Aún a riesgo de ser considerado un pesado por incidir de manera reiterada en la misma idea, creo importante insistir en la posibilidad única que se nos presenta de acelerar la transición desde la economía depredatoria o un modelo más respetuoso con la conservación del patrimonio natural y con la propia dignidad de los seres vivos, incluyendo, por supuesto, a los seres humanos. El gran escritor naturalista Barry López reflexionó en su obra “Sueños Árticos” sobre la situación ambiental en el mundo y llegó a la conclusión de que la naturaleza no estará a salvo de su destrucción hasta que los componentes del paisaje natural se los considere dotados de dignidad. En la actualidad, se valora a la naturaleza de manera exclusiva en función de los servicios o suministros que aportan a la humanidad. Se trata, por tanto, de una concepción utilitarista y materialista de los seres vivos y de toda la faz de la tierra. No se le atribuye a la naturaleza un valor intrínseco ni una dignidad que frene su explotación sin el más mínimo cuestionamiento ético. A partir del respeto a la dignidad de los seres vivos tendríamos que reconocerles unos derechos que en la actualidad se les niega, como hasta no hace mucho se les negaba a los esclavos humanos. A estos congéneres nuestros se les explotaba sin miramientos ya que se les despojaba de cualquier atisbo de dignidad.
Desmontamos montañas para extraer los minerales que necesitamos para que funcionen los coches y los dispositivos electrónicos; arrasamos bosques para introducir cultivos genéticamente modificados; transformamos los paisajes litorales para construir horrendos complejos hoteleros; y así un largo etcétera de despropósito basados en la falta de dignidad que, según algunos, tiene la naturaleza. En un ámbito más cercano, como el de nuestra ciudad, se cortan árboles urbanos como si fuera un mero mobiliario o se eliminan los nidos de aves de las fachadas en plena época reproductora con la misma falta de cuidado. Todo radica en la escasa sensibilidad que algunos demuestran ante la naturaleza y los seres que la habitan. Esta sensibilidad es innata al ser humano, pero tiene que cultivarse en el ámbito familiar y escolar, sino se atrofia. Hay que educar los sentidos, sobre todo la mirada. Hay mucho que miran, pero no ven. No captan la deslumbrante luz de Ceuta, el intenso azul del mar que nos rodea y el permanente verdor de nuestros montes, la elegancia de la silueta de Ceuta y del perfil del Atlante dormido, el olor a sal que trae el levante o el frescor que acompaña al aliento de Céfiro
¿Para qué tanta belleza? ¿Qué sentido tiene nuestra efímera? ¿Dónde radica el secreto de la anhelada felicidad? ¿Cuál es mi papel en esta trágico-comedia que es la vida humana? No es mi intención dar una respuesta general a estas cuestiones existencialistas. Las traigo aquí porque creo que Ceuta es un lugar perfecto para reflexionar sobre estas preguntas e intentar obtener unas respuestas que a la fuerza tienen que ser personales. Vivimos rodeados de belleza y esto influye el buen carácter de las gentes de Ceuta. La alegría y la tristeza son emociones pasajeras, pero la felicidad permanece si miramos hacia nuestro interior para unirnos con lo exterior, aunque pueda resultar algo paradójico. Quien cultiva su mundo de adentro proyecta hacia el exterior una energía vital la cual, a su vez, revitaliza a la naturaleza. Para que este cultivo interior aporte una buena cosecha es necesario regar el mundo de adentro con el agua de la vida, cuyos principales componentes son la fuerza que emana de la naturaleza y la sabiduría divina. Este pensamiento recursivo me lleva a enlazar lo escrito hasta ahora con lo expresado al principio del artículo. Creo que la oportunidad que tenemos ante nosotros va a más allá de la supervivencia humana. La Unión Europea va a poner a disposición de los estados miembros, en especial en manos de los países cuyas economías se han visto más afectados por los efectos de la pandemia, una ingente cantidad de dinero para invertirlos en proyectos ambientales y digitales. Es una oportunidad única para realizar proyectos de recuperación de nuestros maltrechos bienes naturales y culturales.
Los proyectos de restauración del patrimonio natural y cultural requieren contar con proyectos diseñados por especialistas en la materia y aprobados de manera previa por las autoridades competentes antes de su ejecución. La redacción de estos proyectos la pueden realizar tanto los técnicos de las administraciones competentes, como delegarse, mediante un contrato público, a empresas especializadas. En todo caso son las administraciones las que tienen que tener claro qué quieren hacer y para qué. Para clarificar ambas cuestiones es imprescindible abordar un proceso de diagnosis global del estado del patrimonio natural y cultural para establecer los niveles de prioridad, planificar las acciones y determinar los costes económicos de las iniciativas que contemplen los planes sectoriales. La elaboración de este tipo de planes está prevista en la normativa de protección de los bienes culturales y naturales, pero es habitual que estén pendientes de redacción y aprobación desde hace décadas. Ceuta es un claro ejemplo de esta escandalosa dilación en el cumplimiento legal de las administraciones competentes en la aprobación de estos planes. Después de cerca de veinticinco años de la declaración como Bienes de Interés de Cultural (BIC) de varios conjuntos históricos aún no cuentan con los perceptivos planes especiales de protección cuya obligación de redacción corresponden a la Ciudad Autónoma de Ceuta. En el caso del patrimonio natural sucede algo similar. Los correspondientes Planes de Ordenación de los Recursos Naturales y de Gestión de los espacios protegidos e incluidos en la Red Natura 2000 iniciaron su tramitación, pero se han quedado estancados sin que conozcamos los motivos. En un nivel superior, tampoco ha sido capaz la Ciudad de aprobar la revisión del PGOU de Ceuta que data del año 1992.
Los planes urbanísticos, patrimoniales y medioambientales son la base a partir de la cual redactar y aprobar actuaciones concretas para proteger, conservar y poner en valor nuestros recursos naturales y culturales. Todo esto, como es lógico, no puede salir de la nada. Es necesario contar con un equipo especializado de técnicos cuyo trabajo consistiría, precisamente, en impulsar los planes globales, diseñar las intervenciones y controlar su correcta implementación. La Consejería de Medio Ambiente dispone de la empresa municipal OBIMASA -en cuya plantilla figuran varios biólogos- entre cuyos fines consta la restauración ambiental de los espacios naturales ceutíes, pero los resultados tangibles de la labor de esta empresa en materia de planificación ambiental son escasos. Peor es la situación en la Consejería de Educación y Cultural, donde un solo técnico tiene que soportar el peso de la gestión del patrimonio cultural de Ceuta.
La situación actual no nos hace ser muy óptimas respecto al aprovechamiento de los fondos de recuperación y resiliencia de la UE que empezarán a llegar a nuestro país antes de que acabe el año. Resulta del todo ingenuo creer que España va a transformar su modelo económico en apenas unos meses. Hasta ahora buena parte de nuestra economía se ha sustentado sobre los frágiles cimientos del ladrillo, la hostelería y el turismo de sol y playa. Pretender que vamos a dar el salto de la economía depredatoria a la verde de un día para otro es una meta imposible de alcanzar. Se requiere, como paso previo y fundamental, otra manera de percibir y sentir el patrimonio natural y cultural. El mundo ha sido desencantado y desacralizado dejando a la tierra sin su Anima Mundi. Su expulsión ha ido paralela al abandono de nuestro templo interior de esta misma alma universal que todo lo que penetra y envuelve. Lo que ha quedado es una tierra y unos seres humanos cosificados y, por tanto, a los que se les considera carentes de dignidad y valor superior a su capacidad de generar poder y dinero. Devolver el alma al mundo y a los seres que lo habitan no va a resultar una tarea sencilla, pero debemos trabajar con entusiasmo para lograrlo.