Si no recuerdan aquella jovencita tímida y tierna que nos hablaba desde los Telediarios, no podrán percibir el maquillaje político que la ha llevado a convertirse en alguien que preside Fundaciones por obra y gracia de una institución llamada Monarquía.
Letizia Ortiz podría ser el prototipo del nuevo líder. Más cuando, recuerden, en uno de sus primeros discursos como prometida del que entonces era Príncipe de Asturias dijo aquello tan griego de estamos para servir al pueblo. La voluntad de servicio era espina dorsal en la democracia griega donde el líder debía ser aquel que mejor serviría a los intereses del pueblo, precisamente por su desinterés en lo suyo como antepuesto a lo de todos, amén de su preparación cultural, política y social.
La ejemplaridad moral también era primigenia para los griegos porque se aceptaba el mandato del líder porque se creía en él por su trayectoria o ejemplo, a modo de los grandes líderes post apocalípticos de The Walking dead. Ya saben no hay nada como un buen apocalipsis para dejarle claro a los sobrevivientes lo que es importante y lo que no. Está claro que Letizia en su maduración como líder no tiene nada que ver con los machistas griegos que nunca pensaron en las mujeres más que para ser diosas rencorosas o para reproducir la especie.
Hoy día no solo cualquiera puede ser líder, sino también dejar de serlo (recordemos a Putin que seguía la estela de Napoleón y tiene a estas alturas un buen porcentaje de apuestas de acabar como él). Mujer, hombre o niña como Greta Thunberg pueden ser líderes de la noche a la mañana porque las redes, la comunicación y la idiotez galopante visten más que la seriedad, la lealtad o el buen hacer. Ya no hay diferenciación en personalidad, estética, género o identidad sexual. Al menos en apariencias. También según los países, no olvidemos al continente asiático, africano o los emiratos árabes. Pero en grandes rasgos el líder, si me permiten, es a mi modo rasante de ver la realidad más producto de un cataclismo cósmico que se da por muchas circunstancias como que la imagen de la revolución francesa sea una mujer con un pecho fuera. Desde el líder de Corea del Norte que hereda país y súbditos, hasta Putin o Trump dudosamente servidores de otro bien que no sea el suyo propio, pasando por la incombustible Reina Isabel de Inglaterra, el papa Francisco o los nuevos tuiteros con legiones de seguidores incondicionales que los hacen liderar el mercado, las marcas y los dineros virtuales, no hay más que tonalidades pero no patrones que se puedan extrapolar para definir lo que debería ser –o no- un gran líder. Tampoco era fácil en la antigüedad donde podíamos pasar revista a grandes tiranos, considerados padres de su patria o –por el contrario- minúsculos personajes en su época que con la gloria efímera de los siglos son considerados origen de religiones.
Ser líder es soportar los tacones clavados en los calcáneos, mientras escuchas decir pamplinas a la vez que ejecutas tu mejor sonrisa de póker. Quizás Teresa de Calcuta, Gandhi o San Agustín, les parecerían a ustedes mejores lideres por su defensa de los más débiles y necesitados, pero tengan en cuenta que somos humanos y solo cuando vemos nuestra vida peligrar por los zombis pensamos en el mejor líder para sacarnos las castañas del fuego. Mientras Internet nos regale imágenes de gente que se lo pasa bomba en un chalet tirándose a la piscina con deslealtades grabadas, no tenemos escapatoria moral. Cómo vamos a comparar. Cómo va a ser mejor un místico que un defraudador que se va fuera de nuestras fronteras para ganar más de oro con sus pamplinas retransmitidas por las redes. Cómo podemos ejemplarizar el trabajo, el esfuerzo, la entereza o la legalidad cuando los políticos vienen corruptos de fábrica, la marihuana se cultiva entre pimientos y el único dios que nos habla es el dinero.
Es muy difícil ser líder de los de antes, muy fácil ser de los de ahora. Desde que murió Isabel de Inglaterra solo nos quedan las reinas de los realitys con pechos falsos y mentes perturbadas. Letizia lo tiene duro porque ha enfermado de los pies y ahora los calcáneos le llorarán lágrimas de realidad en las presentaciones eternas, los besamanos y los días señalados con bandera extensiva. Ser un líder lo mismo se recoge en esa frase tan popular de las abuelas de venir llorado de casa.