Nos quedamos en la primera parte con la promulgación de las constituciones del Sínodo diocesano de 1.604. Por consiguiente vamos a intentar en esta segunda parte dedicar algunos apartados al desarrollo de la Semana Santa en Sevilla, que es clave en la proliferación de las Hermandades y Cofradías por toda la región andaluza.
El Sínodo expresa que: “Exhortamos y encargamos a todos los fieles que salieren para hacer penitencia de sus pecados, que vayan en ellas con mucha devoción, silencia y compostura, de suerte que en el hábito y progreso exterior se eche de ver el dolor interior y arrepentimiento de sus pecados y no pierdan por alguna vanidad o demostración exterior el premio eterno que con ello se le dará. Y por experiencia se ha visto que de salir estas Cofradías y procesiones de noche se han seguido y siguen muchos inconvenientes, pecados y ofensas de Nuestro Señor mandamos a nuestro Provisor de orden como todas ellas salgan de día, señalándoles la hora en que cada una ha de salir y cuando por ser tantas las que hay en esta Ciudad. Aunque mandamos que a los más largo a las nueve de la noche haya acabado. Y asimismo mandamos que nuestro Provisor les señale las calles por donde cada Cofradía ha de ir y la hora en que ha de salir.
El Documento Sinodal continúa precisando el tiempo en que pueden hacer estación de penitencia las Cofradías: desde el Miércoles Santo después de comer hasta el anochecer del Viernes Santo.
Todas deben estar recogidas antes de las nueve de la noche, excepción hecha de las de Vera+Cruz “con quien no es nuestra intención se haga novedad alguna, por tener por bulas y privilegios apostólicos señalada la hora a la que ha de salir”. Las Hermandades de la Santa+Cruz salían el Jueves Santo a las diez de la noche hasta bien entrada la madrugada, siendo las únicas que gozaban de este privilegio de procesionar de noche.
Pero estas normas del Sínodo no debieron cumplirse en su totalidad, pues el Provisor Cobarrubias en 1.623 da un Educto en el que prohíbe a las Cofradías llevar hombres alquilados para la disciplina o mujeres azotándose, y vuelve a recordar las normas sobre las túnicas que están contenidas en las Constituciones del año 1.604.
Y es de advertir que nuestros mayores, cuando fundaron las Cofradías y estaciones, conocieron el fin de devoción para que las instituían y de qué modo lo habían de representar y mover con ello. Las Cofradías, a partir de estas fechas, se irán olvidando y separando paulatinamente de los fundamentos para las que fueron creadas: la penitencia pública y la caridad fraternal.
Frente a los deseos de la jerarquía de mantener una Semana Santa recogida y austera, las cuatro primeras décadas del siglo XVII suponen un aumento de la grandiosidad y lujo de la estación penitencial.
Atrás quedaron ya aquellos cortejos del siglo XVI, que en su estación penitencial portaban un simple crucifijo llevado por un clérigo y los flagelantes o “hermanos de sangre”, azotándose, tan sólo iluminados por los hachones o cirios que portaban algunos “hermanos de luz” que iluminaban el tétrico cortejo.
Las Cofradías aumentaron sus insígneas y el lujo de las mismas, fomentando el boato de las procesiones, enriqueciéndolas con artísticas Imágenes y pasos, que sustituyen a las pequeñas andas que se utilizaban hasta esas fechas, apareciendo el “palio” o doseles cubriendo a las Vírgenes. Pero la gravísima crisis de 1.649, epidemia que diezmó la población, produjo cambios en la mentalidad y espíritu de la época.
Las Hermandades se esforzaron en el ejercicio de la caridad, en el socorro a los necesitados y entierro de los muertos en cumplimiento de lo que mandan sus Reglas. La peste de 1.649 y otras calamidades afectó seriamente a la población e hizo estragos en el número de cofrades de nuestras Hermandades pero, por otra parte, afianzó la necesidad y utilidad de las mismas ofreciendo Piedad ante la Soledad y el Dolor.
Pasamos al siglo XVIII, el siglo ilustrado, no ve con buenos ojos la existencia de las Cofradías, ni siquiera el clero, que las había utilizado como elemento evangelizador, comprende y desea convivir con las Hermandades. La práctica de la disciplina se había desvirtuado de tal forma que llegó a convertirse en una manifestación ostentosa, más destinada a demostrar la virilidad del practicante que a purgar sus pecados.
En octubre de 1.717 la Cofradía de la Santa Cruz en Jerusalén solicitará que se le permita llevar en su estación a sus hermanos vestidos de nazarenos, con cruces penitenciales, bocinas y todas las demás insignias. Al año siguiente recibirá Real Cédula del Supremo por la que se accedía a sus súplicas. Un año después la Hermandad acordó salir “a las dos de la madrugada del Viernes Santo”.
En 1.764 las Cofradías regresan a los moldes tradicionales, a incorporar en sus filas disciplinantes de todo tipo y nazarenos con el rostro descubierto.
El siglo XIX someterá a nuestras Cofradías a una serie de avatares, circunstancias y situaciones que no acabaron con ellas porque el arraigo y el espíritu que las alimentaba hizo lo imposible, pero nuestros convecinos que vivieron en dicho siglo conocieron la decadencia y todo un largo periodo de tiempo sin pasos en las calles.
Mal empezó este siglo, al igual que los anteriores. En octubre de 1.800, se declara una epidemia del cólera. A esta situación habría que añadir la falta de subsistencias, los míseros jornales y la carestía de los primeros alimentos, y el estallido de la guerra de la Independencia.
José Bonaparte, excitada su curiosidad por la descripción que se le había hecho de las procesiones de Sevilla, indicó a las autoridades que gustaría ver algunas. Pero a pesar de la intimación solo tres se prestaron a la salida en la tarde del Viernes Santo: la del Prendimiento de Cristo, de Santa Lucía, la del Gran Poder, de San Lorenzo, y la de las Tres Necesidades, de su capilla propia .
Siguiendo con el resumen, llegamos al pasado siglo XX ; tres procesos urbanísticos han condicionado la actual situación de las Cofradías: los ensanches, creación de nuevos barrios y despoblación del centro urbano. Al mismo tiempo toma su forma definitiva la Carrera Oficial y los recorridos de acceso y retirada de las misma. Aumenta de forma explosiva el número de nazarenos y se masifican gran parte de los lugares del recorrido. En 1.901 es obligatorio el continuar como Carrera Oficial de todas las procesiones de Semana Santa al salir de la Catedral. En 1.905, Empiezan a salir de manera continua, Hermandades en la tarde del Martes Santo. En 1.906, Presencia las Procesiones de Semana Santa desde los palcos de la Plaza de San Francisco, S. M. El Rey D. Alfonso XIII.
En marzo de 1.909, se reunían las Hermandades de Penitencia en el Centro Católico, a excepción de la del Gran Poder, Pasión y la de la Coronación, para tratar del problema de la subvención, ya que este año la Corporación Municipal quería reducirla.
Ya en 1.912, se ilumina con luces eléctricas y colocan sillas para presenciar las procesiones. En 1.929, el Cardenal LLundaín, decreta prohibir se canten “Saetas” por profesionales en las calles a las Imágenes. Prohibe igualmente que las mujeres formen en las procesiones, de nazarenos, tan solo la admite en las Cofradías que llevasen efectuando durante treinta años. Durante los años 1.932 -1.936, no se montaron en la Plaza de San Francisco los palcos de Semana Santa, por los sucesos e inseguridad política reinante.
Y en cuanto al siglo XXI, es una etapa de oro que viven nuestras Hermandades y Cofradías, en los inicios de este siglo, fruto de un legado y perfeccionamiento de siglos, aunque bueno sería, y este es uno de los objetivos de este tyrabajo, recuperar lo esencial del espíritu que allá por el lejano siglo XVI inspiraron su creación.