Orgullo y nación

Las imágenes de las calles de Nueva York repletas de personas celebrando la muerte de Bin Ladem se repiten en los informativos, colapsando las principales arterias de la gran manzana como si hubieran ganado los Knicks la NBA, los Yankees la liga de Baseball o cualquiera de las archiconocidas franquicias deportivas de la ciudad. Viéndolo así, podríamos interpretar la respuesta del pueblo americano de mezquina por celebrar la muerte de un ser humano, pero si ahondamos y analizamos afondo el sentimiento podremos comprobar que el júbilo está totalmente justificado.
Muchos han tachado de venganza la acción del ejército norteamericano, no encontrando justificación a tantos años de guerra y gastos para luchar contra el terrorismo de origen integrista islámico. Así, desde el atentado de Nueva York, la principal preocupación de la Casa Blanca fue encontrar al líder de Al Qaeda, organización que se atribuyó el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono. Diez años de lucha intensa, dejando en el camino miles de vidas, gastando millones de dólares y todo seguido con luz y taquígrafo por la prensa, pero que finalmente han hallado un resultado victorioso.
El orgullo de un país está basado en sus valores, en sus lazos de unión con sus orígenes y en defender a capa y espada todo aquello que atente contra su honor.
Y, sin duda alguna, los Estados Unidos representan todos los ideales de nación comprometida con su pueblo, de respuesta a sus ciudadanos para mantener una unidad por encima de la procedencia. Referirnos al sueño americano es ir más allá de unos estereotipos que no llegamos a adivinar desde Europa y que jamás podremos sintetizarlos desde un contexto social y político tan distinto.
Indudablemente, la respuesta de los norteamericanos ante un ataque directo a su nación dista mucho de la forma de atajar y replicar una ofensa similar por el gobierno español.
La cobardía y el debate político hicieron pasar a segundo plano el sentimiento de un país herido en su orgullo, que se diluyó en un discurso lleno de miedo que tan sólo defendía el mensaje de la vuelta de las tropas de Irak. Ante una ofensa reculamos y enarbolamos la bandera de un falso pacifismo, rendición y silencio ante el máximo exponente del terror.
Un atentado atroz, que aún con la sangre caliente de las victimas, utilizó la oposición para manifestarse a base de caceroladas y alzarse victoriosa en las elecciones generales. Reclamo a cambio de un interés que sólo ha servido al país para degradarse y empobrecerse, no sólo económicamente sino socialmente, destruyendo todos aquellos signos que identifican a España y valorando a un reñido grupo progresistas sin identidad como apoyo de un proyecto político sin cimientos.
La reacción de los Estados Unidos fue rotunda, abordando la seguridad de una forma estricta y comenzando a rechazar cualquier manifestación de integrismo religioso.
Mientras nuestro país actuó de una forma diametralmente opuesta, escondiéndose y no entrando de lleno en problemas relacionados con actitudes radicales religiosas.
Nuestro pueblo respeta cualquier creencia, pero nunca debe admitir situaciones que violen los derechos y mermen las libertades de una nación occidental.
El lunes fue un gran día para España también, aunque las banderas rojas y gualdas no llenaron nuestras calles, al contrario, un día antes tuvimos que aguantar muchas banderas republicanas encabezando las manifestaciones de los sindicalistas (señal de la fragmentación de un país de países llamado España).