Y es una nueva muerte. Aunque a costa de repetirse va a llegar un momento en que nos parecerá hasta normal. ¿Va a llegar o ha llegado ya? Eso cabría preguntarse dado el contenido de algunos comentarios vertidos tras el fallecimiento, apuñalado, de un joven marroquí en el puerto. No interesaba conocer cómo había muerto, ni siquiera acercarse a los últimos momentos de este crimen para hacerse una aproximación a la realidad. Los comentarios venían a hacer hincapié en asuntos que nada tienen que ver con lo sucedido. ¿Hasta dónde es posible llegar? Esto es lo que muchos deberían preguntarse.
La situación de descontrol que se ha generado en todo el entorno portuario ha llegado a unos límites insostenibles. Tenemos el resultado de una problemática que fue asomando poco a poco. Que primero se negaba para, después, intentar taparla. Nada de esto sirvió, los parches no sanan la herida y ahora tenemos incidencias de gravedad de forma continua: que si muertes, que si peleas, que si accidentes mortales, que si heridas graves, que si enfrentamientos... Y no es algo anecdótico, sino que sucede a diario. Ocurren los sucesos y los tendemos a olvidar, la vida sigue igual y las incidencias se repiten de una manera cíclica que asusta porque se mueven en un conformismo que en nada es equiparable a la situación extrema que vivimos.
Es como si nos hubiéramos acostumbrado a la existencia de zonas limbo en las que puede suceder de todo y sobre las que se actúa únicamente con medidas sin base, de las que solo sirven para callar bocas. ¿Acaso saben las fuerzas de seguridad lo que hay en las escolleras?, ¿lo que se cuece en el muelle?, ¿cómo la víctima de este apuñalamiento iba a ser atacada por quienes se dedican a robar a menores y adultos sin encontrar trabas? Las batidas ocasionales terminan en la difusión de cuatro titulares pero no vienen a dar una solución eficaz a una situación perdida y descontrolada que no puede seguir así por más tiempo.