Atravesamos por una de las campañas electorales más pobres de las vividas, tejida en torno a propuestas que más parece que se difunden a impulsos y no en base a programas con fundamento dirigidos a recuperar la confianza del ciudadano. Se convocan ruedas de prensa diarias carentes en muchos casos de sentido, es como si los candidatos tuvieran un afán desmedido en comparecencias absurdas con tal de salir en un espacio, voto en mano. De ahí deriva su día a día en enfrentamientos de egos que no interesan al ciudadano.
Ni tan siquiera los medios de comunicación los reproducen, solo sirven para llenar grupos de Whatsapp absurdos. En esto se ha convertido una campaña en la que, de nuevo, no se engancha a una ciudadanía que veremos de qué manera responde el 28 de abril. Las encuestas son una aproximación errónea o no, pero en la calle se palpa un desapego único hacia ese mundo al margen que integra la clase política.
Fíjense las situaciones esperpénticas a las que nos vamos enfrentando: partidos que no se presentan como es el caso de Caballas que terminan siendo protagonistas de la guerra dialéctica entre partidos; candidatos que quedan eclipsados por los de las próximas municipales. Esto último le sucede a PP y PSOE; en el primero de los casos ha habido citas de los candidatos en las que solo ha hablado Juan Vivas, como si él fuera el que aspira a ser diputado al Congreso. En el segundo, aún recordamos la llegada del (no) ministro de Fomento para arropar a Hernández y no a los futuribles representantes socialistas el 28A o cómo quiso ocupar su espacio en el pistoletazo de salida el pasado 12 cuando no era ni su momento ni su lugar.
Es todo tan caótico que de esa misma manera se extrapola a la visión de un ciudadano que siendo el único receptor válido de la misma, pasa a segundo plano porque parece que estamos ante la batalla de intereses de unos mercaderes de ideas con demasiados nervios encima.