Trump es Hitler y los ceutíes son nazis. El filósofo Levi Strauss llamó a esta argumentación “reductio ad Hitlerum” o sea una falacia del tipo: si a Hitler le gustaban los perros, que te gusten los canes es irremediablemente malo. Años más tarde el abogado Godwin creó la regla de analogías que lleva su nombre y que viene a decir que en una discusión cuando uno no tiene más argumentos recurre a esta falacia tan maniquea que impide todo razonamiento critico.
Carmena, además de ir recogiendo las latas que los ciudadanos dejan fuera de las papeleras, ha hecho un exhorto en estos tiempos oscuros que vivimos porque Trump es Hitler. Quiere así la provecta alcaldesa argumentar de forma rotunda la maldad del presidente norteamericano sin caer en la cuestión de que si Hitler es Trump y este aun no ha hecho nada similar (holocausto, guerra), lo de Hitler queda minimizado. Resulta hipócrita la actitud de gente que aprovecha la corriente anti-Trump incitada por los medios de comunicación pero habla con cariño sobre los regímenes comunistas, diez veces más mortíferos que el nazismo y no acude a los actos en memoria del holocausto.
En sentido similar los ceutíes son nazis e impulsores de un nuevo holocausto por no apoyar una marcha de conmemoración de la tragedia de la valla sucedida hace tres años, son perversos porque, al igual que la mayoría de la población española (el CIS dixit) quiere una inmigración ordenada y legal. Los ceutíes cosifican al inmigrante y por eso, al igual que los nazis, los recluyen en campos de concentración, los despojan de sus bienes, les hacen trabajar de forma forzada, experimentan con ellos y con sus hijos, los mantienen en niveles de inanición y una vez llegado el momento los introducen en cámaras de gas donde agonizan y como final del proceso los queman y al igual que en Cracovia, el cielo de Ceuta se llena de la cenizas en suspensión procedentes de los hornos crematorios.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se propone en Ceuta la creación de una ordenanza para "establecer las pautas conductuales en el espacio público, en evitación de aquellas prácticas individuales o colectivas que atenten contra la dignidad de las personas, así como las prácticas discriminatorias de contenido xenófobo, racista, sexista, homófobo” y se toma como ejemplo las ordenanzas ya existentes en ciudades como Málaga. Lo sorprendente de que unas ordenanzas, es decir el ámbito administrativo pudiera regular ámbitos propios de lo penal (ya saben, ese “no bis in ídem” de primero de carrera) hace necesario acudir a las citadas ordenanzas malagueñas y ¡oh, sorpresa!, no se refieren en ningún momento a estos extremos sino que se centran en el cuidado de los bienes públicos dentro del ámbito competencial municipal, es decir, las pintadas, los deterioros en los transportes públicos y las caquitas de los perros y en todo caso, solo referidas a la acción individual, no colectiva. Creo que los impulsores de la iniciativa no iban por ese lado porque ya existe una regulación municipal sobre caquitas y pintadas y otra penal sobre apedreamientos a servicios públicos. La idea parece que va más en el camino de etiquetar a la mitad de la población (de ahí su inclusión de lo colectivo), como llevan haciendo desde hace años estos provechosos del victimismo, ya saben los malos y las victimas. Porque lo determinante será saber que son de forma específica esas prácticas consideradas discriminatorias, ¿Observaran estas ordenanzas actitudes como que te miren con cara de asco cuando pides una cerveza en un establecimiento hostelero mientras que te aclaran que ellos no sirven alcohol? Resultaría absurdo ya que como la mayoría de las conductas que desarrollamos en nuestra sociedad ya está recogida en la ley y en ese caso se llama libertad de comercio. Pero es que los hay empeñados en moldear a los ciudadanos a golpe de ordenanza.