Hay quien deduce del relato de la Biblia ( Génesis 3:17-19 ) que Dios castigó la rebelión de los primeros seres humanos, Adán y Eva, imponiéndoles la pena de tener que trabajar.
No lo sé: yo no estaba allí en ese momento. Lo cierto es que la mayoría de los mortales tenemos que trabajar, salvo ninis, acertantes de loterías y titulares de herencias que liquidan facturas y propician caprichos-sueños propios y ajenos.
Si nos pasamos -de media y presuntamente- un tercio de nuestra existencia trabajando (los que tenemos la fortuna de trabajar), el otro más o menos durmiendo y el resto “haciendo cosas”, deberíamos plantearnos seriamente cómo mejorar estos tres tercios llamados vida.
Porque la vida laboral también forma parte de nuestra vida no solo por el dinero, acción social o derechos-deberes que conlleva sino porque condiciona considerablemente el resto de los tercios citados, es decir, nuestra calidad de vida. Siempre, claro está, que aspiremos a vivir mejor, ser más felices, practicar el tentador carpe diem.
En este artículo no me referiré a la excepcional “vocación” profesional (generalizando un poco, sólo unos pocos trabajan en lo que quieren, les gusta o han sido verdaderamente formados) o a la extendida “equi-vocación” laboral (trabajar en lo que no nos gusta o en lo que hemos podido, trabajar sin formación adecuada con la consigna del “búscate la vida””sácame las castañas del fuego”, y que cada uno ponga su etcétera).
Quisiera centrarme en una herramienta imprescindible para trabajar a gusto, mucho mejor: la prevención de riesgos laborales. La prevención, como la coordinación, la responsabilidad, por citar algunos ejemplos, son conceptos que suenan muy bien (en discursos políticos, memorias ministeriales anuales, etc), pero, en realidad, están escasa y parcialmente asumidos, desarrollados, aplicados tanto en la empresa privada como en las Administraciones públicas españolas. Sí, mucho ruido y pocas nueces, para variar.
Desde hace décadas se habla mucho de la prevención. Recordemos la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales, vigente, de aplicación obligatoria a trabajadores públicos y privados; sin embargo, ¿qué se ha hecho, desde 1995, para trabajar mejor, para trabajar a gusto desde el punto de vista preventivo? Pues trabajar no tiene que ser necesariamente sinónimo de castigo, pena o inevitable martirio secular. ¿Por qué no trabajar a gusto?
Ahora que nos encontramos en el mes de abril, quisiera destacar dos fechas significativas a este respecto: 28 de abril o día internacional sobre la seguridad y salud en el trabajo y, el menos conocido y para algunos utópico, 1 de abril, o día internacional de la diversión en el trabajo. Por medio de esta última celebración se trata de una ocasión especial para recordar que el trabajo no tiene por qué ser gris, que la seriedad no requiere solemnidad, y que el humor ofrece importantes beneficios para cualquier organización y para su equipo humano. Conviene no olvidarlo. El humor es algo muy serio.
Durante más de veinte años, el término prevención se ha identificado principalmente con medidas de seguridad (de hecho ha sido la “seguridad en el trabajo” la especialidad preventiva más demandada en el mercado de trabajo en nuestro país): ha habido cierta preocupación oficial, empresarial para evitar accidentes de trabajo, incendios, etc. Mejorable, pero cierto. No lo negaremos; no obstante, ¿qué ha pasado con otras especialidades preventivas, tan importantes como la seguridad laboral tales como la medicina del trabajo o verdaderos reconocimientos médicos laborales, los riesgos psicosociales…?
Al releer el otro día la guía divulgativa Introducción a la prevención de riesgos laborales de origen psicosocial, publicada por nuestro principal órgano oficial en materia de prevención laboral, el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT), he visto con preocupación y cierta inquietud lo mucho que queda por hacer en el ámbito público y privado en la Piel de toro, si no se ofenden los animalistas. Dicho Instituto ya en 2001 nos alertaba sobre que las investigaciones realizadas hasta la fecha habían puesto claramente de manifiesto que algunas enfermedades o patologías están determinadas, en gran parte, por la presencia de riesgos de origen psicosocial en el trabajo. Apuntaba además que no se debía olvidar que el conjunto de problemas de origen psicosocial, por la frecuencia e incidencia con la que se presentan, tiene graves repercusiones, no sólo sobre la salud y el bienestar del individuo, sino también sobre otros aspectos, como por ejemplo: la calidad del trabajo, el rendimiento, etc. ¿Alguien lee estas conclusiones oficiales? ¿Se ha acordado algún programa electoral de “los que nos representan” de estas cuestiones?
Los riesgos psicosociales comprenden -señala la citada guía del INSHT- aspectos del medio físico y ciertos aspectos de organización y sistemas de trabajo, así como la calidad de las relaciones humanas de la empresa, a saber: la falta de motivación del trabajador; la ausencia de pausas de trabajo o de horarios flexibles; los tipos de tareas rutinarias, repetitivas o poco interesantes; la escasez o ausencia de rotación o formación adecuada en los puestos; los ritmos de trabajo estresantes; la sobrecarga de trabajo; la mala distribución del trabajo (los más competentes no sólo trabajan más que los “otros” por el mismo o menos sueldo sino que además se les exige más); la ausencia de iniciativa o autonomía en las plantillas; los estilos de mando o de dirección ineficaces, autoritarios o poco respetuosos; la escasa participación en la toma de decisiones; los jefes o compañeros “tóxicos”; los acosos laborales…¿Les suenan estos riesgos?¿Les parecen poco importantes o excepcionales?
Incide la citada guía en que cuando en una organización (pública o privada) se produce el equilibrio entre los factores humanos y las condiciones de trabajo, el trabajo crea sentimientos de confianza en sí mismo, aumenta la motivación, la capacidad de trabajo y mejora la salud; o sea, se trabaja mejor, más a gusto. En mi opinión, no es una utopía o un imposible aplicarlo en España. Hay que cambiar de mentalidad o de chip. No es solo una cuestión de dinero o presupuestos, sino más bien de tener conciencia del problema y voluntad política o administrativa de querer cambiar las cosas. Los beneficios de este equilibrio entre los factores humanos y las condiciones de trabajo constituyen una verdad incuestionable, demostrada y contrastada científicamente. Entonces, ¿a qué están esperando nuestros políticos, gestores, responsables de los distintos ámbitos laborales para aplicar esta cultura preventiva a efectos de prevenir los riesgos de origen psicosocial, causantes de crecientes absentismos laborales, escasa producción o rendimiento y pésimo clima laboral en demasiados centros de trabajo? Sin lugar a dudas, saldríamos ganando el conjunto de la sociedad: más satisfacción o felicidad laboral, más productividad o rendimiento, mejora del clima laboral, reducción del absentismo y las enfermedades laborales con las ventajas que suponen estas mejoras para todos. No me importa repetirme.
Para detectar los riesgos psicosociales en los centros de trabajo se acude a la intervención psicosocial, basada fundamentalmente en el establecimiento de un diagnóstico de la situación de trabajo por medio de tests -de validez estadística o científica- para pasar a una intervención posterior que pueda ser global o diferenciada. En nuestro ámbito penitenciario, existen diversos tests para dicho diagnóstico: método FPSICO 3.0 de INSHT, Istas 21 (CoPsoQ), etc.
Siguiendo la guía de referencia, disponemos de muchas soluciones para el eficaz control de los efectos nocivos de los factores psicosociales en el trabajo, una vez diagnosticados, referidas fundamentalmente a tres ámbitos: a) Intervención sobre la organización del trabajo (valoración de tareas, rotación de puestos, enriquecimiento de tareas, mejoras en medio ambiente de trabajo, trabajo en grupo…); b) Intervención sobre el trabajador (información adecuada laboral, formación práctica y de calidad…); c) Participación de los trabajadores, pues cualquier tipo de cambio que se quiera introducir ha de contar con la participación de los trabajadores directamente o a través de sus representantes (delegados sindicales, delegados de prevención, Juntas de personal, Comités de Seguridad y Salud, Mesas Delegadas, entre otras).
Como colofón, quisiera comentar una experiencia que conozco muy bien: la mía, no por jactancia sino por poner un ejemplo tan real como ilustrativo de cómo se encuentra la situación preventiva general en una parcela de la Administración: las prisiones.
Soy empleado público penitenciario desde 1998. Desde 2003 estoy/estaba capacitado para desarrollar las funciones de Técnico superior en prevención de riesgos laborales (especialidad: Ergonomía y psicosociología aplicada), por medio de una acción formativa presencial impartida por las Administraciones Públicas. Un curso de un total de 600 horas. Se indicaba en la convocatoria pública del mismo “que una vez adquirida la necesaria formación” pudieran desarrollarse todas aquellas disposiciones previstas en el Real Decreto 1488/1998, de 10 de julio, de adaptación de la legislación de prevención de riesgos laborales a la Administración General del Estado. Mucha declaración de intenciones oficial e interés personal desde entonces y pocas nueces, gobierne quien gobierne, salvo mi interminable labor en un Comité de seguridad y salud penitenciario, durante el record histórico de más de 7 años ininterrumpidos, como Secretario del mismo, puesto para el que formalmente no se requería dicha experta formación.
Empaticen un poco, por favor, si todavía me siguen leyendo: Si hubiera realizado 10 cursos de 60 horas, en relación a la llamada carrera profesional, hubiera obtenido 10 veces más puntos baremables que haciendo este curso de 600 horas, pues en la Administración penitenciaria española contaba, cuenta igual un curso de 60 que de 600 horas. Increíble pero cierto. ¿Cómo se sentirían? Y este no es un caso aislado, como muchos sabemos. Al menos esta infrautilizada formación me ha permitido llegar a la digna conclusión de que sí es posible trabajar a gusto, si ellos, los de siempre, quieren.
* Juan Carlos Fernández Ruiz es funcionario de prisiones
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