíritu patrio de unión y muy poco celoso de lo nuestro. Eso hace que los españoles no necesitamos tener enemigos que nos vengan de fuera. Los mejores enemigos de los españoles somos nosotros mismos; mientras los demás países se parten de risa y se frotan las manos, porque mientras nosotros nos despedazamos entre sí, ellos se aprovechan de nuestra debilidad. Esa conciencia nacional nuestra tan débil y tan dispar nos ha ido haciendo luego individualistas, poco unidos y poco beligerantes desde el punto de vista de la defensa de España y lo español. Aquí, cada uno hace la guerra por su cuenta.
Es verdad que los españoles somos capaces de las mayores proezas y de las más grandes hazañas, pero sólo en un momento aislado de derroche de coraje y valor. Luego, nuestro patriotismo pronto se diluye y se evapora. Por ejemplo, cualquier mayoría relativa nacida de unas elecciones que ante una situación de emergencia nacional necesitara formar mayoría absoluta para poder gobernar con más legitimidad, aquí sería impensable que se pudiera lograr una coalición con la oposición para sacar a España adelante, como recientemente han hecho los partidos alemanes, ya que apenas pasaran unos días el acuerdo ya habría saltado por los aires. Seguirían acusándose e insultándose todos los días con el consabido “…y tú más” (léase corrupción u otras muchas barbaridades que muchos políticos últimamente han cometido). Ese es el mal nuestro llamado de “las dos Españas”: la del “aquí nace media España, murió de la otra media”, que dijera Larra; o las de la Generación del 98: “Entre una España que muere y la otra que bosteza”; o las de Antonio Machado: “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Y no digamos ya de esas otras Españas que a toda costa quieren dejar de ser España, menos para cobrar, de las que Ortega y Gasset se quejaba diciendo: “Me opongo a una división de las dos España…”, que la frase ya indicaba división.
Si bien, yo he conocido una excepción. La de las dos Españas de 1978, aparentemente irreconciliables, porque ambas cometieron el gravísimo error de luchar en 1936 los mismos compatriotas entre sí con las armas en la mano, poniéndose frente a frente en las trincheras para matarse entre sí padres, hijos y hermanos. Su convivencia parecía imposible. Su odio era irreconciliable. Ambas Españas buscaban la eliminación de la una a la otra. Pero un día aquel Adolfo Suárez que acabamos de enterrar les llamó a pensar juntos, aparcaron sus viejos odios, rencores, resentimientos y animadversión. Y sorprendieron a España y al mundo poniéndose de acuerdo en la transición. Idearon la Constitución que, tendrá sus defectos, pero ya nos ha dado 35 de paz y de convivencia, y haciendo todavía posible que los españoles podamos vivir en libertad. Aquellos españoles dialogaron, se sacrificaron, cedieron en principios y convicciones, dejando a un lado intereses ideológicos y partidistas. Se pusieron a trabajar juntos, convivir y gobernar unos u otros, según las urnas les confirieran el poder. Algunos países hasta nos copiaron aquella modélica transición.
Sin embargo, ahora parece como si los hijos y nietos de aquellos españoles no tuviéramos “memoria histórica”, quizá porque hace unos años nos aprobaron una ley con ese mismo nombre para así recordarnos que siguen existiendo las dos Españas. Y todo lo conseguido durante aquellas tres largas décadas, parece como si de la noche a la mañana quisiéramos echarlo a perder. Y es que aquí Gobierno y oposición no pueden vivir sin “darse caña”; tienen que estar en permanente acritud y confrontación, volver a liquidarse unos a otros y al país con querellas internas, pataleos parlamentarios y viejos resentimientos que parecen resurgir. Y todo eso lo hacen muchos de nuestros políticos pese a tener ante sí a todo un pueblo maduro, que ha dado sobradas muestras de saber soportar con paciencia y resignación la serie de desatinos, despilfarros y desafueros de todas clases cometidos contra el pueblo. Y nada ni nadie les hace enmendarse, hasta que un día sea el mismo pueblo, harto ya, el que ponga a unos y otros en su sitio.
Todavía padecemos una gran crisis en buena parte propiciada por la pésima actuación de algunos políticos. Y en lugar de ponerse a sumar esfuerzos y voluntades para intentar resolver los arduos problemas para salir del pozo, lo hacen al revés, se dedican a agravarlos o a crear otros nuevos. Se pelean como si de gallitos de corral se tratara. Y luego están esas “ínsulas” soberanistas, que ahora que el país ha estado tan seriamente amenazado, pues en lugar de arrimar el hombro, viendo lo débil y en apuros al Estado, ahora es cuando encuentran el mejor momento para asestarle el golpe de traición de querer independizarse a toda costa, “sí o sí”, porque unos cuantos iluminados, irresponsables e ignorantes de la historia y de los dos precedentes independentistas anteriores, pues así lo han soñado, sin reparar en las gravísimas consecuencias que ello pudiera acarrear. Y, además, tienen la osadía de atacar al mismo Estado al que pertenecen; pero, eso sí, mientras con una mano lo atacan, con la otra le piden más “pelas” a costa del Erario Público.
La tesis de estos soberanistas es: “Para que España me dé todo el dinero que le pido, primero la amenazo con que me separo, luego me invento que ´España me roba y me oprime´, después que: ´España está contra Cataluña´; le exijo todavía más para que sea la propia España la que me pague la separación, para yo seguir sembrando el odio de Cataluña contra el resto de España y de los españoles no soberanistas. Y con ese dinero hago lo que me dé la real gana: despilfarros ilícitos, embajadas y organismos que la ley prohíbe, me paso la Constitución, leyes y sentencias por donde me plazca y cada día desafío y reto al Estado para amedrentarlo”, ante la mirada pasiva y tolerante del mismo Estado que, cuanto más lo intimidan los separatistas, más sigue bajando la cabeza y pagando con dinero público. Nada más que por eso, los que pagamos tenemos más que ganado el “derecho a decidir” si tenemos que seguir aguantando tanto.
Pues, por toda esa serie de exabruptos, irresponsabilidades, incongruencias y barbaridades de algunos políticos españoles, es por lo que decía al principio la envidia sana que da ver a algunos políticos foráneos. Ahí está, si no, el pacto de legislatura últimamente alcanzado en Alemania entre el partido de Ángela Merkel, y la oposición de Sigmar Gabriel. Es la “gran coalición” entre partidos oponentes, que por primera vez impulsó Konrad Adenauer en 1949 para conseguir el “milagro económico alemán”; o aquella otra “gran coalición” propiciada por Kurt Kiesinger en 1966, o con Helmut Schmidt en 1974, o con Gerhard Schoröder en 1998. Es lo que podíamos llamar la “desideologización” patriótica de los partidos alemanes a la hora de ponerse a trabajar juntos, siempre anteponiendo el bienestar general de su país. Aquí, una coalición “patriótica” así, en bien de España, sería inviable, ya fuera para sacar al país de la crisis o para evitar que la nación se rompa. Creo que los alemanes, como siempre, nos han vuelto a dar en su última legislatura a los españoles y al mundo una nueva lección y el mejor ejemplo de responsabilidad y de patriotismo, al colocar el interés general de su nación muy por encima de las ambiciones de los políticos y de los partidos. Así han resurgido ya dos veces de entre las cenizas.