Son muchos los inmigrantes que llegan a nuestro país buscando una vida mejor. El tipo de vida soñado que no pueden desarrollar en su países de origen. Algunos huyen de la pobreza o de la violencia, pensando que en Europa sus penurias se van a acabar. No obstante, lejos de esa expectativa de vida, la realidad que encuentran es muy diferente.
Es el caso Thami, que como muchos otros inmigrantes magrebíes, malvive en la calle en asentamientos irregulares, víctima de los atracos y de la violencia a la que tiene que enfrentarse este colectivo. “La calle no es segura”, lamenta con su brazo escayolado, fruto de la última agresión. Él se siente perseguido, no sólo por ser inmigrantes, sino por su condición sexual. Abiertamente habla de ella y no la esconde, asumiendo que esta situación le ha envuelto en muchos problemas.
Es la segunda vez que está en Ceuta, aunque la primera que termina viviendo en la calle. Y es que Thami consiguió lo que muchos anhelan, alcanzar la península. Lo hizo, de manera irregular, y escondido en un camión llegó hasta Francia. Fue en el país galo donde lo interceptan y lo devuelven a Marruecos, su país de origen. Pero este giro en sus planes no le impidió regresar de nuevo a nuestro país, al que llegó hace poco más de dos meses.
Sin embargo, la situación ahora es muy diferente. Aunque en un principio llegó al CETI, una pelea con otros residentes provocó que le expulsaran del centro. Admite que la confrontación existió, pero en el exterior, y mientras que los otros participantes ya están en la península, él ahora vive en la calle. “Yo sólo quiero volver al CETI”, cuenta entre lágrimas, tras vivir en primera mano la dureza de la calle. Acompañado de una bolsa de plástico, donde guarda todas sus pertenencias, confiesa que no aguanta más. Su hogar ahora está debajo de un puente, a la intemperie y sobre todo, expuesto al vandalismos.
Quizás sea la violencia lo que más aterroriza a este marroquí de 33 años, pues en los dos meses que lleva viviendo en la calle, ya ha sido víctima de varias palizas. La última le provocó una luxación en el codo y bastantes contusiones. Una situación muy diferente a la que vivió en su anterior estancia en el CETI, en 2017. “Vivía sin problemas”, recordó apenado, sin comprender por qué por una pelea en el exterior del centro, se le ha expulsado sin poder cambiar dicha situación.
El caso de Thami no es el único. La idea que los inmigrantes se hacen cuando deciden llegar a nuestro país no es siempre la que luego se encuentran. Y es que tras todo el camino y, en la mayoría de los casos, por no decepcionar a sus familias, los inmigrantes que llegan a España no cuentan las penurias que aquí viven. Eso no quita que no sucedan y se repitan.
Aunque tiene pendiente una cita en abril para el trámite de su asilo en España, este marroquí no sabe qué se va a encontrar cada noche cuando acude a su vivienda improvisada, pues teme no llegara esa fecha y perecer en alguna de las palizas como las que ya ha recibido.
La opción de vivir en la calle
Ya sea por elección o por obligación, muchos inmigrantes tiene como hogar la calle. Los que no viven en el CETI, bien porque no se quieren ajustar a sus normas o porque han sido expulsados, cambian esta opción por asentamientos irregulares en diferentes puntos de la ciudad. Las zonas donde acampan se acrecientan día con día: el puerto, Sardinero, Santa Catalina... Espigones, puentes o edificios abandonados se transforman en refugios improvisados que se convierten en ‘pensiones’ donde abunda la miseria y la insalubridad. Justo ayer comenzó el derribo de los barracones del Sardinero, que en los últimos meses se ha convertido en un refugio de lo más conflictivo. Las batidas de la Policía son constantes para combatir este tipo de refugios donde no sólo habitan adultos, sino muchos menores que prefieren vivir en la calle en vez de en La Esperanza, con la única finalidad de poder cruzar cuanto antes, y bajo el riesgo de su propia integridad, hacia la península.